La escalada de unas mentes maravillosas

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Sebastián Álvaro tiene 67 años, ha hecho más de doscientas expediciones de alta montaña –sesenta y tantas, por encima de los 8.000–, realizado trescientos cincuenta documentales y creado un programa –Al filo de lo imposible, en TVE–, con doce millones de audiencia a las espaldas. Su última creación es ¿Y si te dijeran que puedes?, documental dirigido por su hijo Javier, que muestra una expedición cuyo reto era escalar una pared vertical de 500 metros, en el Naranjo de Bulnes (Asturias). Los protagonistas: cinco personas esquizofrénicas, como el protagonista de Una mente maravillosa.

En 2008, Sebastián Álvaro tuvo que dejar TVE, a consecuencia de un expediente de regulación de empleo. Eran tiempos de vacas flacas en la televisión pública, pero él no se iba a quedar de brazos cruzados: pasó a trabajar para causas solidarias. “Sigo haciendo expediciones, por supuesto, pero ahora me meto también en proyectos de ayuda humanitaria. Empecé uno en Hushé, al noroeste de Pakistán, para ayudar en la educación, la sanidad y la agricultura de esa población. Y ahora me he implicado en el de di_capacitados”: una iniciativa de Janssen que busca concienciar a la sociedad para eliminar el estigma asociado a enfermedades mentales, concretamente la esquizofrenia.

Sebastián estuvo en la Universitat Internacional de Catalunya para presentar el documental.

¿Normal? ¿Qué es lo normal? Se lo pregunto, porque antes, en la presentación, decía que él no era normal. Y se ríe. A carcajadas.

— ¿Eres normal?

— Uno, sea el que sea, siempre se ve normal; pero… ¡hombre!, un tipo que, con más de 60, todavía se pasa siete meses fuera de España; se mete en todas las causas justas nobles que puede, y la gran mayoría las pierde; sigue escalando montañas que superan los 6.000 metros y escribe artículos para comunicar su experiencia a los demás; se dedica a hacer un proyecto de ayuda humanitaria… La normalidad de la gente no creo que lo haga…

Incorporar a los enfermos

— Antes, cuando hablabas del documental, decías: “Pensé que estábamos haciendo un favor…”

— Y en realidad los que salimos enriquecidos fuimos nosotros. Aprendimos cosas de las que no tenía ni idea: “La enfermedad mental es la gran desconocida”, me dijeron. Ahora, somos más humildes y mucho más conocedores de lo mal que nos portamos la sociedad en general con gente que tiene una enfermedad de estas características.

— “Di_capacitados”, como “bi_capacitados”: más capacitados, en realidad.

— Tienen otras capacidades. No sé si mayores o menores: en algunos casos mayores, otras menores, pero nada de eso les hace merecedores del estigma de la enfermedad mental. Nada. Lo que tenemos que hacer es incorporarles, buscando una sociedad más justa, más solidaria y amable con todo el mundo. En la sociedad española, tenemos un exceso de crispación: pasamos el día en cosas que realmente son tonterías. Por esto, echo de menos que la gente trabaje por la calidad de vida de los ciudadanos y a eso nos deberíamos dedicar todos. También los poderes públicos.

— ¿Qué es lo que más te impresionó de la experiencia con ellos?

— Uno de los entrenamientos que hicimos: Ramón, uno de los que aparece en el proyecto, y yo tratábamos de sobrevolar el volcán Villa Rica, en Chile. Es un volcán activo: dentro del cráter hay lava burbujeando. Y la verdad es que Ramón se equivocó y levantó el parapente, se puso en una racha de viento que lo tiró hacia atrás y le fue arrastrando directo al cráter. Me tiré por él, le hice un placaje y nos pegamos un restregón que nos dejó con la ropa hecha jirones, con cortes por todos los lados, sangrando… Emilio, otro del equipo, se nos quedó mirando y diciendo: “¡Estáis demasiado locos!”. Y yo pensé: “¿No se suponía que eran ellos los “locos”? En realidad, cuenta mucho la visión del otro, que siempre es diferente: de cómo miremos a los demás. Así que el “profeta de la normalidad” no existe realmente. Cada uno de nosotros somos diferentes, con nuestras peculiaridades y locuras…

— Impresiona ver, en el documental, la cara de felicidad del equipo, al llegar a la cumbre.

— Sí, sí. Eso es maravilloso. Haber conseguido algo que pensaban que no conseguirían. Pero se lo curraron. Esa noche lo celebramos con una cena magnífica y, al día siguiente, cuando nos despedíamos, todo el mundo estaba llorando. Porque lo habíamos conseguido. Porque nos servía a nosotros y va a servir a más gente. La montaña es, en el fondo, una metáfora de la vida: te enseña el coste de del esfuerzo, del sacrificio. Y ellos lo consiguieron, a pesar de que algunos podrían decir que no son normales…

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