A menudo se presenta la eutanasia como un derecho de los enfermos incurables, que pueden preferir la muerte a soportar los sufrimientos. Pero quienes conocen de cerca el caso de estas personas no suelen pensar del mismo modo. La revista Réseau (noviembre 1994), de la Universidad de Quebec, recoge las opiniones de dos especialistas canadienses, una psicoterapeuta y un psicólogo.
Chantal Saint-Jarre tiene una amplia experiencia clínica con pacientes terminales, en especial enfermos de SIDA. Para ella, la respuesta al «ensañamiento terapéutico» es la medicina paliativa. «Acompañar a un moribundo es, de hecho, una obligación de no matar». «La medicina paliativa, que trata de aliviar los síntomas y controlar el dolor, y el acompañamiento a los moribundos, dentro de los cuidados paliativos (…); todo esto es, a su manera, una forma de decir no a la eutanasia». «La idea de que la muerte sería más dulce merced a un cóctel de pastillas equivale a promover, mucho antes de la eutanasia real, una especie de eutanasia psíquica (…), pues el mensaje que se transmite al enfermo viene a ser que el tiempo que le queda de vida no vale la pena: es un tiempo muerto».
Por eso Saint-Jarre se opone a la legalización de la eutanasia, «que abriría la puerta a abusos intolerables. Puedo asegurar que, desde el momento en que se diga sí a la eutanasia, ya nunca habrá preocupación por formar médicos competentes en el terreno de los cuidados paliativos ni personal clínico capaz de responder a las necesidades de los enfermos graves y de los moribundos».
Si los cuidados paliativos hacen superflua la eutanasia, las demandas de eutanasia, por parte de enfermos terminales, revelan la falta de cuidados paliativos. «Hay que saber entenderlo que se oculta detrás de las peticiones de eutanasia: ¿es realmente esa la voluntad del moribundo, o la de su familia o de los médicos que no pueden más con el enfermo? Bajo una demanda explícita de eutanasia se esconde a menudo una petición de ayuda psicológica y espiritual que se puede resumir así: ‘Dadme amor, acogedme'».
También el psicólogo Brian L. Mishara se apoya, para rechazar la legalización de la eutanasia, en que la voluntad real y libre de morir es completamente excepcional. Mishara, profesor de la Universidad de Quebec y especialista en suicidio, recuerda las conclusiones de los estudios sobre esta materia. «Por cada suicidio consumado se cuentan de cincuenta a cien tentativas de suicidio. ¿Por qué una tasa tan elevada de intentos abortados? Porque la gran mayoría de los implicados cambian de idea antes de consumar el intento. Quieren, pues, buscar ayuda o detener la tentativa antes de que ésta sea irreversible. Es muy raro que una persona se mate porque desee morir. Más bien busca escapar de una situación que se ha hecho insostenible. Las investigaciones sobre el suicidio demuestran que casi siempre está presente la ambivalencia, el hecho de no saber si se debe proseguir o detener el intento, incluso en los casos del llamado suicidio ‘racional’ cometido por enfermos en fase terminal».
De aquí extrae Mishara una conclusión jurídica: «Los que atentan suicidio y los que cambian de idea pese a la adversidad de su situación -como una enfermedad que ocasiona graves limitaciones o está en fase terminal- deciden ejercer el derecho de vivir (…). Mientras el suicidio sea un acto individual, la persona puede ejercer este derecho humano fundamental. Pero si hay cooperación al suicidio y están implicadas en el proceso otras personas -médico, familiares, amigos…-, entonces este derecho puede resultar amenazado». Pues, en tal caso, «el individuo ya no está solo para tomar una decisión. Y se desconocen por completo las presiones sociales, médicas o incluso psicológicas que pueden influir en el deseo de morir. La presencia de otros, que consideren bueno para el interesado poner fin a su vida, (…) puede incitarle a consumar el intento y, así, poner en peligro su libertad de cambiar de idea».
En consecuencia, Mishara no cree que una hipotética regulación de la eutanasia pueda -contra lo que sostienen los partidarios de la legalización- garantizar que sólo se atiendan las demandas originadas en una decisión racional. «La decisión de poner fin a la propia vida nunca es completamente racional». De hecho, no son los dolores físicos los que realmente incitan al suicidio, sino más bien los sufrimientos psicológicos. Así lo indica un dato: «Se registran más casos de suicidio entre las personas seropositivas que entre las que han desarrollado el virus del SIDA».