Este año, cuando se cumplen 50 de los disturbios de Stonewall en Nueva York, que dieron origen al primer día del Orgullo gay, en esa ciudad habrá no una marcha sino dos. No para resaltar de modo especial el cincuentenario, sino porque unos grupos LGTB disidentes rechazan el acto oficial y han decidido tener uno propio.
El 28 de junio de 1969, la policía asaltó el bar gay Stonewall Inn, en la calle Christopher de Nueva York, y provocó una protesta espontánea que se convirtió en un referente del movimiento homosexual en Estados Unidos y, más tarde, en otros países. En el primer aniversario de los disturbios se convocó en la misma ciudad una marcha pacífica para reivindicar la igualdad de trato para los homosexuales. El Christopher Street Gay Liberation Day fue la primera edición del luego llamado Orgullo Gay, hoy extendido por gran parte del mundo.
Aquella primera vez no había carrozas, ni drag queens, ni danzantes arropados con plumas y poco más; empresas y autoridades estaban ausentes. Fue una manifestación de gente vestida al uso de entonces, con pancartas, que caminaron desde Christopher Street hasta Central Park.
El mismo recorrido seguirá el 30 de junio la Queer Liberation March, la alternativa a la oficial. Los organizadores, la Reclaim Pride Coalition (RPC), no admiten carrozas ni patrocinadores. Quieren que sea una reivindicación, no una fiesta callejera mercantilizada.
“No puedes hablar de justicia económica cuando tienes empresas de las Fortune 500 desfilando en tu marcha”
A la vez, con otro itinerario, tendrá lugar la marcha oficial, organizada por Heritage of Pride (HOP). Será como vienen siendo desde hace años los actos del Orgullo en muchos lugares. Habrá 160 carrozas, en buena parte de empresas, que compran a HOP una posición más o menos destacada cerca de la cabeza. El patrocinador principal es la telefónica T-Mobile; los demás están clasificados en las categorías Platino, Oro, Plata o Bronce, y pagan de 10.000 a 35.000 dólares por salir.
Las empresas dominan la fiesta
RPC sostiene que el Orgullo gay se ha ido transformando de protesta política en desfile carnavalesco. Quejas como la suya se vienen oyendo en los últimos años también en otros lugares (ver Aceprensa, 27-06-2017). Sobre la marcha de Londres, el activista gay británico Peter Tatchell decía el año pasado que “las empresas dominan el acto” con sus “enormes carrozas extravagantes que eclipsan a los grupos LGTB”. De hecho, no es una marcha popular, sino más bien una especie de desfile de carnaval con espectadores en las aceras. “Ahora –decía también Tatchell en 2017– es sobre todo una gigantesca fiesta callejera, en la que grandes empresas ven una oportunidad de cultivar su imagen ante los consumidores LGTB”.
Por su parte, Orgullo Crítico Madrid promueve una marcha alternativa en el aniversario de Stonewall, frente a la oficial del 6 de julio, que considera casi totalmente mercantilizada. Lamenta que “se ha ido despojando al Orgullo de su intrínseco carácter político y transgresor, convirtiendo nuestras luchas en un nicho de mercado, en poco más que un gran desfile, abarrotado de marcas de publicidad”. Es una exhibición, dice, de “capitalismo teñido de rosa” que está fuera de lugar: nadie admitiría algo semejante en la manifestación del 1 de mayo o en la del Día Internacional de la Mujer.
También está muy mercantilizada la marcha de Toronto, una de las más importantes del mundo, que cuenta desde 2016 con la participación en cabeza del primer ministro Justin Trudeau. Allí se repite el mismo debate, decía este año el Toronto Sun, sobre si “ha de ser una celebración, completada con patrocinio empresarial y apoyo del gobierno, o debe mantenerse fiel a sus raíces, como acto de protesta”.
Celebrar o protestar
Los organizadores de las marchas oficiales, como HOP, optan por el festejo. Alegan que la participación de empresas y de personalidades es prueba del éxito y el estatus alcanzado por el movimiento LGTB. Los homosexuales ya no son un grupo marginal, sino que pueden celebrar grandes progresos, desde la aceptación general a la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo.
Ya no es tan fácil mantener el tono reivindicativo cuando el movimiento LGTB es parte del establishment
Grupos como RCP, en cambio, se fijan en lo que falta por conseguir, y recelan que el Orgullo se haya convertido en una fiesta elitista que deja en la sombra a los homosexuales pobres o de minorías raciales. “No puedes hablar de justicia económica cuando tienes empresas de las Fortune 500 desfilando en tu marcha”, replica a HOP Bill Dobbs, de RCP, en el New York Times.
Hoy no es tan fácil mantener el tono reivindicativo. El movimiento LGTB es ya parte del establishment y políticos lo apoyan, ayuntamientos izan la bandera arcoíris, empresas lo aplauden y cortejan. Frente a esto, otros sectores del movimiento se resisten a la asimilación, y la sobriedad de sus marchas es un modo de presentarse con una reivindicación más seria y convincente. “Es un choque de valores –señala Dobbs–. Su marcha [la de HOP] defiende el orgullo corporativo y el statu quo. La nuestra está por el cambio”.