Europa debate sobre si es legítimo dar preferencia a las mujeres para el acceso a ciertos puestos de trabajo. Pero, en un puesto o en otro, el avance laboral de la mujer tropieza siempre con una organización del trabajo que no está pensada para conciliar las obligaciones familiares y las laborales.
Ellas, las que compaginan la tabla de menús con el ordenador, han puesto sobre el tapete algunos de los temas más candentes de nuestra sociedad postindustrial: horarios extensos, ausencia de tiempo de ocio entre semana, niños que apenas ven a sus padres y un ritmo de vida marcado por la prisa, una enorme prisa por alcanzar la codiciada «calidad de vida».
El mundo económico ha impuesto sus criterios productivos con tal fuerza que el trabajo rige absolutamente la vida social. La preconizada sociedad del tiempo libre ha sido, en la práctica, sustituida por un mundo que se debate entre dos extremos: el ocio o el estrés, ningún trabajo o demasiado.
Así, nos parece normal que gobiernos y grandes estructuras económicas apliquen la fórmula 2-3-2: la mitad de gente hace el triple de trabajo por el doble de salario. Mientras hay tantos en paro, los que trabajan llevan a cabo jornadas laborales incompatibles con una vida privada normal.
Sin embargo, muchos -¡y muchas!- han protestado: el derecho al trabajo debe ser compatible con el derecho a formar una familia y a poder disfrutar de ella y con ella. Las mujeres empiezan a estar cansadas de tener que encarnar el mito de superwoman, y aspiran a ser personas normales, sin obsesiones laborales, cargos de conciencia ante unos hijos a los que no se dedica el tiempo suficiente, y un marido con el que la comunicación se reduce, frecuentemente, a un cruce de reproches crispados sobre obligaciones o deberes mutuamente incumplidos.
Pero, ¿es tan difícil ser felices?
Cuando sociólogos, maridos, padres, feministas y periodistas se ponen a hablar del tema, coinciden bastante. El semanario norteamericano Newsweek publicaba el pasado marzo un extenso reportaje sobre el trabajo, el estrés y la influencia de estos dos factores en las rupturas psíquicas y afectivas de las parejas. «La gente está agotada, estresada financieramente, emocionalmente y laboralmente», afirma Leah Potts Fisher, codirectora del centro Work and Family de Berkeley (California).
La situación es muy similar en Francia. Un sondeo realizado en octubre de 1994 revelaba que el 60% de las ejecutivas se sentían incapaces de compaginar bien el trabajo y la familia. El motivo de todo ello: un ritmo sofocante. No se trata de que ellas tengan o no capacidad: es que la sociedad no está hecha pensando en la familia. A pesar de todo ello, el 81% de las encuestadas, con edades comprendidas entre los 25 y 34 años, confesaban que nunca renunciarían a un trabajo fuera del hogar, pues consideraban que éste es tan indispensable para la mujer como para el hombre.
Los resultados de esta encuesta son muy útiles, ya que la mujer francesa actual puede servir de paradigma de la europea media. Así que las mujeres no quieren dejar de trabajar, he aquí… ¿el problema? Este es al menos el enfoque de algunos. Argumentos para justificar la realidad surgen muchos y dispares: «su sueldo es necesario para sacar adelante a los suyos, con el del marido no basta», «es un resultado de la lucha feminista: las mujeres huyen de la casa», «quizá ellas sean la causa de que exista tanto paro», «la familia corre peligro y los hombres empiezan a hartarse».
Respuestas desde la empresa
No parece que la solución sea dejar la oficina y «volver a casa», como decía una feminista francesa arrepentida hace unos años. Se trata más bien de buscar fórmulas desde las propias empresas: jornadas a tiempo parcial, excedencias por maternidad-paternidad, guarderías facilitadas por la empresa, trabajo desde casa, flexibilidad de horarios con un adecuado pago por rendimientos o consecución de objetivos.
En cuanto al cónyuge, el asunto está claro: tanto si su mujer trabaja fuera como si no, la vía más eficaz de entendimiento es la cooperación. No se trata de dar pautas ni reglas; cada matrimonio decide qué funciones y cómo se reparten éstas según preferencias, aptitudes o necesidades de ambos o de la familia. Es más bien una cuestión de mentalidad: la sociedad, el trabajo y la familia son de los dos, y en función de esa complementariedad -amorosa en el caso del matrimonio y psicológica en el resto de los ámbitos- se realizarán mejor y más armónicamente todos los aspectos de la vida.
Tener en cuenta a la familia en la organización laboral puede hacer chirriar los engranajes, pero al final también la empresa saldrá ganando. Los directores de Recursos Humanos han llegado ya a esta conclusión: un trabajador satisfecho en su vida familiar o personal es un trabajador productivo. Puede resultar desalentador que la reflexión no sea resultado de un hallazgo antropológico, sino que de nuevo sea la economía la que marque la pauta. Pero, por lo menos, la existencia de departamentos dedicados a «lo humano» en la empresa es un buen punto de apoyo.
Dicen los expertos que el ejecutivo del futuro no trabajará donde le paguen más, sino en la empresa en la que se sienta más a gusto, donde pueda llevar a cabo con más libertad y creatividad sus ideas y se sienta estimulado por un verdadero líder. Wall Street y sus agitados brokers ya no son un modelo para las nuevas generaciones.
La VII Reunión Internacional del Seminario Empresa y Humanismo, celebrada recientemente en la Universidad de Navarra, reflejaba algunas de estas nuevas ideas. Algunos empresarios, como por ejemplo Jean Paul Guisset -creador de JPG, la segunda empresa del sector de muebles de oficina en Francia- proponen un cambio de mentalidad en la cultura empresarial. No se puede presionar a las mujeres para que no tengan hijos, y hay que facilitarles la vuelta al mercado laboral. «Pero, a la vez, hay que estudiar cada caso, y en algunos esa mayor libertad en la distribución de su tiempo de trabajo o la reducción en su jornada laboral, deberá reflejarse en una reducción salarial. Lo contrario supondría una injusticia para el resto de los empleados… Esto es compatible con inventar remuneraciones que valoren a la persona y ayuden a la familia, como por ejemplo una participación en los beneficios, planes de ahorro, ayudas por matrimonio y tener en cuenta a la familia a la hora de fijar el salario».
No por ello debe sufrir la competitividad de la empresa dentro del mercado, si se realiza una política apropiada de remuneración por objetivos y el seguimiento personal de cada persona e incluso de cada familia. «En nuestra empresa -señaló Guisset- se habla una vez al año con cada persona, para fijar su remuneración, darle la oportunidad de exponer sus dificultades laborales, personales o familiares y ayudarle».
Las nuevas tecnologías se perfilan, además, como las grandes aliadas de la mujer trabajadora. Charlotte de Cloet, del Nederlands Letterkunding Museum en Documentatiecentrum de La Haya (Holanda), afirma que en su país el 3% de la población trabaja desde casa y se espera que en un futuro próximo lo hagan un 30%. La triple carga: maternidad, matrimonio y empleo se ve de algún modo resuelta gracias al trabajo telemático -la oficina en casa: fax, módem, ordenadores, redes telemáticas y correo electrónico-y se hace posible recomponer de un modo bastante aceptable la vida privada.
La indispensable ayuda del cónyuge
La mujer ha logrado incorporarse poco a poco a nuevos sectores del mundo del trabajo, blandiendo la bandera de la igualdad. Pero, con las estructuras actuales y casi siempre en inferioridad de condiciones, difícilmente puede llegar a influir en el mundo laboral sin hacer valer también sus derechos como madre y esposa, es decir como ser humano que ha de atender a una doble y estresante jornada.
La colaboración, no sólo material, sino también psicológica del cónyuge es fundamental. De poco sirven los horarios flexibles o a tiempo parcial en determinadas épocas de la vida de una mujer, si una vez en casa no hay un reparto racional y cooperativo de las tareas educativas y asistenciales.
La sociedad necesita a la mujer en la familia y en el trabajo, en la vida pública y en la intimidad. Ejemplos como el de Suecia, país en el que el 82% de las mujeres trabajan fuera de casa y a la vez encabezan actualmente las estadísticas de natalidad europea junto a las católicas irlandesas, demuestran que esto es posible. Tan sólo es necesario encontrar entre todos la fórmula… y sobre todo: tener el propósito de llevarla a cabo.
Consuelo León