La evolución de la población española
La publicación de los datos del censo de 1991 ha despertado la alarma sobre el futuro de la población española. El índice de fecundidad es el más bajo de Europa y la población envejece de forma acelerada. En menos de una década, el número de españoles mayores de 65 años superará al de menores de 15. Y mientras otros países europeos que están en mejor situación han emprendido ya políticas de promoción de la natalidad, en España estas políticas brillan por su ausencia.
Los que nos movemos en el campo de la docencia universitaria solemos considerar algunos fenómenos singulares o atípicos como «casos de manual». Esta referencia cuadra bien a la evolución de la población española, y en especial de la fecundidad, durante el periodo comprendido entre los censos de 1981 y 1991.
Durante los años sesenta y setenta, la bibliografía sociológica atribuía la legislación, las actitudes, y los comportamientos relacionados con la fecundidad a la falta de modernización de la sociedad española. Este diagnóstico del retraso español explicaría que no hubiéramos alcanzado en esa etapa el final de la transición demográfica que caracterizaba a los países ya modernizados. Según este modelo, Europa habría alcanzado la última fase, en la que los índices de natalidad y mortalidad se situarían en un nivel bajo, de tal manera que la población crecería lentamente.
Un declive mayor del previsto
Entretanto, a mediados de los sesenta comienza en los países norteños de la Comunidad Europea el declive de la fecundidad, que, unos diez años después, sitúa a todos por debajo del umbral de reemplazo de las generaciones. El contraste de la teoría con esta realidad inédita ha llevado a algunos a enunciar el concepto de II Revolución Demográfica o Postransición; y para los menos se trataría de un ajuste necesario a las nuevas circunstancias de paro producido por los ciclos de crisis económicas, la creciente inserción de la mujer en el mercado de trabajo y el efecto de las nuevas tecnologías que requieren menos mano de obra.
Hoy, el devenir dramático de la población comunitaria parece una evidencia aceptada por todos, científicos, políticos y la opinión ciudadana. El fenómeno podría ser resumido por medio de tres notas: la tendencia al crecimiento cero y al decrecimiento de la población, el envejecimiento progresivo en función de la caída de la fecundidad, y, en consecuencia, un futuro amenazado por la esclerosis demográfica, a no ser que la inmigración devuelva en parte la juventud perdida.
Llegará un momento en que la gente joven no sustituya a la vieja. Esto significa que las actuales cargas que soportan los activos para financiar a los inactivos -parados, menores de edad, y sobre todo tercera edad- serán insoportables para las economías occidentales, que a la vez disminuirán su cuota de mercado interior en un mundo de extremada competencia. En una fase de creciente complejidad tecnológica, económica y social como la nuestra, es evidente que el principal capital de un país es la gente joven con un alto y generalizado nivel de formación.
Sin tocar fondo
Estas afirmaciones adquieren un especial relieve en España, habida cuenta de lo que señalan los datos. El número de hijos por mujer es ya el más bajo de la Comunidad Europea, y hemos emprendido un camino rápido para colocarnos a principios del próximo siglo en una situación de envejecimiento superior a la media comunitaria. La inserción de trabajadores en la población activa está disminuyendo desde hace seis años, aunque la tasa de actividad aumenta como resultado de la incorporación progresiva de la mujer al mercado laboral.
Todo parece indicar que aún no hemos tocado fondo en el descenso de la fecundidad. A pesar de que la bibliografía de fines de los ochenta y actual insista en que el paro, las crisis económicas y la carestía de la vivienda son factores determinantes del descenso, hay otros factores más decisivos. No es posible explicar el vuelco de la fecundidad sin tener en cuenta el proceso de secularización; ni predecir la continuidad del declive sin aludir a las políticas estatales de desvalorización de la familia y, en particular, a las campañas sexológicas del Ministerio de Asuntos Sociales. Todo esto está marcando a las generaciones jóvenes con actitudes más restrictivas hacia la maternidad que las de las generaciones precedentes.
La inacción del Gobierno
La inmigración puede contribuir a solucionar el problema en cierto grado, aunque hay que tener en cuenta que la sociedad moderna exige sobre todo cabezas y no sólo manos para los puestos menos cualificados. Pero sobre todo es necesario que el buen sentido lleve al Gobierno a iniciar políticas de promoción de la natalidad, sin temor a contrariar al feminismo radical. El feminismo parece ser el principal activador ideológico de la mentalidad reduccionista ante la fecundidad, que influye en sectores amplios de la mujer española. En ningún país europeo se da la contradicción de un Gobierno que en vez de fomentar la natalidad, la reduzca indirectamente.
Las recientes proyecciones del Instituto Nacional de Estadística, que señalan un descenso de la población española a partir de 1994, muestran un panorama desolador a muy largo plazo, en el caso de que no se produzca un cambio de tendencia. Al ritmo actual, la población disminuiría en 10 millones hasta el año 2040. Asusta pensar en el perfil de la estructura por edades que tendría nuestra población originaria, a la que se yuxtapondría en su caso otra más joven de inmigrantes de menor cultura.
Es evidente que una proyección a tan largo plazo es un buen revulsivo para urgir al establecimiento de políticas de apoyo. Sin embargo, y como afirma el último Informe de la Comisión Europea sobre la demografía comunitaria, a partir del año 2020 toda proyección adquiere un tono opaco, y por tanto no es válido ir más allá de esa fecha.
Cualquiera que sea el valor de estas proyecciones a largo plazo, el caso es que España es el único país comunitario que carece de políticas de promoción de la fecundidad, cuando nos encontramos en la situación más grave. A los obstáculos estructurales que dificultan la fecundidad -acceso a la vivienda, paro, dificultades de la mujer para conciliar empleo y maternidad, etc.-, se añaden los fomentados por el mensaje cultural que difunde el Estado y por su propia inacción ante el problema.
A la vista de nuestra decadencia demográfica es urgente la adopción de políticas de apoyo a la natalidad, en relación con la vivienda, la fiscalidad, la enseñanza, la dedicación simultánea al empleo y a la familia. De no ser así, nuestro futuro aparece sombrío.
Manuel Ferrer RegalesManuel Ferrer Regales es Catedrático de Geografía de la Universidad de NavarraLa población española según el censo de 1991
La población residente en España, según el Censo de 1991, alcanza un total de 38.872.279 habitantes, de los que 19.036.437 son varones y 19.835.842 mujeres. Desde el censo anterior de 1981, la población ha aumentado en 1.190.000 personas, con una tasa de aumento del 3,2%, lo que supone el crecimiento demográfico más bajo de todo el siglo. La esperanza media de vida al nacer es actualmente de 76,8 años, mayor en el caso de las mujeres (80,3 años) que en el de los hombres (73,2).
La causa principal de la desaceleración progresiva del crecimiento demográfico es el notable y continuado descenso que viene experimentando la fecundidad. El número medio de hijos por mujer ha pasado de 2,2 hace diez años a 1,25 en la actualidad. Este índice es inferior a los registrados en otros países de Europa occidental, que experimentaron el descenso de la fecundidad en años anteriores: en Suecia la tasa es de 2,15 hijos por mujer fértil; en el Reino Unido 1,9 y en Francia 1,8, en ese mismo año.
Envejecimiento progresivo
En consecuencia, mientras que a finales de los años setenta había unos 600.000 nacimientos anuales, en 1990 no se llega a los 400.000. Si continúan estas tendencias demográficas, la población comenzará a descender en 1994, momento en que habrá más muertes que nacimientos.
La disminución del tamaño de la nuevas generaciones, junto con el descenso de la mortalidad, implica un aumento del peso relativo de la población de 65 y más años. Este envejecimiento de la población se refleja en el cuadro incluido en esta página.
Estructura de la población por grupos de edad (%)1981199120000-14 años25,619,514,415-64 años63,166,768,665 y más11,313,817
El futuro de la población en España dependerá también de los movimientos migratorios. Aunque lo advierte así, el informe del Instituto Nacional de Estadística no incluye el saldo migratorio en sus proyecciones, ya que la velocidad con que aumentará la cifra de inmigrantes es incierta y su peso relativo en la población actual es bajo. En cualquier caso, es claro que desde principios de la década de los ochenta España ha pasado a ser un país de inmigración. La población de nacionalidad extranjera inscrita asciende a 273.000 personas, que representan un 0,7% del total de la población. El saldo de entrada de emigrantes en el decenio 1981-1990 se sitúa en algo más de 150.000 personas. Sin embargo, estas cifras no reflejan la realidad del fenómeno migratorio. En España residen legalmente 400.000 extranjeros, mientras que los cálculos de inmigrantes ilegales oscilan entre 150.000 y 300.000.
Del total de extranjeros residentes en España, un 50% son europeos y un 25% americanos, con un alto porcentaje de mujeres entre estos últimos. Lo contrario ocurre en los africanos, de los que el 75% son marroquíes, y en su mayoría varones.
En cualquier caso, si la población española no disminuye en el futuro será como consecuencia de la entrada de inmigrantes y no por el saldo vegetativo.
Nivel de instrucción
En cuanto al nivel de instrucción de la población adulta de 25 ai64 años, el censo revela que el 20,5% no tiene estudios, el 36% tiene estudios de primer grado (EGB o primaria), el 30,96% de segundo grado (BUP, FP) y el 9,98% de tercer grado (universitarios). El porcentaje de analfabetos ha disminuido del 5,74% en 1981 al 2,54% en 1991. De cada 10 analfabetos, 7 son mujeres y 3 varones.
Entre las características económicas del decenio 1981-1991, hay que destacar el incremento del número de trabajadores activos en un 7%. La tasa de actividad ha pasado del 46,82% (1981) al 50,24% (1991), y la tasa de paro del 16,19% al 18,88%. El aumento total del número de activos se explica por la incorporación progresiva al trabajo de la población femenina, con un 48,2% de aumento frente al 6,3% del colectivo de varones. En cuanto a la situación profesional, hay un dato que refeja los cambios producidos en el último decenio en la legislación laboral: los asalariados fijos (6,3 millones) han disminuido en un 18%, mientras que los asalariados eventuales (3,1 millones) han aumentado en un 125%.
Los inactivos han disminuido alrededor del 5% en el periodo intercensal. Los jubilados se han incrementado en un 30%, los incapacitados permanentes han disminuido en un 32%, los estudiantes y escolares han aumentado en un 56%, y las personas ocupadas a las labores del hogar han disminuido en un 24%.