Ni ateos ni cristianos: el confuso despertar de la religiosidad en Rusia
Uno de cada cuatro rusos cree en Dios, según afirman las estadísticas más recientes. Este despertar religioso, sin embargo, es confuso y contradictorio, ya que entre los intelectuales rusos se ha puesto de moda una especie de vago teísmo. Romano Scalfi, director del Centro Rusia Cristiana, traza una radiografía de la situación, sin ocultar los problemas que se presentan en el horizonte. Ofrecemos una síntesis del estudio, que fue publicado por la revista Mondo e Missione (Milán, enero 1995).
La caída del comunismo ha producido en Rusia importantes cambios y ha provocado consecuencias imprevisibles en todos los sectores, incluido el ámbito religioso. Con la intención de ofrecer un cuadro suficientemente detallado de la situación religiosa actual, nos serviremos sobre todo de los datos estadísticos divulgados recientemente por publicaciones rusas.
Esos datos, desde luego, no son capaces de mostrar la realidad religiosa en toda su profundidad. Ya Solzhenitsin había dicho que un hombre libre vale más que mil personas que aceptan ser esclavas. Se puede decir de modo análogo que un santo vale más que mil indiferentes. Pero la estadística no pretende pesar la santidad: se limita, modestamente, a presentar algunos datos que pueden servir para una comprensión, al menos superficial, del problema.
De las estadísticas se desprende que en torno al 25% de la población rusa declara creer en Dios. Antes de 1980, los sondeos mostraban, según las regiones, desde un mínimo del 5% (Siberia) hasta un máximo del 15%. Tratándose de porcentajes «soviéticos», es lícito pensar que puedan pecar por defecto, pero probablemente no demasiado: el obsesivo martilleo de la propaganda atea soviética consiguió deformar la conciencia de muchos.
La formación de una concepción del mundo alternativa a la comunista ha resultado ser un proceso más difícil y complejo de cuanto se podía prever. El homo sovieticus permanece todavía enraizado en la conciencia de muchos hombres rusos. Es preciso tener presente que «creyente» e «ignorante» han sido términos sinónimos en Rusia durante muchas décadas.
La derrota del ateísmo
Lo que sí se puede considerar como cosa pasada es el ateísmo militante y agresivo. «El ateísmo ha sido suspendido en el examen de la historia», confesó Gulyga, conocido docente de «ateísmo científico» en la Universidad de Moscú. Los ateos convencidos no superan hoy el 16% de la población, y sólo el 2% juzga que la religión es nociva para la sociedad. Ilustres maestros de ateísmo son hoy los primeros en reconocer «el valor social de la religión» y están dispuestos a colaborar. ¡Siempre han colaborado!
La mentalidad dominante no es ya atea, pero tampoco es cristiana: es un vacío. De campo plagado de malas hierbas, la tierra rusa se ha convertido en un desierto con algunos oasis de religiosidad. Esto no quiere decir que el desierto no pueda florecer. Además de Isaías, nos lo hacen esperar algunos síntomas prometedores. Aunque no entra dentro de la intención de este artículo, señalamos de pasada la gran demanda que existe en Rusia de libros religiosos. Muchos todavía no creen, pero existe una gran sed de religiosidad.
Una vaga religiosidad
Un primer dato es que la religiosidad, la fe en Dios, está difundida en todos los lugares, independientemente de la presencia o no de una iglesia y de un sacerdote. Hay que destacar también que el crecimiento numérico de los creyentes se produce sobre todo por la conversión de personas adultas. Se trata de una elección personal, de una exigencia acogida y seguida en plena libertad. Es preciso tener presente, sin embargo, que si durante el régimen comunista declarar la propia creencia en Dios requería una pureza y una libertad poco comunes, la mentalidad ahora es la contraria, especialmente entre los intelectuales. La adhesión al teísmo corre el riesgo de convertirse en una moda, sobre todo cuando se trata de una fe vaga en una divinidad no muy bien definida.
El 89% de los entrevistados comparte la afirmación de que la religión es indispensable como apoyo a una alta moralidad. Estos datos parecen contradecir el porcentaje relativamente bajo de creyentes en Dios (25%). Es decir, son mucho más numerosos los que creen en la «moral de Dios» que los que creen en Dios. Y es que con la lógica no se puede comprender todo, y menos aún la Rusia de hoy.
Desconcertantes también las respuestas a la pregunta: «¿La religiosidad es indispensable para el desarrollo de la democracia y la defensa de los derechos humanos?». El 39% dice que sí, el 28% que no, el 33% no sabe qué responder.
Los rusos no tiene mucha práctica con los derechos del hombre. Quizá porque piensan que no se pueda hablar de derechos si antes no se ponen sobre la mesa los deberes del hombre. Es evidente, además, que no comprometen su propia moralidad con la democracia. Para comprender sus sospechas, basta observar, aunque sea superficialmente, cómo funciona hoy en Rusia la «democracia». Son indicativos los porcentajes de los que apoyan la democracia: es favorable el 40% de los no creyentes y sólo el 20% de los creyentes. Una democracia formal no puede persuadir a nadie, y menos todavía a los rusos.
El agnosticismo de los adultos
El 22% de los jóvenes entre los 18 y los 24 años cree en Dios: creen a su modo, y en esto no son muy distintos de sus coetáneos occidentales. Sólo el 13% cree en la existencia de una vida personal después de la muerte, y todavía menos (9%) asisten a las funciones religiosas al menos una vez al mes.
En la franja de edad que va de los 25 a los 40 años se produce un progresivo descenso de los índices de religiosidad hasta llegar al 15%. Superados los 40 años, la tendencia da la vuelta, y llega al máximo después de los 60 años. En esa edad cree en Dios el 54% y en la vida eterna el 29%. De los 25 a los 40 años no disminuye sólo la fe en Dios sino también la adhesión al ateísmo, que alcanza el 10%. Esto quiere decir que en esas edades la religión que triunfa es el agnosticismo.
Por lo que se refiere a la diferencia entre los sexos, hay que decir que las mujeres ganan por dos a uno a los hombres en la fe en Dios. Entre los jóvenes, las chicas superan por poco a los chicos.
Analizando las distintas categorías de personas, declaran creer más en Dios los jubilados (59%), seguidos por los intelectuales (44%), los trabajadores cualificados (36%), los médicos (35%), los comerciantes (32%), los universitarios (24%), los «koljovianos» -campesinos- (18%) y los hombres de ciencia (13%). En la fe en una vida después de la muerte, los intelectuales aventajan por mucho a las demás categorías (35%), mientras que en último lugar figuran los «koljovianos» (5%). Según las estadísticas, «koljovianos» y hombres de ciencia son las personas menos religiosas. La religiosidad, por lo tanto, no depende de la ciencia ni tampoco de la ignorancia.
En general, la religiosidad es más alta en las grandes ciudades (Moscú, el 28%) que en el campo. Los suburbios de Moscú (57%) son una excepción, motivada probablemente por la presencia de muchos intelectuales. Como en los primeros tiempos del cristianismo, el mundo rural, los habitantes del pagus («paganos»), recibe más tarde las nuevas corrientes.
Ortodoxo y ateo
Hemos hablado hasta aquí de la religiosidad en general, sin tener en cuenta las diversas confesiones. Nos referimos ahora fundamentalmente a los cristianos ortodoxos (mejor dicho, a las personas que se consideran tales), ya que es la religión tradicionalmente más difundida en Rusia y goza aún hoy del mayor índice de aceptación.
La gran mayoría de la población se ha manifestado a favor de una presencia de la Iglesia en todas las esferas de la vida social (escuelas dominicales, capellanes en el ejército, hospitales organizados por asociaciones ortodoxas…). Contra tal presencia en la vida política se ha mostrado sólo el 12% de la población.
El primer problema que habría que aclarar es qué entienden por Iglesia ortodoxa aquellos que se declaran ortodoxos. Una estadística muestra los siguientes datos: el 46% de los entrevistados responde que es ortodoxo; de entre ellos, sin embargo, el 22% no cree en Dios y el 1% se profesa ateo convencido. No se trata de una broma estadística: el mismo profesor Golyga ha pedido oficialmente «ser admitido en la comunidad ortodoxa como miembro ateo».
Cuando se atraviesa un momento de gran confusión política y social, en el que la mentalidad de la gente experimenta una continua mutación, resulta difícil sacar de los datos estadísticos tendencias confirmadas. Cualquier dato podría ser contradicho por otro en el futuro inmediato. De momento, se puede notar una tendencia al crecimiento de la religiosidad y una caída de popularidad de la Iglesia ortodoxa y del ateísmo.
Los problemas de la Iglesia ortodoxa
Los años sesenta marcaron en Rusia el inicio de un renacer cristiano, sobre todo en el ámbito de la intelligentsia. Es un fenómeno que nace «espontáneamente», desde la base, sin involucrar a las estructuras oficiales de la Iglesia, controlada y disgregada por el régimen.
Es un movimiento en consonancia con el samizdat, la cultura alternativa promovida por los disidentes. El samizdat contribuyó a la caída del comunismo, pero no fue capaz de determinar una recuperación de la ortodoxia a gran escala. Consiguió difundir una cierta religiosidad, pero no el sentido de pertenencia a la Iglesia. También porque la Iglesia oficial vio siempre con sospecha el samizdat.
Hoy se vuelven a abrir iglesias, monasterios y seminarios, y esto es una gracia enorme, pero el número de los que practican disminuye, según confirma el monje Pavlov Innokenti. En Moscú, los practicantes más o menos regulares no superan el 1 ó 2 por ciento. Difícilmente una de las 150 iglesias ortodoxas actualmente abiertas registra un millar de fieles los domingos. Sobre trece millones de habitantes, los fieles habituales son por tanto en torno al 1%. La situación en el campo es todavía peor.
«¿Por qué mientras hace sólo cinco años se podía notar entre los grupos sociales más dinámicos signos evidentes de simpatía e interés por la Iglesia, ahora parece que este interés, sobre todo entre los jóvenes, está disminuyendo?», se pregunta el monje Innokenti.
Ciertamente, la «profunda descristianización de la sociedad rusa, la degradación moral, el carácter inhumano inducido por el régimen» pueden permitir un entusiasmo momentáneo, pero no educar en la responsabilidad y la fidelidad. Faltan sacerdotes y, sobre todo, faltan educadores y misioneros. Los seminarios han preparado ministros del culto más que pastores de almas, y no es fácil en pocos años cambiar una mentalidad y una praxis impuestas durante tantos decenios.
Ha tenido una influencia negativa la aparición, dentro de Rusia, de Iglesias ortodoxas en competencia (la «Iglesia ortodoxa libre» y la «Iglesia de las catacumbas»), sin contar las dolorosas laceraciones producidas en Ucrania, donde toda la Iglesia ortodoxa reconocía antes al Patriarcado de Moscú. Las acusaciones recíprocas han debilitado toda la ortodoxia.
Pero probablemente el mayor obstáculo para que los que están bien dispuestos encuentren en la Iglesia el ámbito donde madurar su fe es que la parroquia es un lugar de culto más que de comunión. La exasperación del ritualismo, el temor a una lengua litúrgica que sea comprensible (se utiliza el eslavo eclesiástico, que muchos no entienden) y el débil impulso misionero no son otra cosa que el resultado de una limitada conciencia eclesial. «El Patriarcado está preocupado por la actividad de misioneros protestantes de diverso tipo. Pero no es este el motivo principal de la crisis. Es preciso reforzar la propia actividad misionera y no gastarse en una polémica inútil entre las confesiones cristianas», añade Innokenti.
El futuro, un enigma
Existen, sin duda, muchas fuerzas sanas en la Iglesia ortodoxa, capaces de oponerse a las tendencias de disgregación que hoy parecen predominantes. Si la divina liturgia se convierte en el centro que irradia la vida y no sólo en servicio litúrgico, la Iglesia ortodoxa puede encontrar en su propia tradición todos los elementos para ser todavía fascinante.
Los datos estadísticos no son adecuados para medir una situación religiosa, y menos aún para fundamentar una esperanza o legitimar una desconfianza. La Providencia divina escapa a todos los muestreos y gusta de intervenir al margen de las reglas. El fruto de la sangre de los mártires, que continúa preparando misteriosamente la tierra rusa, no es calculable. Queda, por último, el enigma de la libertad de cada hombre, que puede rebatir todas las previsiones.
Después de haber subrayado esto, nos atrevemos a formular algunas consideraciones a modo de conclusión:
1. La Rusia de hoy está barrida simultáneamente por el viento impetuoso de la secularización y por la fresca brisa del despertar religioso. «Pero la conversión general que se soñaba, el segundo bautismo de Rusia, no se ha producido», ha dicho Gleb Yakunin.
2. El despertar religioso no va en una única dirección. Con frecuencia es superficial y vago, cuando no contradictorio.
3. Las diversas confesiones cristianas se encuentran en una situación de diáspora en un mundo cada vez menos ateo, pero cada vez más pagano con algunos adornos cristianos.
4. Después de un primer entusiasmo por la religión de los antepasados, la Iglesia ortodoxa ha registrado un bajón de popularidad. La desilusión lleva a algunos a buscar al culpable más allá de los muros de la propia confesión: los hebreos, los masones, los católicos, los capitalistas. Es un residuo de la mentalidad soviética, que atribuía todos los males al «cerco capitalista».
5. Centrar la atención (tanto en Oriente como en Occidente) en «las comunes raíces cristianas», en los «valores comunes», para poner en pie a Rusia y a Europa puede ser útil; pero se corre el riesgo de engañarnos y de olvidar que hoy es el paganismo la confesión más consolidada.
6. Solamente una conversión en profundidad y un anhelo por la unidad interna y entre las confesiones cristianas pueden ofrecer una vía de salida a la crisis.
Tipos de la ortodoxiaPara mostrar la tipología de la religiosidad ortodoxa, el artículo resume un estudio publicado en la revista Kontinent, la revista de la emigración rusa, ahora editada en Moscú. Se trata de una visión esquemática y por lo tanto limitada, pero ilustrativa.
Los ritualistas. La mayor parte de los creyentes ortodoxos pertenece a esta categoría. No siempre comprenden cada parte de la liturgia, porque no conocen el eslavo eclesiástico. Sin embargo, son fieles practicantes y aprecian de corazón el rito. Un cambio en el rito significaría un trauma para los más piadosos. En su mayoría son jubilados, pero también hay representantes de toda edad y condición.
Los políticos. Son los que consideran a la Iglesia no tanto por su doctrina y sus ritos como por el peso político que puede ofrecer, a derecha o a izquierda. En la derecha enarbolan los eslóganes «Santa Rusia», «el gran imperio ortodoxo», «ortodoxia-autocracia-pueblo»; en la izquierda, «libertad», «derechos humanos», «pluralismo». El peligro es que la religión sirva de escabel a la política. Esta tendencia, relativamente reciente, gana cada vez más terreno.
Los ascetas. La tradición rusa puede enorgullecerse de muchos santos en este grupo, al que pertenecen los monjes y los laicos de espíritu monástico. Los ascetas ponen el acento en el hombre interior, la lucha contra los propios pecados, la obediencia al padre espiritual. Si cualitativamente es la corriente más elevada, numéricamente es minoritaria.
Los ministros del culto. A esta categoría pertenece la mayoría del clero. Su tarea principal es atender el culto en las parroquias. Pero entre sus preocupaciones pastorales no entra normalmente el espíritu misionero. Las catequesis organizadas en las parroquias son a menudo de bajo nivel. Los conocimientos teológicos del sacerdote medio se limitan a las clases del seminario recibidas con manuales de principios de siglo. Este clero vive pobremente.
Los estetas. Son intelectuales humanistas. Juzgan a la Iglesia con criterios sobre todo culturales, más atraídos por la belleza del arte que por su intrínseca verdad. La historia de la ortodoxia ofrece tales bellezas que es difícil no sentirse fascinado. Pero si el arte no eleva el espíritu a su arquetipo último, se corre el riesgo de subordinar la verdad a la emoción estética.
Los liberales. Son intelectuales, apasionados de los textos y de los debates, que tienen ideas muy claras sobre cómo debería ser la Iglesia. Pero es difícil para ellos aceptar un lugar de salvación distinto de como lo han imaginado. Saben bien qué debería cambiar en la Iglesia, pero están menos dispuestos a la conversión personal. Tienen el prurito de ser independientes. A menudo la Iglesia les desilusiona y entran en conflicto con la Iglesia real. Algunos la abandonan sin mayores inquietudes. Otros escogen la vía del ascetismo. Pocos tratan de edificar la Iglesia según la naturaleza de la Iglesia.
El peligro de las distintas tipologías no está en el hecho de que existan, sino en que pretendan representar lo esencial de la religión y que miren con desprecio al que no pertenece al propio grupo. Lo preocupante es que la conciencia de «comunión» en la Iglesia sea débil o no exista. En tal caso, predomina un pluralismo de estilo mundano o un autoritarismo que impone una posición.