Premios Nobel, economistas, jóvenes activistas, empresarios y expertos de renombre mundial, se reunieron a través de las pantallas en Asís para el evento denominado “The Economy of Francesco”, del 19 al 21 de noviembre.
La ciudad de Asís fue el lugar escogido para el congreso por su fuerte significado moral. Fue allí donde San Francisco vivió con pobreza extrema y, ocho siglos después, sigue siendo un elocuente signo de la renuncia a las seducciones del dinero. Más tarde, los franciscanos se convertirán en protagonistas de una teoría financiera del crédito que anticipará el nacimiento de la moderna economía de mercado. Este es un ejemplo de cómo el cristianismo ha contribuido a menudo a civilizar la sociedad –parafraseando al beato italiano Giuseppe Toniolo–, especialmente cuando ha logrado abstraerse de las batallas ideológicas para ofrecer su lectura del mundo y de la historia, a la luz de la Revelación sobrenatural y el mensaje de salvación del Redentor.
La tesis de fondo de la conferencia de Asís es bastante revolucionaria: el sistema económico que hemos conocido hasta ahora necesita una transformación radical, no una mera reforma. Nos encontramos en tiempos difíciles, y por eso se necesita urgentemente un reajuste general. Para esta transformación resulta insuficiente la distribución de la riqueza que se ha venido realizando durante mucho tiempo entre las diferentes zonas del planeta, con países que crecen vertiginosamente mientras otros se están quedando atrás.
Cambio de rumbo
El PIB no es un indicador adecuado para medir el bienestar de las personas y las comunidades, como han reiterado, entre otros, los economistas Jeffrey Sachs y Muhammad Yunus, que participaron en el congreso: no podemos dar por descontado que un aumento de la riqueza producida en un país se distribuya equitativamente. Yunus, premio Nobel, propone una fórmula más efectiva para la gran transformación: “Cero emisiones de carbono, cero pobreza, cero desempleo”. La pandemia se ve como una última oportunidad para realizar un cambio de rumbo antes de que sea demasiado tarde: “Si seguimos el mismo camino, terminaremos alcanzando el mismo objetivo y el destino es la deuda y la muerte”. Una tesis que hasta hace unos años era tildada de catastrofista, pero que ha entrado de lleno en el magisterio pontificio: “Esta economía mata”, dirá el Papa Francisco en la exhortación Evangelii gaudium.
¿Qué ha cambiado mientras tanto? Desde luego, en la última década ha cambiado el contexto económico y social, desgastado por la crisis de 2008 y exacerbado por la pandemia que estamos viviendo. Y se difunden diagnósticos y terapias basadas en una concepción de la sostenibilidad que aún debe ser descifrada y liberada de sus premisas neomalthusianas. En cualquier caso, la crisis ha provocado una crítica aún más vehemente del capitalismo, y algunas sensibilidades culturales se han visto compartiendo el mismo panorama sombrío y amenazador de un mundo que debe repararse con sumo cuidado.
Los últimos pontífices han promovido una reforma moral en la base de la economía contemporánea
No podemos olvidar que también el magisterio social anterior había expresado serias dudas sobre el capitalismo. En la encíclica Centesimus annus (n. 42), Juan Pablo II lo distinguió de la economía de mercado definiéndolo como “un sistema en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral”. Benedicto XVI condenó en la encíclica Caritas in veritate (n. 21) una economía que tenía como único objetivo el beneficio económico, que “cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza”.
En el camino trazado por Pablo VI, los últimos pontífices han promovido una reforma moral en la base de la economía contemporánea, suscitando un desarrollo humano integral extendido a todos los pueblos y visible en concretas “iniciativas económicas que, sin renunciar al beneficio, quieren ir más allá de la lógica del intercambio de cosas equivalentes y del lucro como fin en sí mismo”, como subraya Caritas in veritate (n. 38).
Un paso más
A pesar de su continuidad con la enseñanza social de sus predecesores, The Economy of Francesco da, objetivamente, un paso adelante en la condena al capitalismo y en la búsqueda de un nuevo sistema económico. Dirigiéndose a los dos mil jóvenes protagonistas del acontecimiento de Asís, el Papa reitera la necesidad de iniciar procesos de cambio radical de los paradigmas económicos, con dos prioridades: la reducción de las desigualdades y la protección de la tierra, “tan gravemente maltratada y expoliada”. Los paliativos que ofrece el tercer sector o la filantropía no son suficientes; por el contrario, “no siempre son capaces de asumir estructuralmente los actuales desajustes que afectan a los más excluidos y perpetúan, sin querer, las injusticias que pretenden revertir”.
Los desequilibrios deben ser abordados rediseñando toda la estructura social e institucional: “Es necesario asumir estructuralmente que los pobres tienen la dignidad suficiente para sentarse en nuestros encuentros, participar de nuestras discusiones y llevar el pan a sus mesas. Y esto es mucho más que asistencialismo. (…) Es hora de que se conviertan en protagonistas de su vida y de todo el tejido social. No pensemos por ellos, pensemos con ellos”. Una expresión que excluye definitivamente la intervención paternalista de una actio benefica in populum de la época de León XIII, pero que al mismo tiempo parece retomar el interclasismo del pensamiento democrático cristiano original. Y de nuevo, citando la encíclica Spe salvi: “La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. Esto es válido tanto para el individuo como para la sociedad” (n. 38).
Los cristianos deben tener este criterio, incluso cuando piensan y actúan al servicio del orden social. Más problemático es aceptar vivir entre “el ya y el aún no” y explicar a las culturas ajenas al cristianismo que el Reino de Cristo no es de este mundo. Por ello, el cristianismo será siempre refractario a los experimentos utópicos, pero no podrá dejar de recordar a las conciencias los compromisos que se asumen por el hecho de ser humano: esa fuente originaria, requisito previo para salir de la complacencia pasiva en el statu quo, pero que es, en cierto sentido, inagotable e inalcanzable.
Mario Ciampi es profesor de Historia de las instituciones políticas y
de Historia constitucional en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Guglielmo Marconi (Roma)
PropuestasEl congreso “La economía de Francisco” concluyó con una Declaración final en que los participantes proponen algunas vías hacia “una economía mejor”. |