La revista Science ha dejado en evidencia a un centenar y medio de competidoras digitales de libre acceso al fabricar un artículo falso, lleno de errores, y conseguir que lo aceptaran para publicarlo. También hubo otras que no picaron. El autor del engaño es John Bohannon, redactor de Science, que lo revela en el último número.
Science pretendía comprobar la sospecha de que muchas revistas científicas gratuitas no son serias y se aprovechan de los investigadores necesitados de publicar. Pues como no cobran a los lectores, suelen pedir a los autores o a los institutos donde ellos trabajan que corran con los gastos. Todas, por lo demás, declaran aplicar un filtro riguroso, basado –como las de pago– en la revisión por especialistas en los campos correspondientes (peer review). Ahora hay cerca de diez mil, según el Directory of Open Access Journals.
En China hay negocios clandestinos que venden artículos fabricados o espacio para publicar en revistas de imitación
Aceptar sin mirar
Para ver si las revistas revisaban de verdad los originales, Bohannon preparó un artículo con errores de bulto, pero que no despertara sospechas a simple vista. (Ver detalles abajo: “El estudio inventado”.) Envió el cebo a 304 revistas, todas de biología o medicina y en lengua inglesa. Cuando dio por concluida la prueba, habían dado respuesta definitiva 255 de ellas: 98 rechazaron el artículo y 157 lo aceptaron. A estas envió al final un último mensaje donde decía que había descubierto unos errores graves en el trabajo –sin detallar más–, y por tanto lo retiraba.
De la correspondencia con los editores, Bohannon deduce que la mayoría no sometieron el original a revisión por especialistas. Esto honra a los 70 títulos que están en ese caso y rechazaron el artículo, si fue porque lo encontraron malo a primera vista. Pero 82 lo aceptaron sin dar muestras de haberlo leído.
Entre las publicaciones que revisaron y rechazaron, Bohannon destaca PLOS ONE, una de las más importantes, editada por la Public Library of Science. Como Bohannon recuerda, a veces se la ha criticado poniendo en duda el rigor de sus filtros. Pero en este caso, además de que no mordió el anzuelo, fue la más meticulosa, y la única que pidió garantías de que el experimento había cumplido los criterios éticos sobre el trabajo con animales de laboratorio; así hizo antes de pasar el original a los revisores, que le descubrieron los fallos.
De las otras revistas que aceptaron el artículo, la gran mayoría (59) hicieron, al parecer, una revisión superficial. Si pidieron cambios, fueron casi siempre formales. Y algunas de las 16 que lo remitieron a especialistas detectaron errores de fondo, y sin embargo estaban dispuestas a publicarlo.
Buena parte de las revistas que dieron el artículo falso por bueno no dicen claramente dónde se editan
Revistas poco claras
Los títulos que cayeron en la trampa son en buena parte poco claros sobre las credenciales de los responsables, la sede, los requisitos que exigen a los originales y las tarifas que aplican a los autores. Algunas tienen en el título las palabras American o European, pero las direcciones IP de sus servidores de correo electrónico y los números de las cuentas corrientes donde los autores han de ingresar el pago delatan que en realidad están en India, China, Pakistán, Nigeria, Turquía… Casi un tercio de las publicaciones sometidas a prueba radican, de derecho o de hecho, en India.
Ahora bien, la falta de rigor no va necesariamente unida a la procedencia. De las que no se tragaron el embuste, 15 son indias, dos son egipcias, otras iraníes, etc. Y entre las que picaron, hay algunas de editoriales occidentales muy importantes: Wolters Kruwer, Elsevier, Sage. Wolters Kruwer, al conocer el engaño, cerró inmediatamente su Journal of Natural Pharmaceuticals.
Tampoco la poca seriedad es exclusiva de revistas de libre acceso. Algunos especialistas con quienes Bohannon comentó los resultados de su ardid creen que habría pasado más o menos lo mismo con publicaciones de pago. De hecho, en los últimos años han aumentado los casos de trabajos erróneos o fraudulentos en ellas (Aceprensa, 27-04-2012). Uno de los casos más clamorosos fue de la propia Science, donde aparecieron los falsos logros de Hwang Woo Suk, que afirmaba haber clonado seres humanos.
Bohannon tácitamente indica que en muchas revistas digitales proclives a aceptar originales sin mirarlos mucho a cambio de dinero hay más negocio que ciencia, como sospechaba y trataba de comprobar. También señala que, al descubrirse engañados, algunos editores, en vez de reconocer su propio fallo, censuraron la malicia de Bohannon, pues –dijeron– cuando reciben un original, suponen que el autor obra de buena fe. Lo mismo alegó Monica Bradford, directora ejecutiva de Science, cuando salió a la luz la falsificación de Hwang (cfr. Aceprensa, 28-12-2005); pero ella admitió los errores propios.
La mayoría de las publicaciones sometidas a la prueba no revisaron el original fabricado por “Science”
La imperiosa necesidad de publicar
Como se ha subrayado a menudo, estos fraudes tienen gran parte de su raíz en la imperiosa necesidad de publicar. Según se desarrolla hoy la carrera de un científico, la promoción depende de firmar trabajos en revistas y ser citado por otros. Hace poco lo mostró The Economist para el caso de China, importante fuente de artículos malos o falsos, y de publicaciones de pacotilla.
Más que en otros países, en China el sistema de promoción académica y la concesión de ayudas se basa en el número de artículos y de citas, sin comprobar la calidad de la investigación. De ahí ha surgido un negocio de venta de artículos falsos, y de revistas fingidas que ofrecen sus páginas a quien pague para salir en ellas. El mes pasado, la policía capturó en Pekín a una banda que había ganado el equivalente de unos 150 millones de dólares prestando tales servicios.
Las publicaciones de científicos chinos han crecido mucho: un 35% el año pasado en las revistas del grupo Nature. En el Science Citation Index, que registra las referencias a trabajos incluidas en otros artículos, los chinos han pasado de casi nada en 2001 al 9,5% en 2011. No todo es trigo limpio. El año pasado, la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (Estados Unidos) publicó un análisis de los artículos aparecidos en el catálogo PubMed y luego retirados, por país de origen. China y la India juntas tienen más retractaciones que Estados Unidos, que es lógicamente el primero, pues también lo es en número de trabajos publicados. Un caso llamativo: en 2009, la revista británica Acta Chrystallographica Section E tuvo que retirar 70 artículos de autores de una universidad china al descubrir que los datos eran inventados.
El estudio inventado
En el artículo que fabricó, Bohannon decía haber averiguado, mediante dos experimentos, que una molécula extraída de cierto liquen frena el desarrollo de células tumorales y las hace más sensibles a la radioterapia. Eligió este tema porque, como todo lo que se refiere al cáncer, tenía mayor probabilidad que otros de despertar el interés de los editores.
Si se leía con atención, era fácil descubrir fallos garrafales: como expresamente señalaba el artículo, las células del grupo de control, con las que se compararon las tratadas con la molécula, no fueron sometidas a las mismas condiciones. En un experimento, las segundas recibieron un baño de alcohol, y las primeras no; en el otro, solo las segundas fueron radiadas. Por tanto, las conclusiones del falso estudio eran totalmente inválidas: el menor crecimiento de las células tumorales podía muy bien deberse no a la nueva molécula, sino al alcohol y a la radiación, que por sí solos tienen ese efecto en cualquier célula.
Para dar verosimilitud al texto, hizo distintas versiones –hasta 304: una por cada revista de medicina o biología elegida para la prueba– a partir de una plantilla en la que cambiaba los autores, la especie del liquen, la molécula y el tipo de células cancerosas (pues si se detectaran coincidencias, levantarían sospechas). Inventó nombres de autores que sonaran a africanos e institutos de investigación del mismo continente, para que si alguien los buscara en Internet no se extrañara mucho de no encontrarlos. Para aparentar que el original estaba escrito por alguien que no era angloparlante nativo, pasó el texto que había escrito al francés con un traductor automático, y del francés otra vez al inglés con el mismo sistema. También creó direcciones de correo electrónico para comunicarse con los editores haciendo el papel de autor principal.