Philippe Simonnot reseña en Le Monde (24-XI-95) el libro de Angus Maddison «La Economía mundial 1820-1992. Análisis y estadísticas» (Estudios del Centro de Desarrollo, OCDE, París, 274 págs.). Los datos desmienten las predicciones de Malthus, pues el crecimiento de la riqueza ha ido muy por delante del aumento de la población.
De 1820 a 1992, la población se ha multiplicado por cinco, la riqueza global por cuarenta y el nivel de vida individual casi por nueve, es decir, una progresión media del 1,21% por persona y año. Las sombrías predicciones de Malthus han sido desmentidas.
La edad de oro de estos dos siglos ha sido el periodo 1950-1973. Pero lo que no se sabía con tanta precisión es que el segundo mejor periodo de crecimiento ha sido 1870-1913, y el tercero 1973-1992. Cuando nos situamos en el largo plazo, nuestros lamentos cotidianos sobre la crisis económica parecen injustificados y simplemente ridículos.
Otro resultado importante: la desigualdad de las naciones no ha cesado de aumentar durante estos dos siglos. Los países o las regiones más prósperas a comienzos del periodo, Europa Occidental, América del Norte, Australia, Nueva Zelanda, son las que han progresado más rápido. La diferencia entre el país más rico y el más pobre era de 3 a 1 en 1820; hoy es de 72 a 1. Sin embargo, la clasificación es en 1992 más o menos la misma que Adam Smith había obtenido en sus investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. Así, África ha permanecido en la parte baja de la clasificación, con una renta media per cápita que equivale hoy a la que tenía Europa en 1820.
A la cabeza de los factores explicativos de esta prodigiosa expansión de la riqueza y de su desigual distribución, Angus Maddison coloca en primer lugar el progreso técnico, sobre todo en los transportes y comunicaciones (…). A continuación vienen la acumulación de capital físico, la fuerte elevación del nivel medio de educación, la interdependencia creciente de las economías (en 1820, las exportaciones no representaban más que el 1% del producto mundial contra el 13,5% en 1992). En cambio, las riquezas naturales desempeñan un papel cada vez menos importante.