En India ha resurgido el odio religioso con los recientes enfrentamientos entre hindúes y musulmanes, que han dejado más de medio millar de muertos. Según Tunku Varadarajan, vicedirector de opinión del Wall Street Journal, gran parte de la culpa es de los políticos, que no reafirman la laicidad, uno de los principios fundacionales del Estado indio (Wall Street Journal, 11 marzo 2002).
«El fervor religioso era común en India cuando se aprobó la Constitución, en 1950, poco después de obtener la independencia. En aquella época, solo el 18% de la población sabía leer. Como muchos menos aún, sin duda, estaban capacitados para entender la Constitución, la laicidad del Estado indio -consagrada en ese texto- era principalmente una idea de la elite política del país. De hecho, era casi la idea de un solo hombre, Jawaharlal Nehru, el primer jefe de gobierno, que destacaba por su antipatía hacia la religión». Nehru despreciaba los símbolos religiosos indios y le repugnaba la retórica cuasi-religiosa de Mahatma Gandhi.
¿Cómo pudo implantarse una idea aparentemente tan lejana del sentir popular? «El prestigio de Nehru en la política india era tan indiscutible, y tan invencible su Partido del Congreso en las elecciones, que la idea de laicidad -aunque impuesta desde arriba- fue aceptada sin rechistar tanto por el gobierno como por la oposición».
Nehru, pues, parece muy similar a Mustafá Kemal Ataturk. Sin embargo, señala Varadarajan, entre ambos hay importantes diferencias. En primer lugar, Nehru era un demócrata convencido, no un sedicente «padre» del pueblo, como Ataturk. Además, Turquía es un país de abrumadora mayoría musulmana, y el secularismo de Ataturk, a diferencia del de Nehru, no pretendía ser una fórmula para reconciliar gentes de distintos credos, tradicionalmente enemigas. El proyecto de Ataturk era jacobino: en este caso, la laicidad era un instrumento para forzar la «modernización», y pretendía marginar la religión de la vida pública.
En cambio, en India la religión nunca ha sido excluida del ámbito político. «De hecho, hay numerosos partidos políticos que tienen programas patentemente religiosos. El Partido Bharatiya Janata, del primer ministro Atal Behari Vajpayee, suele ser considerado ‘nacionalista hindú’, y cuenta entre sus aliados extraparlamentarios algunos grupos que son declaradamente chauvinistas hindúes».
«En el ideal indio, la laicidad imita en parte al Occidente liberal: he aquí una de las razones por las que la democracia india -pese a sus defectos- tiene tantos admiradores en América y Europa. Los partidos religiosos no están proscritos; la religiosidad no es palanca para medrar en política; la discriminación religiosa es ilegal. Los padres de la Constitución india diseñaron un Estado plurirreligioso donde los ciudadanos puedan convivir, sin que ningún grupo goce de ventaja o sufra desventaja por causa de la religión».
Hoy, prosigue Varadarajan, India es tan religiosa como en 1950; pero la tasa de analfabetismo ha retrocedido hasta el 45%: se supone que la laicidad del Estado debería tener más adeptos conscientes. ¿Cómo se explican matanzas entre hindúes y musulmanes como las recientemente ocurridas? Entre las posibles razones, hay una que Varadarajan considera indiscutible: «Un país aún tan pobre -y con tan poca educación- como India será siempre propenso a estallidos sociales si carece de una clase dirigente civilizada. Esto es lo que India no ha tenido -en ningún partido- por mucho tiempo, y lo que el país necesita ahora urgentemente».
Por tanto, concluye el articulista, los políticos indios no pueden jugar con el fervor religioso adoptando la ambigüedad para sacar provecho de él. Es preciso que el gobierno y la oposición se reúnan para manifestar sin ambages su compromiso con la laicidad y en favor de la paz social.