Según los datos recién publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), en España residen 3,7 millones de extranjeros, el 8,5% de la población total, que llega a 44,1 millones. Este número corresponde a los datos definitivos del padrón municipal a 1 de enero de 2005, que aumentan en más de 100.000 habitantes la estimación provisional hecha pública en abril pasado. Resulta, así, que en 2004 se inscribieron en el padrón cerca de 700.000 extranjeros, 325.000 más que el año anterior.
El padrón municipal es útil para estimar la población inmigrante porque inscribirse en él da acceso a ciertos servicios de sanidad y educación, aunque uno esté en situación irregular. El problema es que presenta inscripciones duplicadas -que el INE intenta depurar- de extranjeros que cambiaron de domicilio y otras de inmigrantes que ya no viven en España y no se dieron de baja en el padrón. El exceso del padrón se compensa en alguna medida con los extranjeros no inscritos. Se estima que a comienzos de 2005 había en España 1,6 millones de inmigrantes en situación irregular, no todos incluidos en el padrón. Eso era antes del último proceso extraordinario de regularización, que ha puesto en regla a más de medio millón de inmigrantes.
Según el último padrón definitivo, en 2004 la población de España aumentó un 2,1%, muy por encima de las tasas anuales registradas en la década pasada. El 76,4% del crecimiento en 2004 corresponde a los extranjeros, que aumentaron en casi el 23%, mientras que los españoles crecieron solo el 0,5%.
Los inmigrantes más numerosos son los marroquíes (511.000) y ecuatorianos (498.000). En tercer lugar están los rumanos (317.000), que adelantan a los colombianos (271.000). El grupo nacional que más creció en 2004 es el de Bolivia (+87,1%), que se pone en cerca de 100.000 personas. Siguen los de Rumania (+52,6%), Brasil (+44,5%) y China (+40,4%).
Como señala Luis Ignacio Parada en su columna de «ABC» (18-01-2006), es habitual que ante un crecimiento tan significativo de la población inmigrante, surjan voces preocupadas por «las complicaciones políticas que plantean la falta de viviendas, la xenofobia, el multiculturalismo, la delincuencia y la seguridad ciudadana». Pero no se debe olvidar que también todos estos problemas tienen otro origen: «la baja natalidad, el desproporcionado índice juventud/vejez, la baja tasa de actividad femenina, el coste del alargamiento de la vida y la universalización de la sanidad».