Egipto pasa por un momento delicado no solo por la guerra palestino-israelí, sino por el permanente desbordamiento urbano de su capital. En realidad, toda África es como un gigante en ebullición. Las ciudades aumentan de población y, al tiempo que se convierten en mastodontes urbanos, se hacen más ingobernables. Los problemas se van acumulando: la escasez de viviendas asequibles, la movilidad –cada vez más reducida e insufrible–, o los altísimos niveles de contaminación…
El urbanismo se dedica a inventar soluciones, pero ninguna parece definitiva. Algunas devienen en las llamadas “ciudades fantasma” o se diseñan con modelos urbanos importados de fuera, ajenos al continente que pisan. Otras tan solo resuelven el problema parcialmente, porque obedecen a determinadas políticas de desarrollo, sectores tecnológicos o intereses especulativos.
Sin embargo, todas quieren ser ciudades refulgentes de nueva creación –futuros motores del desarrollo económico–, en buena parte junto a ciudades ya existentes, que afloran como setas dentro de una estrategia nacional dirigida a gestionar la urbanización descontrolada y aliviar la presión demográfica. Según Laurence Côté-Roy, geógrafa urbana de Montreal, “en una docena de países africanos se están construyendo más de setenta nuevas ciudades creadas desde cero”. En la lista que ofrece un estudio figuran, por ejemplo, la Nueva Capital Administrativa de Egipto, la Ciudad Verde Rey Mohamed VI (Marruecos), Diamniadio (Senegal), Al Noor (Yibuti), Oyala (la futura capital de Guinea Ecuatorial), Appolonia City (Ghana) o Nova Cidade de Kilamba (Angola).
El reto está en encontrar un modelo de ciudad propio de África, distinto al de Occidente
Aunque de forma desigual, la transformación de los países africanos es una realidad. Es verdad que la urbanización se expande a un ritmo frenético, que ni da respiro a la financiación, ni logra adelantarse a las urbanizaciones espontáneas de chabolas, levantadas sin ninguna planificación y que devienen en barrios marginales, anárquicos y carentes de infraestructuras y servicios básicos. Pero es innegable la mejora de la calidad de vida: acceso a la escuela, a la red eléctrica, o la creación de empleo. El interés ahora se centra en las ciudades intermedias, las que más crecen. Pero –según Le Monde– el eje de mil kilómetros de Abiyán a Lagos, pasando por Acra, Lomé y Cotonú, cuenta 40 millones de habitantes y será a final de siglo la aglomeración urbana más grande del mundo.
Pese a todo, el reto y la cuestión de fondo está en encontrar un modelo de ciudad propio de África. Un modelo endémico que se adapte como un traje hecho a medida –distinto al de Occidente–, sabiendo que en su diseño y confección compiten muchos sastres. El debate sobre este tema es intenso. Algunos opinan que es mejor arreglar las ciudades actuales, reformando de manera integradora y pragmática las distintas barriadas o zonas. Esto supone la trasformación de la ciudad a largo plazo, como sumatorio de una serie de “intervenciones quirúrgicas”: algo parecido a componer un traje con distintas telas y costuras. El desafío es saber qué hacer con las urbes en las que se va aglutinando una población con ingresos económicos insuficientes para acceder a una vivienda. O mejor, ¿cómo descongestionar las viejas ciudades coloniales, hacinadas y a punto de explotar, en las que conviven distintas formas de habitar y de subsistir económicamente?
La Nueva Capital Administrativa de Egipto
El Cairo es una de esas gigantescas ciudades a punto de colapsar. Las previsiones de futuro no son muy halagüeñas y en el horizonte se atisban los efectos devastadores de la masificación urbana. Cuando Napoleón en su campaña bélica llegó a El Cairo ―allá por 1798―, la ciudad era un enorme zoco compuesto por mercadillos y construcciones pobres en torno a la antigua fortaleza romana, una ciudad amurallada en la que sobresalían los alminares de las mezquitas y algunos palacios mamelucos. Más tarde, en el siglo XIX, Egipto soñaba con ser una ciudad tan europea como París. Hoy, El Cairo es la mayor ciudad del mundo árabe. Ubicada al sur del delta del Nilo, extiende su área metropolitana hasta alcanzar una población de casi 20 millones de habitantes. Pese a su clima desértico, con miles de horas de sol al año, se ha convertido en la mayor metrópoli de África, a la que siguen en población las ciudades de Lagos, Kinshasa y Nairobi.
A la vista del inquietante devenir urbano de la capital cairota, el presidente egipcio, Abdelfatah al Sisi, tomó la decisión –un año y medio después de llegar al poder en 2014– de construir desde cero la Nueva Capital Administrativa de Egipto (NAC). Su implicación en el proyecto ha sido tan grande que la gente del lugar la conoce como ‘la ciudad de Al Sisi’. La nueva urbe está ubicada a una distancia de 45 km de El Cairo y a 60 km del Canal de Suez. Su objetivo es albergar a siete millones de habitantes. Las obras empezaron en 2017 y se finalizarán en 2030. Algunos funcionarios ya viven en la ciudad, mientras otros tienen que desplazarse a diario para ir a trabajar, utilizando el tren expreso de alta velocidad (250 km/h) que ya une las dos ciudades: la histórica y la nueva.
La NAC quiere ser una ciudad inteligente, moderna, con un diseño más bien occidental: zonificación por usos, distrito de negocios con rascacielos, etc. Pero en sus trazas es muy notable el gesto imperialista: grandes ejes y avenidas, grandes carreteras de acceso, grandes parques… Y también, grandes torres, presididas por la más alta de toda África: la Torre Icónica (393 m). Los edificios presidenciales y estatales no pasan inadvertidos, entre los que destaca el Octógono: un complejo militar mucho mayor que el Pentágono estadounidense. Se incluyen también en esta primera fase ocho barrios residenciales con viviendas para familias de cierta posición económica.
Estrategia política, económica y social
Es verdad que el modelo de la nueva ciudad, al estilo de Dubái, no aporta mucho al urbanismo ni a la sostenibilidad urbana –ni siquiera la arquitectura empatiza con el entorno desértico–. Sin embargo, detrás de este ambicioso proyecto del gobierno egipcio, se vislumbra una clara estrategia política, económica y social. Tal vez la política sea la más notable, porque en vez de arreglar los acuciantes problemas de El Cairo actual (el tiempo dirá si la nueva ciudad ha servido para descongestionarlo), el nuevo proyecto parece priorizar el poder simbólico que reflejan sus edificios; con los que se quiere dar una imagen de nación moderna y, cómo no, de poderío económico y militar. Algunos piensan que en la mente de Al Sisi quizá está la idea de un renacimiento nacional, de instaurar “una nueva república” para ensalzar la gloria de un país milenario, que en la actualidad cuenta con cien millones de habitantes.
De la estrategia económica, según The New York Times, destaca su arriesgada financiación y el fuerte control militar. ¿Cómo se puede financiar un proyecto con un coste tan elevado, cuando el país está sumergido en una crisis económica? Por un lado, se cuenta con el dinero que genera la venta anticipada de los terrenos y del alquiler de sus instalaciones. El propio Estado pagará unos 210 millones de dólares anuales a ACUD, una empresa, participada por el Ministerio de Vivienda (49%) y las Fuerzas Armadas (51%), que interviene en la supervisión del desarrollo urbano de la NAC. Y, por otro lado, se cuenta en gran medida con capital extranjero. Este tipo de ciudades creadas desde cero son presas codiciadas de entidades privadas o de inversores extranjeros, como los chinos o los rusos.
La preocupación social de la nueva ciudad ha sido algo postergada en la estrategia global. Con razón, la gente con menos recursos piensa que esta ciudad no es para ellos. No habrá viviendas asequibles, ni subvenciones para acceder a ellas. Y lo más grave, no se conseguirá la diversidad social que se pretende. En cambio, ha surgido la especulación con gente que compra y luego no se traslada allí a vivir. Y eso dificulta crear un ecosistema de vida (niños y mayores) con servicios públicos, comercio, escuelas, etc. No olvidemos que en África el concepto de comunidad es clave. Ahí radica el fracaso de algunas de estas nuevas ciudades africanas, frías y lentas para insuflar vida.
Pros y contras de la propuesta urbanística
Maged Mandour, analista político egipcio, piensa que las trazas de la nueva ciudad, en el fondo, no son tanto imperialistas cuanto “una manera de aislar el centro del Gobierno de posibles protestas y disturbios” (es inevitable recordar el estallido social que tuvo lugar en el centro de El Cairo en 2011). “Se trata –continúa Mandour– de un gran experimento social en el que se está rediseñando el paisaje urbano de forma que se pueda controlar”. Algunos, por eso, la han denominado la ciudadela inteligente de Al Sisi. Pero las preguntas que nos hacemos todos son: ¿cómo se va a conseguir que la gente se traslade a vivir allí?, ¿aumentarán o disminuirán los desplazamientos diarios?
No parece que el diseño de la nueva urbe mitigue el sol abrasador ni el efecto “isla de calor”, ni que esté en primer plano la sostenibilidad. Tampoco se salva la Torre Iónica del efecto invernadero. Pero quizá lo más grave sea la escasez de agua, ahora mayor con la construcción de la presa de Al-Nahada en Etiopía, que ha reducido el suministro de agua en El Cairo. El coste de la nueva urbe supera los 60.000 millones de dólares, en gran parte financiado con endeudamiento público. Según el Informe POMED, que analiza la nueva capital de Al Sisi, se han invertido enormes recursos que no tendrán retorno, lo que sitúa a la NAC como una burbuja a punto de explotar. Sin duda, la construcción de la ciudad ya es en sí un desafío faraónico que tiene bastante de experimento. Pero ¿no acabará siendo con los años una extensión más de la ciudad histórica? Hasta ahora, con el tiempo, la ciudad de El Cairo no ha hecho sino incorporar a la megaciudad sus conquistas periféricas del desierto. Por eso, ¿no será todo esto una costosa vía de escape?