Congo: el deseo de emigrar a Occidente afecta a todas las clases sociales

publicado
DURACIÓN LECTURA: 3min.

Kinshasa. La música es, en la República Democrática del Congo, un medio de escapismo en sentido literal. Cada vez más ciudadanos congoleños cifran sus esperanzas en marchar a Occidente y desde allí mandar algo de dinero a sus familias. Algunos tratan de viajar como músicos, pagando mil dólares aparte del billete de avión y el visado. Cada vez que se anuncia el viaje a Occidente de un grupo musical congoleño, la ciudad entera se agita para ver si es posible enviar a un miembro de la familia. Frecuentemente, ésta tendrá que vender la parcela de terreno que era su única herencia. Parte del dinero de la venta servirá, en la medida de lo posible, para comprar otra parcela en la periferia de la ciudad, a la espera de que el emigrante empiece a mandar dinero.

El viaje cuesta unos 3.000 dólares, suma muy por encima de las posibilidades del congoleño medio. Así que algunos se hacen músicos o bailarines para integrarse en orquestas y aprovechar la ocasión de viajar y desaparecer en Occidente. Dado que desde los años noventa la miseria es el pan cotidiano de los congoleños -un funcionario gana como media el equivalente de 25 dólares mensuales-, cualquier ayuda es bienvenida y los emigrantes hacen lo imposible por mandar a su familia 200 dólares a fin de mes. Pocos son los que consiguen mandar a sus familias lo suficiente como para volver a comprar una parcela en Kinshasa. Pero la mayoría trata de lograr dos objetivos: hacer venir a Occidente a algún otro miembro de la familia, empezando por su mujer; o enviarles una furgoneta de segunda mano para que la vendan o la usen como taxi. Dada la inexistencia del transporte público, estos vehículos hacen las veces.

Hoy día, buena parte de la juventud piensa sólo en la forma de salir del país y llegar a Occidente a cualquier precio. Aquellos cuyas familias no tienen parcelas que vender, se convierten en músicos de ocasión. Las chicas son presas fáciles para los modernos mercaderes de esclavos y no raramente caen en redes de prostitución. Lo curioso es que algunos padres animan a sus hijos a emprender ese camino con tal de que la familia pueda salir adelante gracias al hijo que vive en Occidente, sin preocuparse mucho de a qué se dedica exactamente.

Los intelectuales siguen la misma corriente, tratando de emigrar sobre todo hacia Canadá y Estados Unidos para entrar en la lotería de «cartas verdes» de este país. Así se va vaciando de cuadros la R.D. del Congo: la emigración afecta a todas las capas de la sociedad y despoja al país de sus mejores jóvenes, como en los tiempos de la esclavitud.

Luego, algunos vuelven al país reciclados como políticos. Todos los grupos rebeldes que van entrando en el gobierno a través del filtro del «Diálogo Intercongoleño» han reclutado a sus elites en la diáspora. Así, los intelectuales que se quedan en el país piensan que tienen que emigrar si quieren ser reconocidos: el mero hecho de emigrar da prestigio social.

Lo que en la R.D. del Congo es una fuga generalizada vale para los intelectuales en el conjunto de África. La ONU estimaba en 27.000 los cuadros que salieron de este continente entre 1960 y 1975 (1.800 por año), en 40.000 los trabajadores cualificados emigrados entre 1975 y 1985 (4.000 por año), y en 60.000 los médicos, ingenieros y profesores de universidad emigrados entre 1985 y 1990 (12.000 por año). Actualmente son unos 20.000 los «cerebros» que anualmente emigran a Europa, Estados Unidos o Canadá en busca de mejores oportunidades.

Philémon Muamba Mumbunda

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.