En 1960, Harry Wu, un joven estudiante del Instituto de Geología de Pekín, fue detenido acusado de derechista por ser hijo de una familia acomodada. Lo mismo les sucedió a miles y miles de personas que no se identificaron desde el primer momento con los ideales de la revolución maoísta o que tenían a sus espaldas un pasado que no estaba vinculado al Partido Comunista chino. Las acusaciones se extendieron por todo el país y miles de ciudadanos, sin ser juzgados ni condenados formalmente, fueron enviados a campos de trabajo para rehabilitarse, siempre al albur de lo que decidiera el Partido.
Wu pensó que, como mucho, pasaría tres años en estos campos de trabajo. Sin embargo, al final pasó casi veinte años en diferentes lugares hasta que fue liberado en 1979. A mediados de la década de los ochenta consiguió abandonar China para exiliarse en Estados Unidos, donde reemprendió sus trabajos científicos. En 1992 fundó The Laogai Research Foundation, una ONG dedicada a denunciar ante la opinión pública la falta de derechos humanos en China y la extensión de los campos de trabajo (ver Aceprensa 54/08). Sobre este asunto, Harry Wu ha publicado varios ensayos.
Sobre la represión comunista en diferentes países se han publicado impactantes testimonios autobiográficos, como los de Solzhenitsin (Archipiélago Gulag) y Shalámov (Relatos de Kolymá), por poner dos ejemplos sobre la represión en la antigua Unión Soviética. El libro de Wu está escrito con las mismas intenciones de denunciar la falta de libertades, los crímenes y la dictadura impuesta por el Partido Comunista. Sobre la situación de China, sigue resultado un testimonio de primera magnitud lo que cuenta Jung Chang en Cisnes salvajes, donde se describe desde dentro la imposición de unos métodos dictatoriales que despreciaban la dignidad del ser humano, todo disfrazado con la habitual retórica comunista y con los discursos y escritos del presidente Mao como guía suprema.
Por su parte, el libro de Wu se centra exclusivamente en cómo el Partido Comunista implantó unos campos de trabajo donde, en condiciones miserables (Wu ve morir a muchos de sus compañeros), se explotaba a los detenidos para construir el paraíso comunista. Años después, cuando ya vivía en Estados Unidos, consiguió entrar de nuevo en China y con una cámara oculta filmó algunos de estos campos y documentó cómo las autoridades chinas utilizaban a los prisioneros como mano de obra para fabricar productos que luego vendían en el extranjero. Un testimonio que sigue siendo actual, pues los campos de trabajo no han desaparecido.