Corea del Sur y Singapur son dos países con escasez de nacimientos que quieren -cada uno a su modo- atraer inmigrantes.
La tasa de fecundidad surcoreana está en 1,08 hijos por mujer, una de las más bajas del mundo. A esto se añade la proporción anormalmente reducida de niñas, consecuencia de la tradicional preferencia por los hijos varones y la difundida práctica del diagnóstico prenatal del sexo y el aborto selectivo (como ocurre también en China, India y algún otro país asiático). En efecto, la distribución natural de sexos entre los recién nacidos es de 104-105 niños por 100 niñas, pero la de Corea se acerca a 120 por 100.
El problema es particularmente agudo en el campo, donde las tradiciones son más fuertes sin que falte el recurso a la ecografía. Y se nota ya en la escasez de mujeres en edad de casarse. Los hombres, pues, recurren a extranjeras, en muchos casos buscadas por medio de agencias matrimoniales. Así, de unos 8.600 agricultores y pescadores surcoreanos que se casaron en 2006, el 41% tomó esposa extranjera. En el conjunto del país, más del 12% de los matrimonios que se celebran son mixtos, y en casi tres de cada cuatro casos la parte extranjera es la mujer. Entre las novias llegadas de fuera, destacan las vietnamitas: el año pasado cerca de 11.000 se casaron con surcoreanos, número que supone una subida del 74% con respecto a 2005.
El gobierno de Corea considera a las inmigrantes como “importantes recursos humanos para las poblaciones agrícolas”, y les facilita la inserción en la sociedad. El Ministerio de Agricultura prepara actualmente a trescientos asistentes sociales que se repartirán por los pueblos para ayudarlas a dominar el idioma coreano, darles consejos para resolver problemas ordinarios, etc. También les ofrece ayuda económica para costearse viajes a sus países de origen, de modo que no pierdan contacto con la familia.
También Singapur necesita inmigrantes, ya que la tasa de fecundidad está en 1,25 hijos por mujer. Cada año se concede la nacionalidad a 10.000-13.000 extranjeros, y otros 50.000 obtienen permiso de residencia permanente. En marzo pasado el gobierno anunció un plan para traer cerca de dos millones de inmigrantes en los próximos años, los necesarios para aumentar la población de 4,5 millones a 6,5 millones de habitantes.
Pero no se dará la bienvenida a cualquiera. La política de inmigración de Singapur es muy selectiva, con clara preferencia para quienes aportan capital o aptitudes profesionales. Se concede la residencia permanente a todo aquel que haya invertido en el país al menos 1,3 millones de dólares, por ejemplo en propiedades inmobiliarias o en acciones. También tienen fácil conseguirla los extranjeros con elevada cualificación en especialidades como la biotecnología o las telecomunicaciones.
En cambio, los inmigrantes no cualificados, aunque de hecho también son necesarios, encuentran bastantes trabas. Se calcula que en total suman alrededor de medio millón; muchos trabajan en el servicio doméstico y en la construcción. Están sujetos a restricciones draconianas: solo pueden vivir en determinadas zonas; no se les permite contraer matrimonio con ciudadanos de Singapur o extranjeros con permiso de residencia permanente; si una extranjera con permiso de trabajo temporal queda embarazada, es expulsada del país.
Parece claro que Singapur no podrá ganar dos millones de habitantes, como quiere el gobierno, solo a base de inmigrantes con capital para invertir o con alta cualificación. Para el reequilibrio demográfico del país haría falta que subiera la natalidad, cosa que el gobierno lleva muchos años fomentando pero sin éxito.
Ya en tiempos de Lee Kuan Yew se inició una campaña para persuadir a las parejas con educación superior de que tuvieran más hijos. Sin embargo, el problema está hoy peor que entonces, pues esos matrimonios, cada vez más numerosos, no siguen los consejos del gobierno, como señala Pauline Straughan, profesora de la Universidad Nacional de Singapur en declaraciones al diario japonés Asahi Shimbun (edición en inglés, 28-06-2007). Otra razón de la baja natalidad, añade Straughan, es el aumento de contratos temporales, pues para una mujer en esa situación, un embarazo -aunque tenga derecho a permiso de maternidad- pone en peligro su continuidad y su promoción en la empresa.