Qué pueden aportar los conservadores al debate público de hoy

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El movimiento conservador hoy corre el riesgo de verse arrinconado por el auge de los populismos. Se ve en los debates que acaparan la agenda política: crece el interés por las cuestiones identitarias, mientras decae por otros temas que siempre habían movilizado a los conservadores. ¿Cómo recuperar el protagonismo perdido? ¿Qué causas priorizar?

Según una encuesta de Gallup publicada en julio, la inmigración se ha convertido en el problema más grave para la mayor parte de los estadounidenses (el 22%) y las relaciones raciales, en el tercero (7%); por detrás –en séptimo lugar– queda la preocupación por el declive de la moral, la religión y los valores familiares (3%). Entre los republicanos, en general más conservadores que los demócratas, la brecha es todavía mayor: el 35% identifica la inmigración como el problema más importante, frente al 4% que dice eso de la laxitud moral.

La inmigración también es la principal preocupación para una mayoría de europeos (el 38%), según los datos preliminares del último Eurobarómetro. Pero no está claro cómo ha influido el ascenso de los populismos. La preocupación por el fenómeno migratorio es alta en Italia (41%), donde La Liga de Matteo Salvini y el Movimiento 5 Estrellas han hecho avances espectaculares, pero es mayor en Malta (55%), que no cuenta con formaciones populistas. En Estonia (62%), los populistas apenas tienen peso político. En cambio, sí lo tienen en República Checa (58%), Hungría (56%) y Dinamarca (54%).

Influir más allá de la política

Lo que es innegable es la influencia de estas formaciones en la conversación pública. En respuesta a la deriva identitaria de la izquierda en los pasados años 60 y 70, los populistas de derechas en Estados Unidos y Europa han logrado poner el foco de la opinión pública en una serie de temas: la crítica al multiculturalismo, la denuncia de la corrección política, el proteccionismo económico frente a la globalización, la preocupación por los efectos de la inmigración en el empleo y en el Estado del bienestar, la pérdida de soberanía frente a Bruselas, el miedo a la “islamización” de Europa, el respeto a la ley y a las tradiciones nacionales, la seguridad ciudadana…

Entre las prioridades de algunos de estos partidos, hay temas que también entran dentro de la agenda conservadora. Es el caso de Alternativa para Alemania (AfD), que defiende el matrimonio como la unión entre un hombre y una mujer. Pero la identificación entre valores conservadores y populismo no sirve cuando hablamos de formaciones como el Partido por la Libertad holandés o la Agrupación Nacional francesa (antes Frente Nacional). Aunque defienden de forma interesada la herencia cristiana de Europa (como argumento para oponerse al islam), en la práctica son bastante laicistas y no siempre conservadores en cuestiones sociales.

Por otra parte, alentar la división social para sacar ventaja en las urnas no encaja con el estilo de un movimiento que aspira a avanzar sus causas más allá de las líneas partidistas. A fin de cuentas, a los conservadores les interesa más la influencia cultural –los cambios en las mentalidades y los estilos de vida– que la política. El problema es que hoy muchos conservadores parecen convencidos de que “solo la cultura política es la cultura que importa”, en palabras de Joseph Bottum.

Crisis de sentido

Con el contexto estadounidense en mente, Emilie Kao, directora del DeVos Center for Religion and Civil Society de la Heritage Foundation, dice a Aceprensa que el movimiento conservador tendría que tomarse más en serio la “crisis cultural” que ha abierto el debilitamiento de las instituciones que antes aportaban sentido y cohesión social. “Las fuentes tradicionales de apoyo en tiempos difíciles han sido la fe, la familia y la comunidad. Pero estos elementos se están resquebrajando. La práctica religiosa disminuye, el 40% de los niños nacen fuera del matrimonio y hay una epidemia de soledad”.

La contribución de los conservadores pasa por recuperar otros grandes temas que están quedando relegados en la conversación pública

Otro síntoma de esa crisis es el aumento de los suicidios y las muertes relacionadas con el alcohol y las drogas entre los estadounidenses blancos sin estudios universitarios, que algunos atribuyen a un vacío existencial. Para la investigadora de la Heritage Foundation, ni el Estado ni el mercado son capaces de remediar ese malestar de fondo.

Lo que más puede ayudar a la castigada clase trabajadora a recuperar las riendas de su vida son esas instituciones de las que se han ido alejando en las últimas décadas. “Las familias y las organizaciones de inspiración religiosa generan capital social y proporcionan apoyo en todo momento tanto a sus miembros como al conjunto de la sociedad. Y los padres casados siguen siendo la mejor incubadora para que los niños reciban educación, desarrollen su carácter y formen su identidad. Estados Unidos debe renovar sus compromisos con la vida, el matrimonio y la libertad religiosa para que los individuos, las familias y las comunidades prosperen”.

Conservadores y populistas

Como explica Peter Berkowitz en The Wall Street Journal, la alianza entre conservadurismo y populismo no es un fenómeno nuevo. Desde los tiempos de Edmund Burke, los intelectuales conservadores se han opuesto a los ataques de sus colegas progresistas a instituciones, valores y tradiciones muy estimadas si no por todo “el pueblo” sí, ciertamente, por una parte importante de la sociedad civil.

Al defender esas cuestiones –“incluida la libertad para conservar las comunidades locales, la tradición nacional y la fe religiosa”–, las élites conservadoras se acercaban a las preocupaciones de millones de estadounidenses. Una deriva muy distinta de la que tomaron las élites progresistas, cuando la clase trabajadora sufrió las consecuencias de la inestabilidad familiar y de la desintegración de otras instituciones denostadas por la contracultura. Un fenómeno bien documentado por autores como Charles Murray, Robert Putnam y Bradford Wilcox.

La explicación de Berkowitz ayuda a comprender por qué la alianza entre conservadores y populistas puede resultar natural, hasta cierto punto, en determinados contextos y momentos históricos. La pregunta que algunos intelectuales conservadores se están planteando desde la victoria de Trump es: ¿hasta qué punto conviene esa alianza al movimiento conservador? No es una cuestión de estrategia, sino de principios.

Una agenda conservadora

Frente a la indignación de las derechas populistas, a los conservadores les interesa recuperar un discurso más propositivo que reactivo. En vez de agitar emociones peligrosas como el miedo, el hartazgo o la ira, deberían recuperar la ilusión por sus propias causas y volver a relanzarlas a través de la persuasión.

¿Cuáles son esas causas? Está claro que la búsqueda de un sistema migratorio humanitario y justo forma parte de la agenda conservadora, lo mismo que la lucha contra la pobreza o la protección del medio ambiente. Pero en un momento en que estos problemas sociales ya están en el foco de la opinión pública, la contribución específica de los conservadores pasa por recuperar otros grandes temas que están quedando relegados.

Robert P. George, profesor de Filosofía del Derecho en las universidades de Princeton y Harvard, desgrana para Aceprensa todo un programa de prioridades: “En mi opinión, el movimiento conservador debería estar más atento a proteger la vida humana en todas sus etapas y condiciones”. Desde los concebidos a la espera de nacer, a los que se sentencia a muerte con el aborto –apostilla–, hasta los ancianos enfermos a los que se presiona para que pongan fin a su vida por medio del suicidio asistido o la eutanasia, pasando por todos aquellas personas con alguna discapacidad, a las que se considera “defectuosas” y cuyas vidas se consideran menos valiosas.

“El movimiento conservador también debería empeñarse en restaurar y fortalecer la institución del matrimonio como unidad fundamental de la sociedad. A la vez, debería trabajar para proteger la autonomía, la integridad y la autoridad de otras instituciones de la sociedad civil, incluidas las de inspiración religiosa”.

“La familia de base conyugal y otras instituciones ciudadanas deben tener un papel clave en la atención sanitaria, la educación y el bienestar de las personas, además de transmitir las virtudes y otras cualidades necesarias para que los miembros de cada nueva generación puedan llevar vidas plenas y ser ciudadanos virtuosos. Aun siendo importante, el papel del Estado debería verse como secundario y subsidiario”.

Y concluye: “El movimiento conservador también debería priorizar la libertad religiosa y los derechos de conciencia”. Lo que supone garantizar esos derechos en las leyes, sobre todo –cabe añadir– en cuestiones sensibles como la educación, la sanidad y el matrimonio. George pide el mismo esfuerzo para la política exterior: los países más poderosos deberían presionar “allí donde sea posible” para proteger los derechos de “las minorías perseguidas (incluidos los perseguidos por su ateísmo en regímenes teocráticos) y los de los prisioneros de conciencia (tanto creyentes como no creyentes)”.

Otros artículos de la serie:

  1. Conservadores a favor y en contra de Trump
  2. La brecha religiosa del “trumpismo”
  3. La confusa ideología del Partido Conservador británico

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