¿Por qué adquirir un videojuego, una prenda de vestir o un programa de “software”, que al poco tiempo me cansa o ha quedado obsoleto, cuando puedo acceder por una tarifa mensual a una gama mucho mayor de esos productos, y sin moverme de casa? Los servicios de suscripción están de moda. Pero en sus mismas ventajas –comodidad, variedad, precio asequible– laten algunos de sus riesgos.
Desde hace tiempo se lleva hablando de un cambio de tendencia en nuestra manera de consumir: cada vez más, el cliente, especialmente si es joven, rehúye atarse a un “producto muerto” y prefiere apuntarse a un servicio “vivo”.
Ciertamente, las suscripciones existían antes de Netflix. Firmábamos seguros de salud, contratábamos una tarifa mensual para el teléfono o …
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