Ashiya. Conociendo la agitada historia de las relaciones entre Japón y Corea del Sur, nada parecía menos apropiado que organizaran conjuntamente el Mundial de Fútbol. Muchos japoneses desprecian a los coreanos y muchos coreanos odian a los japoneses. Pero si la decisión de la FIFA en 1996 fue arriesgada, los esfuerzos de coordinación de los dos países anfitriones están contribuyendo a derribar barreras y mejorar las relaciones entre ambos.
Ciertamente la organización del Mundial ha representado una verdadera carrera de obstáculos, repleta de rivalidades y malentendidos. Japón ha sido quizá el que más ha sufrido en ese proceso, porque la decisión le vino impuesta desde arriba -debido al juego político de la FIFA-, cuando estaba ya prácticamente en la recta final para conseguir ser elegido como anfitrión único.
De todos modos, a pesar de las antipatías y recelos crónicos entre los dos países, estos son tiempos nuevos: los dos son democracias, los dos han sufrido una depresión económica después del boom de los años 80 y mediados de los 90, y los dos tienen una generación joven que ni conoce ni se preocupa mucho del pasado. No es tiempo de ajustar antiguas cuentas. Algunas de estas diferencias se refieren a los libros de texto de historia. Después de 50 años del fin de la II Guerra Mundial, Japón sigue publicando libros de historia que los gobiernos de China y Corea perciben como una burda interpretación de la realidad.
También son causa de protesta las visitas de los políticos japoneses a Yasukuni Jinja -uno de los templos más importantes del sintoísmo-, que constituye el símbolo de contradicción y de sentimientos opuestos más conocido de Japón, tanto en el campo religioso como en el político. Allí hay lápidas y recuerdos que conmemoran a los casi 2,5 millones de soldados que dieron la vida por el Japón desde finales del siglo pasado, entre los que se encuentran Hideki Tojo y otros generales ejecutados por los Aliados como criminales de guerra (cfr. servicio 59/97).
Para bastantes países asiáticos, Yasukuni simboliza el militarismo japonés de antaño. Por eso es causa de fricciones diplomáticas con China, Corea y otras naciones del continente asiático que no quieren olvidar la época en que estuvieron sometidas al imperialismo japonés.
En abril pasado, la visita a Yasukuni del primer ministro Junichiro Koizumi produjo cierto revuelo de protestas por parte, sobre todo, de China y Corea, pero mucho menos de lo que cabía esperar en comparación con otras ocasiones. Lo cual es una muestra de moderación -especialmente por parte Corea- y de que no se quiere enturbiar las aguas de la creciente aproximación cultural que están experimentando las dos naciones. Y para conseguir el éxito esperado de los esfuerzos de organización conjunta del Mundial de Fútbol, que están resultando un ejemplo de buena voluntad y cooperación mutua.
Las generaciones jóvenes estrechan relaciones
El inicio de esta aproximación está en la visita de Estado a Japón del presidente coreano Kim Dae Jung en 1998. En esa ocasión los dos gobiernos, en una declaración conjunta, prometieron mirar al futuro y superar los desafortunados sucedidos históricos entre los dos pueblos. Como primera medida, Corea del Sur anunció que levantaría gradualmente la disposición, existente desde la guerra mundial, que prohibía la distribución de productos de la cultura popular japonesa: películas, manga (comics), funciones y conciertos de artistas y cantantes japoneses…
«En Corea del Sur -dice Kim Choon Seek, jefe de la oficina que el periódico coreano Dong-a Ilbo mantiene en Tokio- las personas de más de 50 años todavía recuerdan que fueron víctimas de la colonización japonesa. La tragedia de la división Norte-Sur también tiene que ver con la administración colonial; y, por lo tanto, se suele echar la culpa de ello a Japón. Pienso que la decisión del gobierno del presidente Kim Dae Jung de liberalizar la cultura popular japonesa en Corea será bien apreciada en el futuro».
Kim Choon Seek piensa también que «el hecho de que los dos países cooperen siendo anfitriones del Mundial, es muy significativo, porque ofrece una oportunidad única para mejorar las relaciones y anima a salvar las diferencias históricas».
De hecho, todos estos esfuerzos están dando frutos. En los últimos años más de dos millones de japoneses han viajado a Corea, especialmente gente joven. Como dice Inuhiko Yomota, profesor de historia del cine y cultura comparada en Meiji Gakuin University de Tokio: «Yo siempre les digo a mis alumnos que vayan a Corea del Sur y vean por sí mismos. Si les gusta, leerán acerca del país y querrán conocer a sus coetáneos de esa nación. Prácticamente toda cultura es un híbrido de varias culturas. Se nos ha inculcado que nuestra cultura es puramente japonesa, pero en realidad hay muchos elementos que proceden de Corea, y viceversa. Por otra parte, mientras que algunos pensaban que permitir la importación de películas japonesas causaría el declive de la industria cinematográfica coreana, la competencia ha inspirado la producción de películas tales como JSA (Join Security Area) y Swiri -acerca de los conflictos entre Corea del Norte y del Sur- con un éxito de taquilla fabuloso en Japón».
Según una encuesta llevada a cabo por el diario japonés Mainichi Shimbun y el coreano Chosun Ilbo, alrededor del 70% de los japoneses sienten afinidad por Corea, mientras que el 35% de los coreanos dicen que sienten afecto por Japón y el porcentaje crece a medida que los contactos aumentan.
Las relaciones entre los dos países ciertamente han mejorado mucho en los últimos años. Los jóvenes de ambos países, que solo conocían al otro por lo que estudian en los textos de historia, se sorprenden al comprobar que la realidad actual es muy diferente y no les cuesta hacerse amigos.
Quizás sea exagerado afirmar que todo esto se debe al deporte y la música. Pero ciertamente tanto el Mundial como la liberalización de la cultura popular japonesa representan un paso de gigante hacia el futuro de las buenas relaciones entre los dos países.
Antonio Mélich