Entre la urbanización de la sociedad y el “empujón” abortista, baja la fecundidad en África

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Shutterstock // Lucian Coman

La expresión “invierno demográfico” queda asociada, por lo regular, con la situación de baja fecundidad que afecta a los países ricos: por norma nacen menos niños por mujer desde hace décadas en Europa y América del Norte; también está sucediendo en China, mientras que en Japón y Corea del Sur están a un tris de ver bebés solo en documentales. Echando una ojeada general, apenas el África subsahariana –pensamos– se salvaría de caer por el abismo.

De momento, la tasa de fecundidad de 4,5 hijos por mujer en esa región (según datos del Banco Mundial de 2022) alejaría el temor. Si se observan las cifras registradas por Eurostat ese mismo año para la UE (1,45 hijos por mujer, con rango entre los 1,08 de Malta y los 1,79 de Francia), ahí sí que hay razón para la alarma.

La tasa de 4,5 para los subsaharianos es ya un descenso muy notable respecto a los 6,8 que exhibían en los años 70 y principios de los 80, si bien se mantiene por encima de la tasa de reemplazo (2,1 hijos por mujer). La reducción, sin embargo, podría obrar a favor del denominado “dividendo demográfico”, a saber, que con menos bocas que alimentar (menos bebés) y el grueso de la población concentrada en la edad laboral, habría más brazos y cerebros con que impulsar el crecimiento económico.

Pero hablamos de un ciclo, no de un estado permanente: para quienes hoy integran el mercado laboral llegará el momento de salir de él. De ser contribuyente, una enorme masa poblacional pasará a ser receptora. Y ni los sistemas de protección social ni los mecanismos de creación de riqueza en la región están preparados para dar una respuesta adecuada a la situación.

Como suele decirse de China, también África subsahariana puede hacerse vieja antes de volverse rica

Y el envejecimiento va. Según explicaba en 2020 el FMI en un informe sobre población, la tendencia en la esperanza de vida de los diferentes países y regiones es a converger. El organismo internacional refiere que entre África y América del Norte había una brecha en cuanto a la esperanza de vida de 32 años en 1950, y de 24 años en 2000; actualmente es 16 años. “Se prevé una reducción histórica de las disparidades entre los países en cuanto a atención de la salud como resultado del aumento del ingreso y los avances de nutrición en países de bajo y mediano ingreso, la difusión de innovaciones en tecnologías e instituciones de cuidado de la salud, así como la distribución de ayuda internacional”.

Por su parte, el pronóstico de un adelantamiento del pico poblacional mundial (casi 10.000 millones de personas) para 2060, según el Club de Roma –para la ONU, el pico debería llegar en 2100, pero con 700 millones de personas menos que las previstas– se debe, en alguna medida, a la disminución de la fecundidad en la región subsahariana. En su informe, el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU señala que en las cifras globales estarían incidiendo unos niveles de fecundidad inferiores a los esperados “en algunos de los países más grandes del mundo, en particular China, y descensos [de esos niveles] ligeramente más rápidos de lo previsto en algunas partes del África subsahariana”.

Ya que se menciona a China, cabe añadir que a los africanos pudiera también pasarles exactamente lo que se dice de los chinos: que, a diferencia de los europeos, se están haciendo viejos antes de llegar a volverse ricos. Solo que este caso es peor: Pekín ha logrado enormes avances en industrialización y ha mejorado decididamente los estándares de vida de su población desde los años 80, pero no ha podido deshacerse definitivamente del fardo de la pobreza multidimensional (más de 55 millones de chinos aún la padecen). En el horizonte intermedio de los países africanos, en cambio, no se ve que nadie esté sentando las bases para algo parecido.

Hijos: un seguro a futuro

La tradicional alta fecundidad de los países al sur del Sahara ha obedecido a factores diversos. África –suele recordarse– no es un país, sino un caleidoscopio de pueblos, cada uno con sus costumbres particulares, y en ocasiones seccionados por líneas que trazaron las potencias europeas y que dejaron a uno y otro lado a las que eran naciones homogéneas.

Una de las costumbres, allí donde a la mujer no se le reconoce derecho a la herencia, ha sido aumentar la prole lo más posible, sobre todo con hijos varones, para garantizarles a estos unos bienes con los que, más tarde, ayuden al sostén de la madre.

No suele haber otro colchón. “En primer lugar –explican en un reciente artículo varios investigadores del Banco Mundial y la Universidad de París–, los sistemas de pensiones [africanos] son débiles o inexistentes. En segundo, los hombres suelen casarse con mujeres mucho más jóvenes, lo que significa que la mayoría de estas prevén acabar viudas. Y en tercer lugar, las leyes y normas consuetudinarias suelen excluir a las mujeres de la propiedad y la herencia”.

También influye que el marido haya tenido anteriormente otra esposa e hijos. Según constatan los autores, la fecundidad se incrementa en estos casos, pues se ve a los hijos precedentes como potenciales rivales cuando llegue el momento de heredar. “En Ghana –precisan– la respuesta más fuerte en fecundidad se da entre mujeres cuyos esposos pertenecen a grupos étnicos en los que las esposas corren mayor riesgo de desposesión cuando muere el marido”. De varias hipótesis sobre la alta fecundidad en el continente, a la que conceden más crédito es a la que percibe en ella una estrategia para asegurarse tierras e ingresos, que proveerán de seguridad económica en la vejez.

El caso de las ruandesas confirma a contrario sensu la misma teoría. La baja tasa de fecundidad entre ellas hace notar el efecto de la igualdad de trato ante la ley. Allí, tanto el marido como la mujer tienen derecho a la titularidad de la tierra, por lo que los expertos no han hallado “ningún impacto positivo” por esa causa. De los 48 países subsaharianos, Ruanda está en el lugar 12 de los de menor fecundidad (3,7 hijos por mujer).

Algunas causas del descenso

En la raíz del descenso de la fecundidad en la región confluyen varias razones. Una de ellas es la progresiva urbanización de la sociedad subsahariana. Según refiere un equipo del Institute for Labor Economics (IZA), de Alemania, en una investigación sobre la transición demográfica africana, “de un alto grado de urbanización se espera que haga decrecer el número de hijos, debido a los altos costos de la vida en las ciudades y, consecuentemente, de la crianza de los niños”.

La proporción de mujeres africanas en la educación universitaria ha subido discretamente desde los años 2000

Concuerda en este punto Serge Rabier, analista de la Agencia Francesa de Desarrollo, quien señala en un artículo que una derivación del proceso de urbanización subsahariano es que los habitantes de las ciudades, al residir en viviendas más pequeñas, tienden a tener menos hijos y desarrollan hábitos más enfocados en el consumo. Asimismo exhiben menos lazos con la comunidad, la cual, en el entorno rural, suele implicarse más en el cuidado de todos.

También menciona el progresivo reconocimiento de los derechos de las mujeres y su incorporación al mercado laboral –en las ciudades es más difícil aparecerse en el puesto de trabajo con un crío atado la espalda–, así como la paulatina reducción de la diferencia de edad entre cónyuges y la incorporación de las niñas a la educación (a más tiempo de formación escolar, más dilación del momento del matrimonio).

Sobre el aspecto de la educación, el informe “Educating Girls and Ending Child Marriage in Africa”, publicado por la UNESCO este mismo año, establece una correlación entre la fecundidad africana y el potencial impacto del nivel educativo de las mujeres: si para las chicas con únicamente educación primaria la fecundidad se reduce en un 12%, para las que han cursado la universidad disminuye un 34% (a más años en las aulas, más se dilata el momento de la maternidad). La proporción de mujeres en la educación superior ha subido discretamente en las últimas décadas: otro resumen del mencionado organismo internacional refiere que en 2005 había poco más de 60 estudiantes universitarias subsaharianas por cada 100 estudiantes varones, y que en 2020 ya eran 76.

Los números están aún muy lejanos, cierto, de la proporción europea (120 chicas frente a 100 chicos), pero muestran un ascenso y pueden estar dejándose ver en la fecundidad, toda vez que la maternidad puede suponer, también para las profesionales africanas, una postergación del momento de su promoción  laboral y de la obtención de mayores ingresos.

“¿Quieres ayuda? Primero al quirófano”

Otro factor, sin embargo, devela la cara más oscura del fenómeno. Es el caso de la práctica del aborto, estimulada en esa parte del mundo por varias ONGs occidentales. Como la británica Marie Stopes International, hoy denominada MSI Reproductive Choices en un intento de ocultar pudorosamente el racismo y las obsesiones eugenésicas de su fundadora, Marie Stopes, admiradora de Hitler.

La ONG ofrece “servicios” de anticoncepción y aborto en 37 países, y en su web anuncia con orgullo que en 2023 evitó 16,5 millones de embarazos no deseados. Particularmente en 17 países africanos, MSI corre a cargo del 25% de la demanda de anticonceptivos.

No parece, sin embargo, que sus procedimientos en África se presten siempre para provocar las sonrisas que aparecen en los rostros femeninos de su web. En diciembre de 2023, la organización fue condenada a indemnizar –aunque por un monto verdaderamente ridículo: 20.000 dólares per cápita– a cuatro mujeres kenianas con VIH a las que esterilizó sin su consentimiento, pues no sabían exactamente qué firmaban. Al tratarse de personas en situación de extrema vulnerabilidad, la ONG les condicionó la ayuda alimentaria (leche y fórmula para bebés) a que aceptaran algún método de planificación familiar…, que resultó ser la esterilización.

La acción de esta organización –contra la que han ido ya los gobiernos de Kenia, Níger, Zambia, etc., por realizar abortos ilegales en sus territorios–  y la de algunas otras tiene que haber dejado huella forzosamente en la fecundidad de la región. Un informe del Guttmacher Institute, de 2017, sobre el impacto de los programas de anticoncepción en África subsahariana, puede darnos una idea de la incidencia de esa práctica en la demografía actual y en la futura: si en 2003 se habían realizado allí 1,9 millones de abortos, en 2014 la cifra había escalado a 3,8 millones. La tasa de abortos inducidos había crecido así de 12 por cada 1.000 mujeres en edad reproductiva a 17. La maquinaria de reducción poblacional africana va, pues, a todo gas.

No está la señora Stopes en la sala de mando. Pero como si lo estuviera.