Un informe preparado por un grupo de seis investigadores para el Centre d’analyse stratégique (CAS) revela que entre las generaciones de franceses comprendidas entre los 30 y los 50 años está muy extendida la sensación de haber perdido estatus social respecto a la generación de sus padres.
El estudio admite que el porcentaje de los treintañeros y cuarentones déclassés ha aumentado en los últimos veinte años: entre 3,5 y 7 puntos. Sin embargo, se advierte que “el descenso social no es algo puramente objetivo, sino asunto de percepción, de comparación social y de aprensión ante el futuro”. Insistiendo entonces en que no debe sobreestimarse el fenómeno, los investigadores del CAS llaman la atención sobre datos objetivos de la economía, tales como el hecho de que en Francia, a diferencia de otros países de la OCDE, la desigualdad entre clases sociales no ha aumentado.
Resueltas otras diferencias que pesaban en el pasado, como las que separaban a hombres de mujeres y a personas con grados muy diversos de formación, el informe se pregunta cuánto de este sentimiento de decadencia responde al “mito de de la perpetua elevación para todos”. Lo cierto es que las conclusiones del CAS parecen muy cercanas a las de la socióloga Camilla Peugny, que en su libro Le Déclassement (Grasset & Fasquelle, 2009) consigna que entre el 22% y el 25% de los franceses en edad de producir creen ocupar un puesto más bajo que sus padres en la escala social, frente al 18% que sentían lo mismo a principios de los 80.
Por debajo de los estudios
El informe diferencia el descenso social según los diversos aspectos que implique, y así habla de disminución respecto del nivel de estudios, del déclassement territorial por la distancia entre el lugar de residencia y las oportunidades de empleo y de acceso a los servicios, o de la venida a menos causada por el endeudamiento excesivo. Parece, sin embargo, que la brecha entre el nivel de estudios y las condiciones laborales es el principal motivo para sentirse desclasado: “los licenciados constituyen el grupo más expuesto a la disminución del nivel social”, dice el informe, que eleva la importancia del fenómeno para el caso de la función pública, pues señala que el 64% de los jóvenes contratados poseen un “diploma superior -e incluso muy superior- al que normalmente se requiere para aprobar el concurso”.
Un estudio del Center for Labor Market publicado en mayo traza un panorama semejante para el caso de América Latina, pues señala que los jóvenes graduados universitarios se incorporan cada vez con más frecuencia a trabajos que apenas requerirían formación secundaria. El problema, además, es que a su vez desplazan del mercado laboral a los que tienen menos nivel educativo, de modo que este último grupo, los jóvenes y los pobres se convierten en los sectores más vulnerables a la crisis.
Los casos de los “mileuristas” en España apuntan en el mismo sentido: según la encuesta cuatrienal de Estructura Salarial del Instituto Nacional de Estadística (INE), el sueldo medio en España en 2006 (fecha de su última edición) era de 19.680 euros al año, frente a los 19.802 euros de 2002. Algo que, como ha comentado Ramón Muñoz en un amplio reportaje para El País, significa que los sueldos no sólo no crecieron, sino que se redujeron; y ello en tiempos anteriores a la actual debacle económica. La encuesta también revela otro dato: que la mitad de los españoles gana menos de 15.760 euros al año, es decir, son “mileuristas”. Junto a esto, el último informe FOESSA sobre exclusión y desarrollo social en España calculaba un 12,2% de hogares “pobres integrados”, esto es, sectores cuyos exiguos ingresos los ponen al borde de la exclusión social.
La pesada carga de la vivienda
Una viñeta de Le Monde (10-07-2009) da cuenta de la situación: en un escenario doméstico típicamente decorado al estilo de Ikea, dos jóvenes de aspecto treintañero y resignado comparten un sofá, sin que ni su actitud ni su indumentaria delaten una vida demasiado apasionante: “Pfff”, dice ensimismado el chico, “cuando piensas que a nuestra edad nuestros padres tenían una parcela y construían una casa…”. “Sí”, contesta ella, “nosotros tenemos un i-Phone y un router inalámbrico ADSL”.
Según el estudio del CAS, aunque el nivel de vida de las clases medias en Francia se ha expandido desde 1970 en más de un 85%, la percepción de este progreso se ve afectada por el peso de las hipotecas sobre los ingresos. “La calidad media de las viviendas no ha dejado de mejorar, tanto en tamaño como en comodidad, desde comienzos de los 70”, explica el texto, pero la subida de precios posterior a 2000 casi ha duplicado, entre 1984 y 2006, el porcentaje que los franceses dedican a pagar la vivienda (10% antes y 19% en la fecha más reciente). Este aumento de la carga en el presupuesto habitacional provoca, según el CAS, un “descenso por erosión” del nivel de vida.