¿Cómo determinar, en los países desarrollados, si un trabajador está en situación de pobreza pese a disponer de un empleo? Lo pregunto a Rosalía Vázquez Alvarez, econometrista de la Organización Internacional del Trabajo y miembro del equipo que elaboró el reciente Informe Mundial sobre Salarios 2016/2017, dedicado a la inequidad salarial.
— Lo que normalmente se hace –explica– es mirar a la cola baja de la distribución: ver cuánto recibe una persona que trabaja a tiempo completo y cómo se compara con el umbral de pobreza. Esa es una forma de medir.
Hay un término, que no es de la OIT, con el que se intenta medir el vínculo entre mercado laboral y pobreza, que se denomina la renta vital. En nuestra convención 131 de salario mínimo (SM) de alguna forma tocamos ese concepto, porque se habla de qué factores tendrían que determinarlo: desde el contexto económico, lo que implica la productividad del país, hasta los aspectos relacionados con el bienestar del hogar.
Al mencionar el SM, se alude al umbral de pobreza. Es verdad que cuando se considera un SM hay cierta esperanza de que, si se cumple con ello, la persona que lo recibe pueda mantener a su familia dignamente, pero no siempre es el caso, porque ahora mismo hay un estancamiento de los salarios y unas medidas de austeridad bastante fuertes.
La distribución favorece a los “top earners”, a los grandes ganadores; no hay control sobre cómo se deciden los salarios en la cola alta de la distribución
Dicho estancamiento ha tenido un impacto en la cola de la distribución; en la posibilidad de que una persona que trabaja, en un hogar promedio, con dos hijos y un cónyuge también empleado, llegue a mantener a la familia. En España, ahora mismo, el SM está en 707,7 euros mensuales, en 14 salarios. Habría que mirarlo y ver si con él se puede rebasar la línea de pobreza. Si no, hay que cuestionarse si es lo suficientemente alto para ser digno, y qué otras políticas pueden ayudar a complementarlo para que una persona pueda estar por encima del umbral de la pobreza.
Por otra parte, cuando les explicamos a los países cómo tendrían que calcular el SM, no necesariamente tomamos en consideración el umbral de pobreza, porque tendría que haber otras políticas para, junto con el SM, ofrecer a la familia unos ingresos dignos. Cuando preguntan cómo establecerlo, se les dice que deben tomar en consideración la mediana de la distribución salarial, que no considera la línea de pobreza, sino cuán lejos está alguien de alcanzar lo que recibe el 50% de los asalariados. Así, o te fijas en la mediana, que está más cerca de la productividad del país, o en la línea de pobreza y te vas más a lo que es una renta vital y no el SM.
— Grosso modo, ¿qué factores estarían incidiendo en la bajada general de salarios?
— Hay muchos factores que determinan el salario, como la capacidad de los agentes sociales de negociarlo. Entonces, quizás en algunos países puede estar ocurriendo que la pérdida de fortaleza de las instituciones en términos de relaciones laborales, de capacidad de los agentes para llegar a acuerdos colectivos, tenga un peso en el estancamiento salarial, al punto de que estos no sigan la tendencia del coste de la vida.
— ¿Habría una especie de “efecto China” en esto, marcado por las deslocalizaciones?
— Lo de las empresas que trasladan su producción a otros ámbitos, sería un factor. Pero hay otros, como que hay mucha subcontrata hoy día, y con esta lo que ocurre es que se polarizan las ocupaciones. Hay empresas con un capital humano empleado en puestos de muy alto ranking, y cualquier otro tipo de trabajo o servicio que necesitan lo subcontratan a empresas de servicios, donde se concentra una masa de trabajadores de baja cualificación. Esta polarización provoca que se pierdan los salarios medios.
También hemos detectado otra tendencia: no solamente la polarización conlleva una diferenciación grande entre empresas que son más o menos productivas, sino que dentro de las empresas, por muy productivas que sean, hay una gran dispersión salarial: hay gente que es muy productiva, pero que devenga salarios muy cercanos al de un trabajador empleado en empresas muy poco productivas. No porque la empresa sea muy productiva todos sus trabajadores perciben un salario digno.
Cuando se considera un salario mínimo hay cierta esperanza de que la persona que lo reciba pueda mantener a su familia dignamente, pero no siempre es el caso
Está además el argumento del “1%”: que, de la productividad de la empresa, la distribución favorece a los top earners, a los grandes ganadores. No hay control sobre cómo se deciden los salarios en la cola alta de la distribución. Es un agujero negro, que provoca una gran desigualdad en la distribución salarial.
— En su opinión, ¿qué efectos pueden tener los salarios rezagados respecto a la productividad en el futuro de la sociedad del bienestar?
— Lo que nosotros decimos es que cuando los salarios se estancan, se crea un descontento social. Recientemente estuve en una conferencia en Finlandia, y una de las ponentes dijo algo de mucho interés: cuando no hay desigualdad, o cuando esta es muy baja, todo el mundo vive la misma realidad. A lo mejor eres conserje o alto ejecutivo, pero todo el mundo se puede ir de vacaciones. Eso es algo que crea unidad y un cierto nivel de satisfacción por pertenecer a esa sociedad. Ahí los populismos no tienen ningún tipo de entrada.
En cambio, la repercusión de que no haya un aumento de los salarios y de que la gente tenga dificultad para llegar a fin de mes, es un descontento que nos lleva a situaciones sociales que pueden nutrir ese malestar. Y ello tiene un cierto riesgo para la cohesión social, así como para el crecimiento sostenible en los países desarrollados y en cualquier otra región del mundo con situaciones incluso más vulnerables que las nuestras.