Un pastor protestante norteamericano, Rob Schenck, es el protagonista de un documental de la realizadora Abigail Disney (sobrina-nieta de Walt) en el que se relata el “despertar” de la conciencia del ministro religioso, quien durante un tiempo trató de conciliar su fe con la política republicana y el copioso número de incidentes relacionados las armas de fuego en su país.
En el documental La armadura de luz, del que habla The Economist, Schenck atribuye su toma de conciencia sobre las armas a dos atrocidades –de muchas– que han tenido lugar en EE.UU.: el asesinato a tiros de cinco niños Amish en Pensilvania, en 2006, y el de otras 12 personas en una instalación de la Marina cercana a su casa, el Washington Navy Yard, en 2013.
A medida que profundizaba en el concepto de la santidad de la vida humana, el pastor visitó un campo de prácticas de tiro, y allí recordó a los chicos muertos en la masacre de Sandy Hook; además, acudió a una celebración de la Asociación Nacional del Rifle (NRA), en la que llegó a la conclusión de que las personas buenas pueden ser cómplices de acciones incorrectas. Ser provida y proarmas –vino a ver– era una contradicción.
El filme intercala las experiencias de Schenk con las de Lucia McBath, cuyo hijo, Jordan Davis, de 17 años, fue fatalmente tiroteado por un extraño en una discusión por el volumen de la música. “Nunca pensé que pudiera pasarnos a nosotros”, afirma, dejando caer quizás cuál es el principal obstáculo intelectual para atajar muchos problemas sociales.
Como Mr. Schenk, McBath es religiosa, y empezaron a colaborar. McBath, portavoz de una asociación de madres a favor de sensibilizar a la sociedad estadounidense en el tema de las armas, urge a Schenk a hablar sobre el asunto, porque sus correligionarios evangélicos lo escucharán.
“Los provida –asegura Schenk en USA Today– han hablado muy alto en algunos asuntos, y han estado muy callados en otros. Ya es hora de derrotar valientemente nuestros miedos y dedicar generosamente nuestras voces y acciones a proteger completamente a la familia humana, desde la concepción hasta la tumba”.
El principal problema del documental, según The Economist, es que muchos de los argumentos a favor y en contra de las armas son todos demasiado conocidos. Schenk, no obstante, esgrime fórmulas irresistibles para viejos dilemas: “Yo no confío en mí mismo”, dice al explicar su rechazo a poseer un arma, con una humildad que debería ser más tenida en cuenta por quienes se fían de su propio fusil para defenderse a sí y a su familia.
No obstante, los estadounidenses enterados de las consecuencias del uso de armas, a saber, que los altos niveles de posesión de estas derivan en mayor derramamiento de sangre, o que las armas de fuego tienen más probabilidades de ser utilizadas en un suicidio o en disparar al cónyuge, que en neutralizar a un “tipo malo”, no necesitan persuasión, mientras que desde la óptica de los extranjeros, esa manía por las armas sale a relucir con mayor frecuencia como el más raro aspecto de la excepcionalidad de ese país.