En el libro El suicidio demográfico de España (Homo Legens, 2011), Alejandro Macarrón Larumbe hace un análisis de las perspectivas demográficas de España, da una explicación de la baja natalidad y hace unas propuestas para corregirla. En la introducción muestra también algunas tendencias sobre la aportación de los inmigrantes a la natalidad, de la que reproducimos algunos párrafos.
— El porcentaje de bebés nacidos en España con al menos un progenitor extranjero ha crecido sin parar desde mediados de los 90, cuando era mínimo, hasta alrededor de un 25% en 2009, con picos del 40% en provincias como Gerona, y de más del 35% en Lérida, Tarragona, Baleares o Almería, superándose también el 30% en Madrid, Barcelona, Soria, La Rioja, Ceuta y Melilla.
— Alrededor de uno de cada quince bebés nacidos en España en 2009 tiene padre y/o madre marroquí, proporción superior a uno de cada seis en la provincia de Almería, y a uno de cada siete en la de Gerona.
— En comunidades autónomas como Cataluña, Murcia y La Rioja, un 10% o más de los bebés actuales tienen al menos un progenitor musulmán. En Almería y Gerona, este porcentaje está en el entorno del 20%, y en Tarragona y Lérida, del 15%.
Con nuestra bajísima natalidad, España está abocada a envejecer y despoblarse de forma progresiva. Y con ello, al empobrecimiento colectivo y a una sociedad que languidece por falta de savia joven. La alternativa es la repoblación masiva por extranjeros procedentes de países más pobres y con otras culturas. Pero esto, que en opinión del autor es, en todo caso, mejor que la despoblación, conlleva inconvenientes y riesgos evidentes. Si la inmigración llega en masa, como necesitaríamos por nuestro tremendo déficit de nacimientos y de gente joven, y no a ritmos más pausados que permitan su asimilación sin grandes traumas, a partir de determinados umbrales de presencia de foráneos, nos exponemos a dolorosas fracturas sociales y a niveles de delincuencia mucho mayores. Y ya en concreto, la inmigración magrebí-musulmana, además, comporta dificultades adicionales de integración.
Con todo, en opinión del autor, el mayor riesgo de fiar a los inmigrantes la solución del problema que crea nuestra baja natalidad es que ni siquiera vengan cuando los necesitemos. Si nuestra economía entrase en una espiral negativa estructural por falta de gente joven –como en el caso del muy envejecido Japón–, es muy probable que vinieran pocos inmigrantes aquí. Las regiones más envejecidas y despobladas de España, como Asturias, Galicia o Castilla y León, tienen muchos menos inmigrantes por cien habitantes que las zonas más pujantes de la España actual. Y Alemania, el país más envejecido de Europa, que lleva perdiendo población nativa desde hace más de diez años, tiene en los últimos años un flujo neto negativo de inmigrantes. Un país de ancianos y en barrena por su demografía tampoco sería lugar atractivo para los extranjeros.