El término féminisme fue utilizado por primera vez en 1837. Según ONU Mujeres, se tiene constancia de que fue el francés Charles Fourier quien lo utilizó para describir la liberación de la mujer en un futuro utópico. Pocos años después, en 1848, tuvo lugar la primera convención por los derechos de las mujeres en Nueva York; y en 1893, Nueva Zelanda se convierte en el primer país que reconoce el voto a la mujer. Estos dos eventos pusieron de manifiesto que el lugar que se le había otorgado a la mujer en la historia y en la sociedad no era inamovible. Las impulsoras fueron ejemplo y estímulo para que miles de mujeres comenzaran a cobrar conciencia de la necesidad de luchar por sus derechos.
En nuestros días parece que volvemos a vivir un nuevo despertar de la conciencia femenina que nos acerca a un futuro, ya no utópico, sino realista, en el que los hombres y las mujeres gocen de los mismos derechos y reciban el mismo trato sin ningún tipo de discriminación.
Mirando nuestra sociedad occidental, uno podría creer que ese futuro es ya un presente y que, en realidad, la lucha feminista está de más. Sin embargo, atendamos a unos cuantos datos. Según Eurostat, las mujeres estamos más preparadas en términos formativos, pero solo ocupamos el 31% de los puestos de dirección. Por otra parte, el salario medio en España es de 12,76 euros/hora para los varones, frente a 10,86 euros/hora de la mujer. Una brecha salarial que se incrementa en los puestos directivos: los hombres cobran 24,62 euros/hora mientras que las mujeres, en puestos de similares características, cobran de media a 20,63 euros/hora. Estamos hablando de España, un país occidental y democrático.
Necesitamos una reflexión y actuación conjunta sobre la situación y el papel de la mujer en nuestra sociedad, para conquistar la igualdad
Sobra decir que las diferencias aumentan y hacen palidecer cuando nos acercamos a las realidades de mujeres que viven en India, África o algunos países de Latinoamérica. Sobra decir que el problema no es meramente monetario, sino que refleja una discriminación que se inflige en otros ámbitos laborales, sociales y familiares. Una desigualdad que tantas veces lleva consigo abusos de tantos tipos, también de carácter sexual, como se ha puesto de manifiesto con el movimiento #Metoo y que tantas otras veces acaba con la vida de la mujer.
Por todo ello y por muchas más razones que no caben en un solo artículo, se ha convocado una huelga el 8 de marzo. Un llamamiento inspirado en la huelga de 1975, en el que las mujeres de Islandia consiguieron paralizar el país y mostrar lo necesarias que son en todos los órdenes de la sociedad. De la misma manera, la huelga convocada por la Comisión 8M pretende visibilizar el papel de la mujer y reivindicar una igualdad de derechos. Las organizadoras lanzaron unas preguntas interesantes –¿Cómo sería el mundo si las mujeres no trabajaran? ¿Y si no consumieran? ¿Y si no cuidaran de los demás?–, que esperan ser respondidas con hechos el 8M. El manifiesto no sólo convoca y anima a la participación de todas las mujeres, sino que impele y empuja con el fin de no dejar pasar esta oportunidad decisiva en la historia de la mujer.
Sin embargo, bajo la aparente universalidad de la convocatoria, el manifiesto está repleto de exclusiones. En primer lugar, el manifiesto no es meramente feminista, sino político, vinculando capitalismo con patriarcado y propugnando el fin de ambos. Pero también se habla de medicalización, ecología y otras cuestiones que no tienen que ver con el feminismo. Por ello, el manifiesto se vale de la discriminación de la mujer para reivindicar intereses particulares de diferentes grupos que van más allá del ámbito laboral.
En segundo lugar, el lenguaje y la actitud beligerante otorga una visión de la mujer como víctima, así ha sido señalado en el manifiesto No nacemos víctimas, que promueve una visión fatalista y olvida la situación de las mujeres en países menos desarrollados.
Por último, en esta lucha de concienciación se excluye por completo al hombre, agravando cualquier tipo de solución. Como han recordado otros colectivos, necesitamos un 8M inclusivo, ya que no es posible alcanzar una igualdad si los hombres no se conciencian de esa necesidad. Necesitamos una reflexión y actuación conjunta sobre la situación y el papel de la mujer en nuestra sociedad, para conquistar, juntos, la igualdad. Por todo ello, aunque todas seamos mujeres, se ha de respetar que no todas estén dispuestas a firmarlo.
El 8 de marzo de 2018 no será el día en el que se erradicarán las desigualdades entre hombres y mujeres, pero estoy segura de que supondrá un nuevo paso en la lucha por la igualdad. Quedan muchos pasos por dar, pero si nos decidimos a darlos en común, mujeres y hombres, estoy segura que el futuro que vaticinó Fourier está cada vez más cerca. El acortar los tiempos depende de nosotros.