La semana pasada, la revista BioScience publicó una declaración, a la que se han adherido más de 11.000 científicos, que urge a tomar medidas enérgicas para evitar a la humanidad “sufrimientos indecibles” a consecuencia del cambio climático. Una de ellas es recortar la natalidad para que disminuya la población mundial. Massimo Calvi resume en Avvenire las principales críticas que otros han hecho a esta idea.
En general, no se cuestiona la mayoría de las propuestas del manifiesto, como mayores impuestos a los combustibles fósiles, la reforestación o cambios en la dieta. Pero el apartado sobre demografía es mucho menos convincente.
En primer lugar, los firmantes hacen sonar la alarma por el aumento de la población, actualmente de unos 80 millones de personas al año. Pero la ONU lleva años rebajando su estimación de la población mundial en 2050. La razón es el descenso de la fecundidad en todo el mundo, a tasas inferiores a la de reemplazo (2,1 hijos por mujer) en los países desarrollados y a otras que se le acercan en los demás: la misma India, que a mediados de siglo será ya el país más poblado del mundo, tiene actualmente una tasa de 2,2.
Por tanto, la emergencia demográfica mundial no será un exceso de población, sino el envejecimiento. El manifiesto, en cambio, sitúa el problema en la natalidad, y por eso propone difundir la anticoncepción. En realidad, si la población sigue aumentando, es cada vez más por la mayor longevidad –porque baja la mortalidad–, y cada vez menos por los nacimientos. Entonces, se pregunta Calvi: “¿Cómo se puede reducir la población? ¿Reduciendo la esperanza de vida?”.
La responsabilidad de las emisiones está en los sistemas económicos y en las pautas de consumo, antes que en la población
Otra equivocación está en atribuir las excesivas emisiones de CO2 a la población, sin más. África, el continente de mayor crecimiento demográfico y principal preocupación del manifiesto, es el que menos contribuye al efecto invernadero. La gran contribución de Asia se debe no simplemente al número de habitantes, sino a la ineficiencia energética. La responsabilidad de las emisiones está antes en los sistemas económicos y en las pautas de consumo. “La verdadera cuestión, en suma –afirma Calvi–, es cómo hacer más sostenible el desarrollo, no cómo reducir los nacimientos”.
Pues “la historia de la innovación muestra que la soluciones surgen siempre donde hay densidad de población y de capacidad, donde el problema es más acusado, no en territorios despoblados”.
Hay, finalmente, una cuestión cultural y moral. “La idea de que los blancos ricos decidan que algunas zonas del planeta hayan de estar sometidas al control demográfico hace caer de nuevo a la humanidad en la edad oscura del imperialismo colonialista”.
Por tanto, el documento puede ser útil como incitación a un debate amplio sobre los asuntos medioambientales. Pero “hoy el mundo necesita más investigación científica, no una investigación orientada a una visión parcial del mundo”.