La dura vida de los hijos únicos en China

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Por dictado del régimen, los niños chinos son casi todos hijos únicos. Se temía, por eso, que los jóvenes chinos se criaran como niños mimados. En realidad, son niños demasiado exigidos, explica Catherine Bennett en «The Guardian» (9 noviembre 2004).

«Desde que en 1979 China implantó su política demográfica del hijo único, algunos analistas auguraban el advenimiento de una generación de niños regordetes y mimados, que no habrían tenido oportunidad de aprender a compartir. A estos hijos únicos se les empezó a llamar «pequeños emperadores», pues se pensaba que sus padres no iban a privarles de nada», explica Bennet. Pero hoy más bien parece que estos hijos únicos (unos 100 millones) no son unos niños mimados, a juzgar por lo que la periodista ha podido ver en algunas escuelas de Shanghai.

La política del hijo único, que se ha aplicado con distinto rigor según las épocas, ha tenido efectos demográficos y sociales devastadores. En Shanghai, por ejemplo, apenas se ven niños. Y es que, en efecto, la natalidad es extraordinariamente baja. El profesor Peng Zizhe, director del Instituto Demográfico de Investigación en la Universidad de Fudan (Shanghai), calcula que está en torno a 0,7 hijos por mujer.

Según Peng, «la propaganda que se ha hecho durante estos veinte o treinta años, junto con la ejecución del plan del gobierno, han cambiado radicalmente la concepción de la gente sobre la reproducción. La pregunta que tendrán que hacerse ahora los demógrafos y los políticos de Shangai no es si estos niños van a tener el día de mañana dos o tres hijos, sino si van a tener alguno».

Entretanto, la política demográfica china ha dado lugar a padres hiperprotectores, que concentran todas sus expectativas en el único hijo. «Estos padres, en gran parte pertenecientes a la ‘generación perdida’, la que nació en años de hambre, que vio truncadas sus aspiraciones por la revolución cultural o los trastornos económicos subsiguientes, están obsesionados con las calificaciones requeridas para el éxito en la vida». Así que sus hijos no viven como «pequeños emperadores», sino en permanente tensión. «Lo malo de ser hijo único, algo que ocurre en toda China -explica un alumno de secundaria-, es que todo gira alrededor de las calificaciones. Si no sacas buenas notas, no eres buen chico».

En este contexto, la preocupación principal de los padres es proporcionar a sus hijos el mejor ambiente de estudio. «Nuestros padres hacen muchas cosas que se supone que tendríamos que hacer nosotros, solo con el fin de que nos concentremos en nuestros estudios. Por ejemplo, mi madre saca mi bicicleta a la puerta, llama al ascensor y se queda esperando a que termine el desayuno y salga corriendo. Sólo hay estudio, estudio, y nada más que estudio». Por eso les preocupa no dar la talla en otros aspectos de su vida. «Cuando crezcamos, no vamos a saber hacer la colada, ni lavarnos los calcetines ni ordenar nuestro cuarto».

Jin Weiliang, director de un colegio de secundaria, dice que la presión a la que someten los padres de hoy a sus hijos «no tiene precedentes en China». Por este motivo, el gobierno chino tiende ahora a aliviar la presión académica en lugar de aumentarla.

Como el propio Weiliang sugiere, ha sido la política demográfica del hijo único la que ha conducido a esta situación. «Si tienes varios hijos y uno no estudia, siempre puedes poner las expectativas en los otros. Pero si sólo tienes uno, éste puede triunfar o fracasar. Los padres valoran más el éxito de sus hijos que el suyo propio. El éxito en la educación del hijo determina si la familia es feliz o no. Así, una familia pobre en la que el hijo saca buenas notas, puede ser muy feliz… y también una familia rica puede ser infeliz».

Pero la insistencia en el éxito tiene un peligro. Los profesores con los que habló Bennett están preocupados porque ven a sus alumnos menos sociables y altruistas que los de antes. Mao habría visto en esto una amenaza para el socialismo. En un panfleto de 1937 escribió: «El liberalismo surge del egoísmo pequeñoburgués, que antepone los intereses personales a los intereses de la revolución». Comenta Bennett: «Si sus sucesores hubieran querido diseñar una generación que se comportase de esta lamentable manera, sin duda no podrían haber hecho nada mejor que implantar una política que llenara las ciudades y universidades de voluntariosos hijos únicos».

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