Análisis
Tras una votación muy accidentada y un escrutinio lento y discutido, Daniel arap Moi ha sido proclamado presidente de Kenia por cinco años más. Moi lleva dos décadas en el cargo, que ha ejercido con el estilo autoritario y personalista común a los gobernantes vitalicios africanos de la época postcolonial. Las elecciones multipartidistas del 29 de diciembre -segundas en la historia de Kenia- no han servido para desalojarlo. Para muchos observadores, es un escándalo que un hombre evidentemente comprometido con colaboradores corruptos pueda perpetuarse en el poder. Lo que obliga a hacer algunas reflexiones sobre la democracia a la africana.
Jomo Kenyatta, primer presidente de Kenia tras la independencia (1963), pretendió unir en un Estado moderno los diversos grupos étnicos del país, cada uno con su propio estilo de organización política. No podía hacerlo sin contar con los otros líderes de su tribu kikuyu, la mayoritaria. Los privilegios concedidos a los kikuyus para ganar su apoyo hicieron crecer la influencia de la tribu en el gobierno del país. A la muerte de Kenyatta, en 1978, el vicepresidente Moi asumió la presidencia de modo provisional, y consolidó su poder gracias también a los privilegios, otorgados esta vez a su tribu, los kalenjin; y así hasta hoy.
Los kikuyus, pese a ser mayoría, no han logrado hasta ahora la unidad necesaria para poner a uno de los suyos en el lugar de Moi. Tres semanas antes de las últimas elecciones, los siete candidatos kikuyus intentaron escoger uno solo de ellos para sumar los votos de su tribu y así vencer a Moi; pero ninguno quiso sacrificar su candidatura.
En Kenia, pues, sigue funcionando el gobierno basado en una personalidad fuerte, que mantiene el poder mediante un hábil reparto de privilegios. Así se puede contrarrestar las tendencias centrífugas en un país que reúne tribus heterogéneas dentro de fronteras bastante arbitrarias, como las de las naciones africanas. De modo que el régimen keniano es más bien el sistema nativo tradicional, trasladado a una escala mayor para la que no estaba hecho, vestido con los ropajes de una democracia a la occidental.
Ese sistema tribal era adecuado en su día. A su escala, la autoridad de un jefe o de un consejo de ancianos funcionaba perfectamente. Entre otras ventajas, el sistema daba la seguridad y el orden indispensables para el bienestar de las familias y para la actividad económica. Traducir tal sistema a una nación moderna es lo que los líderes kenianos aún intentan hacer. Y parece no caber en la cabeza de Moi y de sus colaboradores la idea de elección para un tiempo limitado, ya que creen que la autoridad subsiste en una personalidad concreta.
Los comentaristas políticos occidentales suelen interpretar el fenómeno como falta de capacidad para entender la democracia. Otra interpretación, no menos justa, sería que los occidentales no entienden las costumbres que han intentado suprimir en África, pero que siguen encarnadas en los ancianos que todavía gobiernan. Habría que añadir que los países del norte siguen actuando en África, a través de la ayuda militar, las ONG, las instituciones financieras internacionales y las empresas multinacionales. Y estas mismas fuerzas contribuyen, en muchos casos decisivamente, a mantener en el poder a los hombres fuertes del continente.
Así que, en vez de preguntarse cómo un hombre tan corrupto como Moi puede mantenerse en el poder durante veinte años, sería tal vez más lógico argumentar que, sin los medios proporcionados por poderes extranjeros, es poco probable que alguien, pese a toda la fuerza de su personalidad, pueda durar tantos años como presidente. El poder de Moi no es independiente de sus amigos británicos. Y tanto los intereses extranjeros como quienes dentro del país aspiran a sobrevivir con una paz relativa, parecen coincidir en que de momento no hay sustituto adecuado para Moi. Para unos y otros, el statu quo es preferible. Una personalidad más débil, piensan, haría que se fortaleciesen las tendencias centrífugas de Kenia, lo que provocaría graves conflictos y podría llevar al país a una situación aún más desastrosa que la actual, de creciente pobreza.
El papel del líder sigue siendo importante en África, y si allí la democracia se entiende como un modo entre otros de elegir al líder, en vez de un representante, quizá debemos aprender a esperar un poco más. Treinta y cuatro años es poco tiempo en la vida de un país, y en Kenia todavía viven y actúan muchos que han crecido en un sistema político muy distinto.
Ben Kobus