Antes del Concilio Vaticano II, la Iglesia católica buscaba el restablecimiento de la unidad de los cristianos exclusivamente como un «regreso de nuestros hermanos separados a la verdadera Iglesia de Cristo» (Pío XII). El Concilio Vaticano II llevó a cabo un cambio de mentalidad radical: la vieja idea de «regreso» fue sustituida por la de «reconciliación» o «itinerario común». En los años postconciliares, se impuso en algunos ambientes la ingenuidad de pensar que la unidad estaba ya al alcance de la mano. Pero la variedad de situaciones -fruto de las peculiaridades de cada Iglesia cristiana- no facilitaba la tarea de la reconciliación completa. El camino que quedaba por recorrer era largo y complejo.
La imagen de Juan Pablo II abriendo la puerta santa de la basílica de San Pablo de Extramuros el 18 de enero de 2000, queda en la historia como uno de los episodios más luminosos de su pontificado. Acompañado por el primado anglicano, George Carey, y el metropolita Athanasios, delegado del patriarca ortodoxo de Constantinopla, el Papa quiso poner en el centro del Gran Jubileo del Año 2000 el diálogo ecuménico. A la ceremonia asistieron delegados de veintidós confesiones cristianas (ver Aceprensa 12/00).
Aquella sentida y esperanzadora celebración no fue un encuentro fortuito. Detrás había más de veinte años de oración, trabajo y contactos personales entre Juan Pablo II y los líderes de otras iglesias cristianas. Juan Pablo II hizo de esta tarea un deber primordial de su ministerio. Así lo expresó con claridad en su primera encíclica «Redemptor hominis», en la que dedicaba un extenso número al problema de la unidad de los cristianos.
Antiguas Iglesias de Oriente
Con las llamadas Antiguas Iglesias Orientales -distintas de las Iglesias ortodoxas de tradición bizantina-, ha habido avances que han supuesto acuerdos en el plano doctrinal. En diciembre de 1996, la Iglesia católica y la Iglesia armenia pusieron fin a 1.500 años de disputas teológicas con una declaración conjunta firmada por Juan Pablo II y el Patriarca Karekin I, cabeza espiritual de unos seis millones de armenios. La declaración supuso un paso adelante para lograr la «plena comunión» entre ambas iglesias, separadas todavía por el modo de concebir el primado de Pedro (ver Aceprensa 174/96). También se han dado pasos similares con otras Iglesias, con el fin de superar las antiguas controversias cristológicas.
Iglesias ortodoxas
Las relaciones de la Iglesia católica con cada una de las Iglesias ortodoxas varían de una a otra. La Iglesia ortodoxa de Rumania es quizá la más cercana a Roma, como hicieron patente las visitas de Juan Pablo II a Bucarest en 1999 y del Patriarca Teoctist a la Santa Sede en octubre de 2002. También las relaciones con las Iglesias ortodoxas de Grecia, Bulgaria y Serbia han mejorado en los tres últimos años. Por el contrario, las relaciones con el Patriarcado de Moscú siguen siendo difíciles (sobre todo, a raíz del establecimiento de cuatro diócesis católicas en territorio ruso), pues tiende a ver la acción de la Iglesia católica en Rusia como una intromisión en el territorio propio.
La mayoría de los teólogos católicos y ortodoxos coinciden en que no hay desacuerdos doctrinales importantes, pero sí desconfianzas históricas. «Por eso -como afirmaba el Papa en su libro «Cruzando el umbral de la esperanza»- son tan importantes los contactos personales». Aunque a veces han sido recibidos con frialdad, Juan Pablo II no ha dejado de ofrecer a la Iglesia ortodoxa gestos de amistad durante su pontificado. Por ejemplo, la entrega al Patriarcado de Moscú del histórico icono de la Virgen de Kazan en 2003, o la cesión de una iglesia romana a la Iglesia ortodoxa búlgara para la atención de la comunidad ortodoxa (ver Aceprensa 79/03).
Confesiones evangélicas
El diálogo con los luteranos ocupa el primer lugar de los contactos ecuménicos entre la Iglesia católica y el mundo protestante. Su fruto más granado es la Declaración conjunta sobre la doctrina de la justificación, aprobada por el Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos y la Congregación para la Doctrina de la Fe, y la Federación Luterana mundial (ver Aceprensa 102/98).
El diálogo entre católicos y metodistas también ha sido fluido. En la actualidad, el Consejo Metodista Mundial está estudiando la posibilidad de adherirse oficialmente a la Declaración católico-luterana mencionada. Más costoso resulta, en cambio, el diálogo entre la Santa Sede y la Alianza Baptista Mundial. Por ahora, sólo se ha celebrado una fase de diálogo teológico (entre 1984 y 1988), que sirvió para superar prejuicios y clarificar posturas.
Comunión Anglicana
En el período inmediatamente posterior al Vaticano II, ningún diálogo ecuménico bilateral suscitó tantas esperanzas como el de católicos y anglicanos. Pero estas esperanzas tropezaron de pronto con la emergencia de un nuevo problema: la ordenación de mujeres por parte de Iglesias anglicanas de varios países. A pesar de este obstáculo, tanto el arzobispo de Canterbury como otros dirigentes anglicanos fueron acogidos durante sus visitas a Roma con cordialidad por Juan Pablo II.
En la actualidad, aunque católicos y anglicanos mantienen su compromiso de diálogo, la ordenación de un obispo abiertamente homosexual en la Iglesia episcopaliana -la rama del anglicanismo en Estados Unidos- ha provocado un nuevo aplazamiento de las reuniones ecuménicas, además de una crisis en el seno del anglicanismo (ver Aceprensa 171/03).
Como ha dicho la profesora Jutta Burggraf, el pontificado de Juan Pablo II ha marcado un nuevo modelo de diálogo ecuménico, hecho no sólo de palabras, sino sobre todo de pequeños gestos fraternos.
Juan Meseguer Velasco