Una manifestante ante la Casa Blanca exige a los gobiernos de EE.UU. y China que prioricen la lucha contra el tráfico de fentanilo (foto: Phil Pasquini / Shutterstock)
“Tropas estadounidenses irrumpen en Ciudad Juárez y arrestan a una decena de narcos mexicanos”. “Un avión de combate F-16 ataca un laboratorio de fentanilo en Sinaloa”… No, no: son titulares ficticios, pero a algunos precandidatos republicanos a la Casa Blanca les parecen perfectamente posibles, pues han propuesto intervenir militarmente en México para cortar de raíz el tráfico de fentanilo hacia territorio de EE.UU.
Sin darle mucho pábulo a bravatas de campaña, en EE.UU. tienen motivos reales para preocuparse: según los Centers for Diseases Control and Prevention, las muertes por sobredosis de narcóticos (heroína, opioides sintéticos, cocaína, antidepresivos, etc.) pasaron de casi 20.000 al año en 1999 a 106.000 en 2021. Una cifra espeluznante, de la que 70.600 casos van a la cuenta de los opioides sintéticos, “fundamentalmente el fentanilo”. Solo entre 2015 y 2021, los fallecimientos por este consumo específico se multiplicaron por siete.
¿Por qué puede ser tan mortífero? Porque este derivado del opio, que se utiliza en medicina como analgésico, tiene una potencia 100 veces mayor que la de la morfina. “Bajo la supervisión de un profesional médico certificado, el fentanilo tiene un uso clínico legítimo”, apunta la Agencia de Control de Drogas (DEA), de EE.UU., pero fuera de ese contexto de control es una guillotina en toda regla. La sustancia suele mezclarse con otros narcóticos para incrementar aun más su potencia y así, sin cumplir los requerimientos técnicos, se vende en forma de sprays nasales, en polvo o como píldoras de prescripción falsas. La agencia refiere que, en sus requisas de cargamentos de fentanilo, un 42% de las píldoras tienen al menos 2 mg de la sustancia, una concentración letal.
He aquí, pues, que cuando se creía superada la pesadilla ocasionada por la prescripción indiscriminada de analgésicos, que dejó miles de sillas vacías en los hogares estadounidenses a mediados de la pasada década, los opiáceos regresan con fuerza bajo otro ropaje. “El fentanilo –aseguraba en julio Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Interna (DHS)– es uno de los mayores desafíos que enfrentamos como país”. Para superarlo, el gobierno de EE.UU. estaría utilizando todos los recursos y capacidades a su disposición “para garantizar que los traficantes no se nos adelanten”.
De momento, sin embargo, gracias a la inestimable ayuda de China, algunos sí que se adelantan.
Tarta china en cocina mexicana
Las cifras de incautación de fentanilo en 2022, ofrecidas por la DEA, pueden ser alentadoras, pues demuestran que las fuerzas de seguridad afinan cada vez más el tiro: las capturas de píldoras de prescripción falsas que contenían la droga fueron de 58 millones de unidades (el doble que en 2021), y de casi seis toneladas las de la droga en polvo.
De esta manera quedaron fuera de circulación casi 388 millones de dosis, suficientes –dice la agencia– para eliminar a la población entera de EE.UU. (y a los que estén de turismo por allí, podría añadirse). En lo que va de 2023, entretanto, se han decomisado 55,4 millones de pastillas y más de cuatro toneladas de polvo. La noticia es buena, aunque con una pega: un mayor nivel de incautaciones puede estar sugiriendo que la cadena de producción va a toda máquina y que no ha sido afectada en sus pilares.
El principal de estos es China. De allí procede buena parte del fentanilo que llega a EE.UU., o para decirlo con mayor propiedad: como producto acabado, “procedía”, pues en 2019 Pekín lo incluyó en una lista de sustancias sometidas a restricción, y se comprometió a poner coto a su publicidad en internet, a endurecer las normas para su exportación y a crear equipos de investigación del tráfico.
Ya no llegan las píldoras directamente a EE.UU.: ahora los ingredientes de la “tarta” llegan a México, y ahí se “cocina” esta, para después pasarla a los “comensales” al otro lado de la frontera norte. Es en esa materia prima, en los denominados precursores químicos, de nombres algo complicados –anhídrico propiónico; triacetoxiborhidruro de sodio; butil 4-(fenilamina) piperidina-1-carboxilato, etc.–, que las autoridades estadounidenses ponen el ojo y para cuyo control demandan más colaboración a Pekín.
Pero el régimen comunista es incapaz de deslindar las malas relaciones políticas con la Casa Blanca de la necesaria colaboración en materia de combate al narcotráfico. Que la entonces líder de la Cámara de Representantes, Nacy Pelosi, visitara Taiwán en agosto de 2022, y que en marzo de 2023 EE.UU. arrestara a varios chinos presuntamente involucrados en el tráfico de fentanilo, han derivado en un distanciamiento por parte de China, que cortó toda colaboración en materia de drogas desde el primer incidente, lo que a Washington le reduce su ángulo de visión sobre las cadenas de producción y distribución.
Los pagos, mejor en especie
China no suele moverse motu proprio contra el tráfico de fentanilo. Para sus autoridades, este es un problema “de los americanos”, que son quienes, a fin de cuentas, lo consumen.
“El empeoramiento de la crisis del fentanilo y el aumento de las muertes causadas por él en EE.UU., demuestran que [este país] no ha abordado el meollo del problema”, sostiene un comunicado de la embajada china en Washington, que recomienda a los norteamericanos supervisar mejor los opioides de uso médico y concienciar al público sobre esto. Asimismo, en alusión a los componentes químicos del fentanilo que salen de los puertos chinos hacia la costa americana, también se sacude toda responsabilidad: “Las prácticas internacionales exigen que sea la empresa y el país importador, y no el exportador, los que garanticen que los bienes importados no se utilicen con fines ilegales”.
La mafia china del fentanilo ayuda a los cárteles mexicanos a eludir un potencial rastreo de los pagos, gracias a los trueques por bienes materiales y recursos naturales
En marzo pasado, Vanda Felbab-Brown, experta en seguridad, describió el problema detalladamente en una comparecencia ante un subcomité de Seguridad Nacional del Congreso estadounidense. China, aseguró, actúa muy rara vez contra los niveles superiores de las organizaciones criminales locales, pues estas brindan sus “servicios” a empresas y organizaciones legales, así como a funcionarios del Partido Comunista. De hecho, también colaboran con el régimen en la tarea de tener atados en corto a los disidentes chinos en el exilio.
Según Felbab-Brown, la mafia china del fentanilo ayuda a los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, principales distribuidores del opioide en EE.UU., a esquivar cualquier control sobre los pagos, pues las operaciones pueden cerrarse con un intercambio de cargamentos de la droga o de precursores químicos por bienes inmuebles, criptomonedas, madera o ejemplares de la fauna silvestre mexicana. Por esta última modalidad caen en la “red de pesca” china la langosta marina, la tortuga, el tiburón (solo por las aletas), el cocodrilo (por su piel) o la corvina blanca, un pez protegido cuya vejiga natatoria se vende a precio de oro como afrodisíaco en los mercados asiáticos.
Los trueques de este tipo experimentan un fuerte aumento y, advierte la autora, pueden suponer amenazas a la salud pública, a la seguridad alimentaria y a la biodiversidad.
A más brazos pinchados, menos brazos en la fábrica
La urgencia de EE.UU. de parar en seco el tráfico de opioides hacia su territorio se basa en la necesidad de reducir las muertes por esa causa, pero también de atenuar su brutal coste económico.
En la web del Council of Foreign Relations, C. Klobucista y A. Martínez refieren que al menos el 20% de los 6,3 millones de trabajadores que han desaparecido de la fuerza laboral del país tras la pandemia estaban “K.O.” por el consumo de derivados del opio, que creció con fuerza en los peores momentos de 2020-2021 (según Judd et al., 2023, las sobredosis con estas sustancias son hoy la primera causa de muerte accidental de los hombres y, en general, de los habitantes de las áreas rurales).
Ese consumo concreto “está causando estragos en la economía estadounidense –apuntan Klobucista y Martínez –. En 2022, el Comité Económico Conjunto (JEC) del Congreso calculó que la epidemia de opioides le había costado a EE.UU. casi 1,5 millones de millones de dólares en 2020, o el 7% del PIB. (…). La JEC proyectó que este aumento continuaría dado el aumento de las sobredosis mortales”.
Ahora bien, los opioides de prescripción médica, que estuvieron en el origen de la oleada de sobredosis, parece –parece– que ya no cargarán con el grueso de la responsabilidad en caso de empeorar la tendencia. Al enumerar algunas buenas prácticas en la materia, Judd et al. señalan que 49 de los 50 estados de la Unión ya han implementado programas de monitorización de los fármacos recetados, en los que se ofrecen a los médicos pautas de prescripción y sobre el empleo de analgésicos alternativos a los narcóticos, para evitar las posibilidades de generar dependencia.
Los autores, no obstante, evitan establecer un vínculo entre estos programas de rastreo , asesoría y consecuente reducción de la prescripción, y su eventual incidencia en la reducción de las muertes por sobredosis o de diagnósticos de trastorno por uso de opioides. “Se precisa más investigación para comprender completamente su impacto general”, concluyen.
Al menos, según se ve, las autoridades de salud intentan ponerle riendas a la bestia. Para lo otro, para cortar el tráfico de fentanilo, se necesita de China, que no está por la labor, pero aun si lo estuviera, tampoco sería fácil. Según Felbab-Brown, las propias características de los precursores (sustancias de doble uso) complican su supervisión y el control de la oferta.
Para que Pekín haga al menos hasta donde pueda, la experta propone zanahorias. Y palos. De un lado, pide a EE.UU. y a sus aliados que contribuyan a divulgar las buenas prácticas que se implementen en el sector farmacéutico chino en materia de autorregulación y control interno, entre ellas abstenerse de vender precursores a narcotraficantes o a empresas sospechosas. De otro, el garrote: “Sancionar, incluso mediante el cierre del acceso al mercado estadounidense, a las empresas chinas que violen los protocolos de mejores prácticas”.
De momento, sin embargo, nada se mueve; salvo los buques que a esta hora cruzan el Pacífico con destino a México, con cargas a simple vista “inocuas”. Y las furgonetas de la DEA, rumbo al próximo decomiso.