Después de años de ensayos, forcejeos con las autoridades sanitarias, mucho marketing y acción de lobbies, un laboratorio farmacéutico ha logrado que la agencia del medicamente en Estados Unidos (FDA) dé luz verde a la píldora para elevar la líbido femenina.
Addyi ha conseguido por ahora despertar pasiones encontradas. Desde quien dice que es “el mayor avance para la salud sexual de la mujer desde la píldora” hasta los críticos que aseguran que es un fármaco poco efectivo para una enfermedad inventada o exagerada, y cuyo proceso de aprobación ha sido una parodia del sistema regulador de fármacos.
Pues por mucho que se le haya bautizado como la “Viagra rosa”, en realidad tienen muy poco que ver. Viagra es un vasodilatador para que sea posible responder al deseo sexual preexistente, mientras que Addyi pretende actuar sobre el sistema nervioso central para estimular el deseo. Algo bastante más complejo e incierto.
Con la píldora del deseo se cubre un nuevo paso en la medicalización de la sexualidad femenina
Pero no deja de ser un caso revelador de cómo se descubre hoy día una “nueva enfermedad”, en este caso, el llamado trastorno del deseo sexual hipoactivo (TDSH). Este se ha descrito como “la disminución (o ausencia) de fantasías y deseos de actividad sexual, de forma persistente o recurrente, y que provoca malestar acusado o dificultades de relación personal”.
Pero ¿hay un estándar de lo que debe ser la intensidad del deseo sexual? ¿No será una vez más un intento de medicalización de procesos normales de la vida o de los distintos comportamientos de las personas?
Una enfermedad nueva
Los promotores de Addyi aseguran que el 10% de las mujeres sufren el TDSH. Es curioso cómo se repite ese porcentaje en los trastornos que afectan a las mujeres. Parece que el 10% es el nivel mínimo para que el problema se convierta en materia de salud pública e interese a la prensa. Otros expertos señalan que hay una incidencia baja de casos de TDSH, y que se pueden tratar con terapias conductuales.
A pesar de esa supuesta prevalencia, la FDA había rechazado ya la aprobación de Addyi dos veces, una en 2010 y otra en 2013, alegando su escasa efectividad y sus efectos secundarios. Desde entonces no ha cambiado la píldora (su principio activo es flibanserina), pero una insistente labor de marketing y de lobby ha vencido las resistencias.
El mecanismo de actuación para llegar al descubrimiento de un nuevo trastorno está bien experimentado por los laboratorios, y aparece bien descrito en el libro de Jörg Blech, Los inventores de enfermedades: primero se detecta una molestia, como puede ser el declive del deseo sexual; luego, se investiga un fármaco que alivia el problema; se hacen los ensayos pertinentes y se ficha un equipo médico de apoyo; se contratan encuestas de salud y gabinetes de comunicación, se organizan simposios gratis total para médicos y periodistas; se inflan las estadísticas; se monta una asociación de pacientes afectados… Se genera así un clima de opinión que favorece la aprobación del fármaco, y mucha gente que vivía en la inopia descubre alarmada que padece esa enfermedad.
Se intenta resolver con una simple pastilla un problema complejo, que tiene que ver con las relaciones de pareja
Enrolar a las feministas
En el caso del Addyi, el laboratorio Sprout Pharmaceuticals enroló para su causa a una coalición de organizaciones feministas y de salud reproductiva. ¡Se estaban menospreciando los derechos sexuales de las mujeres! ¡Los hombres tenían su Viagra, mientras que la FDA negaba a las mujeres la píldora que culminaría su liberación sexual!
Pero la salud reproductiva puede salir perdiendo con Addyi, a juzgar por las contraindicaciones y los muchos efectos secundarios que advierte la FDA: en los ensayos, en más del 10% de los casos, se produjeron mareos, fatiga, somnolencia, sequedad en la boca; más preocupante es la posibilidad de que provoque hipotensión o pérdida de conciencia. ¡Ah!, y si bebes, ni acercarte a la píldora. También necesita prescripción médica. Lo que se preguntan muchos es si compensan tantos riesgos para tomar un fármaco cuya eficacia es discutible.
Desde luego, al laboratorio sí le compensa. Además, es una píldora que hay que tomar todos los días, haya o no relaciones sexuales. Se advierte a las usuarias que si al cabo de ocho semanas no notan mejoría, dejen de tomarla. Pero no dicen que les devolverán el dinero.
Algunos investigadores han dicho que Addyi está basada en la errónea noción de que la falta de deseo sexual espontáneo, en ausencia de estímulos, es anormal. En una sociedad hipersexualizada se supone que el deseo debe estar también siempre en tensión. Con los mismos criterios, en una sociedad tan consumista como la nuestra, el escaso deseo de comprar pronto será diagnosticado como una anomalía que exige tratamiento.
Como en otros aspectos de la sexualidad, parece que se intenta resolver con una simple pastilla un problema complejo, que tiene que ver con las relaciones de pareja. Se cubre así un nuevo paso en la medicalización de la sexualidad femenina. Tenemos una píldora para estimular el deseo sexual; otra para evitar que el sexo lleve al embarazo; si hay fallos, se recurre al chute hormonal de la “píldora del día después”; y, como último recurso, a la letal píldora abortiva. En cada paso, la píldora correspondiente tiene sus propios efectos secundarios, que deterioran la salud de la mujer. Sin embargo, esta dependencia de los fármacos se vende como liberación.
A los dos días de obtener la autorización para Addyi, Sprout Pharmaceuticals ha sido comprado por otro laboratorio mayor, el canadiense Valeant, por1.000 millones de dólares. Se ve que el deseo de negocio de los laboratorios nunca es hipoactivo.