Es tendencia humana colorear toda la realidad con el tono del sentimiento dominante. La euforia nos hace ciegos a las dificultades y no vemos nada sano cuando vamos mal. Los matices y la objetividad desaparecen del horizonte subjetivo.
Ahora que el euro pasa la dura prueba de la crisis griega, es fácil encontrarle los defectos. Es la moneda común de países muy diversos en lo económico y sin un mismo régimen fiscal. Pueden tener situaciones económicas contrapuestas, y carecen del poder para devaluar la divisa si se estancan. El Banco Central Europeo (BCE) les fija los tipos de interés a todos, aunque las tasas de inflación sean muy dispares. La cotización del euro puede resultar alta para unos exportadores y baja para otros, según la productividad y los costes laborales. Por otro lado, del euro se esperaba una mayor integración entre los Estados, pero compartir moneda no suprime las diferencias de nivel de vida, como no iguala las economías.
El euro favorece el comercio entre los países adheridos al eliminar los cambios de divisa
Así, según Steven Erlanger en el New York Times, “muchos en Europa creen que las ventajas económicas del euro han quedado anuladas por las restricciones que impone”. Pero Erlanger no ayuda a comprobarlo, pues detalla las restricciones sin citar las ventajas. Las hay, y es momento de recordarlas.
El euro favorece el comercio entre los países adheridos. Ahorra gastos debidos al paso de una divisa a otra y también los seguros de cambio. Reduce las fluctuaciones de precios y permite compararlos sin esfuerzo. Facilita el movimiento de capitales y las inversiones de una nación a otra. Quien haya experimentado qué fácil y barato es ordenar una transferencia bancaria a otro país de la zona euro no echará de menos su antigua divisa nacional, al menos no en ese momento.
Los que añoran la posibilidad de devaluar la moneda no deberían olvidar que también implica problemas. Disminuye el valor de los ahorros de los nacionales frente al resto del mundo y el de las inversiones de los extranjeros. Si ayuda a los exportadores, perjudica a los importadores. Estimula la inflación. A cambio de perder flexibilidad, los países con el euro ganan estabilidad: sus empresas y ciudadanos no temen que todo valga menos de la noche a la mañana por ucase del gobierno.
El euro da también algunos beneficios intangibles. Gracias al euro y al acuerdo Schengen, entrar en otro país sin tener que detenerse en la frontera ni cambiar moneda es una experiencia que no se da en otra parte del mundo. La mayor facilidad para conocer otras naciones, para entrar en relación con otras gentes, es un caso práctico de integración europea, una vacuna contra fanatismos nacionalistas: no poca cosa en un continente que por dos veces en el pasado siglo se desangró en las dos mayores guerras habidas en la historia, arrastrando además a medio mundo.
Desde el principio, el euro tuvo una fuerte motivación política además de económica, y el equilibrio entre una y otra es imperfecto. Adoptarlo fue mucho más ventajoso para países de divisas débiles que para otros como Alemania; pero renunciar al marco dio a esta más peso en la gestión de las finanzas comunes, como se ve en las negociaciones con Grecia.
El euro nunca ha sido una pura maravilla, pero tampoco un fracaso total, y merece que alguien salga en su defensa.