Es una tendencia generalizada ensalzar a los campeones del deporte. En algunas ocasiones, incluso se llega a hacer de ellos un mito. “No podemos, por lo que parece, resistir la tentación de atribuir al deporte una serie de poderes, que simplemente no tiene”, escribe Duleep Allirajah en un artículo de Spiked referido al caso del atleta sudafricano Oscar Pistorius.
En 1995 la selección sudafricana de rugby, integrada por jugadores blancos y de color, ganó el Campeonato Mundial. El triunfo fue presentado como un símbolo de la reconciliación nacional. Hace meses, Pistorius se había convertido en el sucesor mítico de sus compatriotas jugadores de rugby. Su triunfo en los Campeonatos Paralímpicos del 2012 había sido mostrado como un ejemplo de la superación de Sudáfrica ante la adversidad, así como de la reconstrucción social tras el apartheid. Pero la verdad es que Pistorius “no era más que un hombre que corrió muy rápido con sus prótesis de piernas”, señala Allirajah. Los problemas de una sociedad no son tan simples, y la estabilidad en la convivencia dentro de un país requiere algo más que unas cuantas medallas olímpicas.
“Es fácil ver por qué es tan seductor el mito del poder de transformación social del deporte. El deporte tiene la trascendental capacidad de sacarnos de nosotros mismos, de elevarnos por encima de la monotonía diaria y de unir a la gente. Una sociedad que, en otros aspectos, está dividida o atomizada puede ser fugaz y gloriosamente unida en la pasión deportiva. Pero una nación que grita unida no necesariamente permanece unida”. El hecho de que este atleta tuviera en su casa armas, junto a notables medidas de seguridad, es un claro recordatorio de que las tensiones sociales y raciales de Sudáfrica aún no han desaparecido.
Tras ser acusado de asesinar a su novia, Reeva Steenkamp, Pistorious está pendiente de juicio. Algunos comienzan ahora a presentarlo como un ejemplo de la violencia contra la mujer, creando un mito contrario al anterior. Pero es preferible ser realistas y darse cuenta que los deportistas de elite también tienen defectos, a veces graves. Además, hay quienes consideran que lo que rodea a estas vidas de éxitos deportivos puede hacer más difícil una conducta personal edificante.
Como escribe Simon Kuper en Financial Times, “mientras la mitificación de los deportistas crece, la capacidad de los atletas para estar a la altura del mito disminuye. En la vida real, están llegando a ser menos ejemplares. Esto es así porque en muchos deportes el dopaje es casi una obligación profesional; porque los atletas, como ideales masculinos, tienen incontables oportunidades de adulterio; y porque están tan acostumbrados a que todo el mundo les diga que sí, que a menudo tienen que enfrentarse a situaciones humanas difíciles”.
Duleep Allirajah concluye que “no hay nada de malo en tomar ejemplo de los atletas olímpicos como Oscar Pistorius, que se esfuerzan por hacer retroceder los límites de lo posible en el deporte. Pero deben ser celebrados por sus logros deportivos, no mitificados como instrumentos para el bien social”.