Contrapunto
Elton John y su compañero David Furnish han legalizado su unión con gran fanfarria, al entrar en vigor la ley que lo permite en el Reino Unido. Centenares de invitados y conciencia de estar participando en un acontecimiento «histórico». Puestos a hacer historia, no está fuera de lugar evocar a la pareja de lesbianas que formaron la primera «unión civil» entre personas del mismo sexo en Estados Unidos, y que han vuelto a ser noticia en estos días.
Carolyn Conrad, de 29 años entonces, y Kathleen Peterson, de 41, formalizaron su unión el 1 de julio de 2000, cuando la ley de «uniones civiles» de Vermont se amplió también a las parejas homosexuales, con casi los mismos derechos y deberes que el matrimonio (no obstante, en Vermont, el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer, como en casi todo el país). Minutos después de la entrada en vigor de la ley, Conrad y Peterson pasaban por el ayuntamiento de Brattleboro y se sacaban la «típica» foto a la salida. «Ya estábamos casadas espiritual y moralmente [llevaban cinco años juntas], pero queríamos que fuera legal desde el primer minuto», dijeron.
Ahora están separadas físicamente y «ni se te ocurra acercarte, Katy». Carolyn Conrad pidió el equivalente al divorcio el pasado mes de octubre y un juez se lo acaba de conceder, además de una orden de alejamiento para Kathleen Peterson, electricista de la estación de esquí de Mount Snow. La gota que colmó el vaso fue el agujero en la pared que hizo Peterson de un puñetazo durante una discusión en la que amenazaba con partirle la cara a una amiga de Conrad.
Ya se ha oído algún comentario brillante al respecto: «Esto es tan histórico como su unión porque demuestra que se trata de parejas exactamente iguales que las heterosexuales». Con sus peleítas, sus celos, sus puñetazos a la pared. Recuerdo haber escuchado que no, que iban a aportar una nueva dimensión: no sé, más sensibilidad, más amor, el «fin de la sociedad coitocéntrica». «Lo único que quiero decir -afirma Conrad- es que la unión civil fue una gran fuente de orgullo para mí, pero ahora ya no». Se pasó el encanto, como les ha ocurrido a otras 77 parejas del mismo sexo que ya han firmado el «divorcio», con o sin puños de por medio.
Entre julio de 2000 y diciembre de 2004 ha habido 7.549 «uniones civiles» de homosexuales en Vermont. Es cierto que la proporción de disoluciones es baja. Lo que sí llama la atención es que desde hace dos años, Conrad y Peterson ofrecieran asesoramiento para lesbianas, a través de una página web: una especie de consultorio sentimental. Conrad: «bloqueo y esquive lateral, ese juego de piernas, cierra el pasillo, uf». Peterson: «crochet de derecha, finta, uppercut y gancho, vamos, vamos, más salsa».
Decía que la proporción de divorcios todavía es baja. No seré yo quien desee que suba, pero el divorcio de las parejas del mismo sexo ya ha dejado de ser una oportunidad de negocio para los abogados estadounidenses: es una realidad.
Hace dos años, el golpe de timón de los jueces de Massachusetts disparó la imaginación de los círculos jurídicos. «Lo más importante que se logra con el matrimonio es el divorcio -decía un abogado de Boston-, un proceso previsible por el que la propiedad de los cónyuges se reparte, se dividen las deudas en partes proporcionales y se establecen las normas para la custodia y visita de los niños» (cfr. Aceprensa 77/04).
Si en Estados Unidos se repite lo que ha ocurrido en Suecia o Noruega, donde las uniones homosexuales registradas son mucho más inestables que los matrimonios, los abogados podrán dormir tranquilos. Algo así como lo que contaba el presidente de Gillette: «Duermo bien porque hay millones de hombres que lo primero que harán mañana será afeitarse».
Ignacio F. Zabala