Bruselas. La desigualdad alimentaria entre países del mundo sigue siendo patente y paradójica: mientras Unicef daba la alarma en estos días sobre la desnutrición de los niños norcoreanos, en la Unión Europea preocupan los futuros excedentes de productos agrícolas. El comisario de Agricultura, Franz Fischler, presentó a finales de abril a los ministros europeos correspondientes un informe en el que califica de «gravemente» excedentaria la perspectiva del año 2005.
En efecto, ese año se habrán acumulado los mayores excedentes conocidos hasta ahora de cereales y carne de bovino. En cereales, las reservas públicas reunirán 58 millones de toneladas (las más elevadas hasta ahora se produjeron en 1991: 35 millones de toneladas). En carne bovina, los excedentes llegarán a 1,5 millones de toneladas (los mayores fueron de 1,2 millones de toneladas, en 1993). Y ello a pesar de que el barbecho obligatorio alcanzará el 17,5% de la superficie cultivada (actualmente es del 7%).
Para dar salida a estas «montañas» de cereales y carne, la reforma de la política agrícola común (PAC) se hará de forma aún más drástica que hasta ahora: la propuesta de la Comisión Europea, que de momento no tiene el apoyo de los Estados, es disminuir la subvención a los precios en un 7,5%, aunque -eso sí- se aumenten las ayudas directas a la renta de los agricultores, a modo de compensación.
Frente a las dificultades, el mismo informe lanza una nota de optimismo: el apogeo de las reservas en Europa coincidirá con un aumento de la demanda y del comercio mundiales. Algunos de los factores que propiciarán esa mejora mundial serán el crecimiento demográfico y el aumento del nivel de vida y del consumo en los países en desarrollo.
La población total de los cinco continentes (según el Banco Mundial) pasará de los 5.700 millones de hoy a 6.500 millones en el año 2005, es decir, cada año crecerá en unos 85 millones de personas, más de la mitad en Asia y el 20% en África. El PIB de estos países aumentará considerablemente, sobre todo en Asia (un 7% al año; en China, el 9%). En cambio, la creciente demanda de estos países sólo será parcialmente compensada por el aumento de la propia producción, por lo que tendrán que ampliar las importaciones de los países desarrollados excedentarios (por ejemplo, según el informe, las importaciones de cereales aumentarán un 4,2% al año y pasarán de 140 millones de toneladas de 1990 a 210 millones de toneladas en el año 2010).
Resulta paradójico ver que Europa lucha por reducir su propia producción mientras que el resto del mundo pide más alimentos. Pero es cuestión de precios. Al ser los costes de producción más elevados en Europa que en el resto del mundo, la exportación a precios mundiales sólo es posible si hay subvenciones que los rebajen, y estas subvenciones cuestan caras al presupuesto europeo. Reduciendo la producción, se reducen las posibilidades de exportar y, en consecuencia, las subvenciones. Este es el resultado de un razonamiento puramente económico.
Algunas voces plantean si no sería posible un reajuste en el presupuesto europeo, de forma que aumente la partida destinada a ayuda alimentaria. Esto permitiría producir, comprar al menos parte de la producción excedentaria, exportar sin ayudas -puesto que no hay venta sino donación- y alimentar así la creciente demanda mundial. En cualquier caso, el viejo cliché de que el aumento de la población puede conducir al hambre queda totalmente fuera de lugar con informes como éste que ponen de manifiesto una paradoja: por una parte, la Unión Europea financia programas de control de natalidad en el Tercer Mundo para evitar el «exceso» de población y, por otra, cifra en el aumento de esta población las únicas esperanzas de reducir el exceso de su propia producción.
Ana Gonzalo