Se suponía que el abandono de las verdades objetivas iba a vacunarnos contra la intolerancia y la crispación. Que, una vez abrazado el relativismo, seríamos más flexibles con las opiniones ajenas. Pero la deseada apertura de mente no se ha producido. Algunos análisis sugieren que las confrontaciones identitarias podrían estar agravando la polarización más que los desacuerdos de ideas.
A medida que crece la preocupación por la posverdad, tiene menos sentido seguir defendiendo que el relativismo es lo que más conviene a la democracia. Si lamentamos las noticias falsas es porque creemos que hay unos hechos que no dependen de nuestras opiniones. Justo lo contrario de la actitud que favorece la polarización: importa lo que dice mi tribu, no lo q…
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