La ratificación por el Senado, el pasado 31 de enero, de Samuel Alito como juez del Tribunal Supremo de Estados Unidos pone fin al debate en torno a la vacante que deja Sandra Day O’Connor. Alito superó la prueba en una ajustada votación (58-42 votos), que contrasta con el amplio margen obtenido por John Roberts (78-22), el otro juez propuesto por Bush en 2005. La polémica en torno a estos dos nombramientos refleja la polarización en el debate del aborto, que no se da por zanjado.
En los últimos treinta años, pocas causas han unido tanto a los republicanos como el deseo de cambiar el Tribunal. En un país en el que la mayoría de las grandes cuestiones sociales acaban en el Supremo, se trata de una cuestión decisiva. Esta fue la razón del masivo apoyo republicano al juez Roberts, y lo que provocó también la oposición a Harriet Miers, candidata de Bush para sustituir a la juez O’Connor.
Roberts apareció ante todos como un republicano moderado, pero bien equipado para la batalla ideológica en el Supremo. Miers, en cambio, no consiguió inspirar estos sentimientos a los miembros de su partido. Aunque nadie dudaba de su prestigio como abogada, su falta de experiencia como juez sirvió de excusa para descartarla. A finales de octubre, Miers pidió a Bush que retirase su candidatura.
Tras este intento fallido, Bush eligió a un nuevo candidato con un perfil jurídico indiscutible. Samuel Alito, de 55 años, es doctor en Derecho por Yale y cuenta con una dilatada experiencia profesional. Entre otros cargos, ha sido asesor del Departamento de Justicia durante la presidencia de Reagan; fiscal federal para Nueva Jersey; y, desde 1990, juez de un tribunal federal de apelaciones. Respecto a sus ideas personales, Alito se considera a sí mismo como un conservador, y sus colegas le tienen por un hombre moderado.
Durante las audiencias ante el Comité de Asuntos Judiciales del Senado, los senadores demócratas intentaron poner a Alito contra las cuerdas. Aunque no se desenvolvió con la soltura de Roberts, su estilo directo y franco resultó eficaz. Así, cuando el demócrata Edward Kennedy insinuó que había una contradicción entre la postura actual del candidato sobre los límites del poder presidencial y lo que escribió en una decisión de 1985, Alito se defendió bien. «Usted insistió entonces -dijo Kennedy- en ‘la supremacía del poder ejecutivo sobre el judicial’ (…) ¿Ha cambiado de opinión ahora?» «No, senador, no he cambiado de opinión. Lo que pasa es que esa frase está sacada de contexto».
Comparecencia aburrida
La comparecencia de Alito ha sido calificada por casi toda la prensa norteamericana como una de las más aburridas de los últimos tiempos. Para David Brooks, sin embargo, las supuestas deficiencias de Alito son en realidad cualidades. Como escribe en International Herald Tribune (13-01-2006), «Alito es un parangón de los valores de la clase trabajadora. En una cultura de autobombo, Alito es modesto. En una cultura del exhibicionismo, Alito es reservado. En una cultura que explota el sentimentalismo mediático, Alito rechaza los excesos. En una cultura que aplaude la rebeldía -la pseudorrebeldía de la última moda-, Alito respeta la tradición, el orden y la autoridad. ¿Qué clase de partido no admira estas virtudes en un juez?»
Con un tono más crítico, un editorial del mismo diario alertaba a los senadores para que no se dejaran confundir por la imagen que había dado Alito. «Algunos comentaristas se quejan de que la confirmación del juez Alito no ha sido entretenida, pero se ve que no han prestado mucha atención. Nos hemos enterado de que Alito declaró una vez que el juez Robert Bork -cuyo nombramiento al Supremo fue descartado por su extremismo- ‘fue uno de los jueces más excepcionales del siglo XX’. Hemos escuchado a Alito cómo se negaba a calificar de ‘precedente establecido’ a la sentencia ‘Roe v. Wade’, que legalizó el aborto (…). Y también sabemos que tiene puntos de vista problemáticos sobre el poder presidencial. Estas son algunas de las bombas silenciosas que ha dejado caer. Con su inexpresiva voz de burócrata, Alito ha dicho cosas muy inquietantes sobre su visión de la ley».
Religión y aborto
Las convicciones religiosas y la postura sobre el aborto han sido temas recurrentes al debatir los nombramientos de los últimos candidatos al Supremo. Respecto a la religión, se ha discutido si una persona con convicciones fuertes como Roberts (católico), Miers (evangélica) y Alito (católico) podían ser independientes en el desempeño de la función judicial. La prensa norteamericana ha dedicado numerosos artículos a esta cuestión, casi siempre con tono alarmista.
Algunos analistas han denunciado el que se haya querido sacar rendimiento político -tanto por republicanos como por demócratas- a las creencias religiosas de los candidatos. Por su parte, el director ejecutivo de Americans United for Separation of Church and State, Barry W. Lynn, criticó la «hipocresía» de la Casa Blanca en este punto: «Se nos dijo que no estábamos autorizados a mencionar siquiera el tema de la religión cuando John G. Roberts fue propuesto para el Tribunal Supremo». Sin embargo, añade, en el debate sobre el nombramiento de Miers, fue el propio Bush «quien empezó a vender que ella frecuentaba la iglesia».
Con Alito, ya son cinco -de nueve- los magistrados católicos en el Supremo. Para muchos, este hecho no va a cambiar nada. La experiencia enseña que, ante cuestiones polémicas, los jueces católicos pueden ser liberales o conservadores. Por su parte, Howard Gillman -profesor de ciencias políticas en la Universidad de California del Sur- considera que lo llamativo no es que haya cinco católicos, sino que los cinco sean republicanos. «Es un reflejo espectacular del cambio demográfico de nuestros partidos políticos», declaró al Washington Post (7-11-2005). En efecto, desde los años sesenta, el voto de los católicos se ha ido desplazando del Partido Demócrata al Republicano.
En relación con el aborto, la preocupación de los senadores era saber si los candidatos revocarían la sentencia «Roe v. Wade». Al igual que hizo Roberts, Alito evitó pronunciarse sobre este punto y dijo que lo abordaría «con mente abierta». Sin embargo, los senadores no pasaron por alto el historial del candidato: en una decisión de 1985 aseguró que «la Constitución no ampara el derecho al aborto»; en un informe que elaboró en 1985, por encargo de la Administración Reagan, esbozó un plan para poner restricciones al aborto; a principios de los noventa, votó a favor de mantener una ley del Estado de Pensilvania que exigía que las mujeres informaran a sus maridos antes de abortar, etc. Quizá por eso, Alito consiguió menos votos demócratas que Roberts.