El final de la Conferencia de Viena sobre derechos humanos
Viena.- La II Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos, celebrada en esta capital del 14 al 25 de junio, y que había suscitado tantas expectativas (ver servicio 77/93), ha terminado sin que se hayan alcanzado los objetivos principales de la reunión. El resultado final deja abiertas muchas cuestiones que se esperaba que quedaran resueltas. Se ha confirmado la universalidad de los derechos humanos, se ha debatido mucho y se han hecho numerosas denuncias, pero no se han establecido los organismos de las Naciones Unidas que deberían vigilar la aplicación de la Declaración de Viena.
La Conferencia empezó mal: el sábado anterior a la inauguración oficial, en la sesión de clausura del Foro de las ONG (organizaciones no gubernamentales), unos doscientos activistas de Latinoamérica, África y Asia boicotearon el discurso del ex presidente norteamericano Jimmy Carter, que debería haber cerrado la reunión. Fue una clara señal de lo que ha sido la Conferencia: diferencias, desunión, muchas denuncias, abundancia de propuestas concretas ignoradas…
Dos foros, dos mundos
El 14 de junio, día de la inauguración, el protagonista fue el Dalai Lama. China se opuso a que participara en la sesión inicial, dándole de este modo una publicidad que nunca habría alcanzado por otros medios. La mayoría de los periodistas acreditados en Viena pasaron el día haciendo guardia frente al Hotel Intercontinental, donde se alojaba el líder espiritual budista; casi todas las cadenas de televisión mostraban la situación de discriminación en que se encuentra la población tibetana, y muy pocos se preocupaban de lo que ocurría en la primera sesión de la Conferencia. Los premios Nobel de la Paz, invitados por el gobierno austriaco, se solidarizaron con el Dalai Lama y no participaron en la sesión inaugural.
Poco después se supo que las ONG no tendrían voz en el comité redactor del documento final de la Conferencia. Las ONG reaccionaron con una actitud todavía más combativa: se negaron a aceptar el papel de «observadores» que se les había impuesto.
Estos incidentes de los inicios fueron en aumento: manifestaciones diarias, denuncias que se salían del protocolo, alusiones entre los países, la declaración sobre Bosnia-Herzegovina… Poco a poco se fueron creando dos mundos: el de las ONG, lleno de colorido y reclamaciones, pero recluido en los «sótanos» del edificio, en un pasillo donde se podía obtener información de todos los horrores y violaciones de los derechos humanos que se cometen, y el mundo de la Conferencia, donde las reglas habían estipulado que no se trataran situaciones concretas de poblaciones marginadas.
El mundo de la Conferencia era el mundo de la ONU: trajes y corbatas elegantes, maletines y ordenadores portátiles; pero planteamientos teóricos y muy poca atención a los problemas concretos. Los debates seguían esa línea: presentar denuncias genéricas y hacer un par de propuestas; pero, salvo raras excepciones -Paquistán habló de Cachemira y Portugal de Timor Oriental-, nadie mencionó violaciones concretas de los derechos humanos.
Todo por consenso
Mientras la sesión plenaria distraía la atención de la opinión pública, en el comité redactor se libraba una verdadera batalla. Allí era donde se podían ver las diferencias entre los países pobres y los ricos, entre los países islámicos y los otros, entre los democráticos y los dictatoriales. Los bloques no eran homogéneos: cada país mantenía sus propias propuestas y teorías. Pero, en general, había una divisoria neta entre países desarrollados y subdesarrollados: aquéllos apoyaban el derecho de injerencia, incluido en la propuesta de la creación de órganos internacionales para el control de los derechos humanos, y éstos respondían reclamando el derecho al desarrollo y a la emigración y la condena del racismo.
Se había establecido que el documento final debía ser aprobado «por consenso»: todos tenían que estar de acuerdo con todo. Era previsible que un documento redactado bajo estas condiciones, donde China apruebe los mismos puntos que Francia, incluiría muy pocas soluciones concretas y debería ser fruto de concesiones mutuas.
Tan sólo Jimmy Carter, en su intervención ante la sesión plenaria, se atrevió a reclamar una ruptura del consenso: «Si en esta reunión no se aprueba la creación de un Comisionado especial de las Naciones Unidas para los derechos humanos y un Tribunal penal internacional para juzgar crímenes contra estos derechos, hemos perdido el tiempo. Si debemos renunciar a ellos para preservar un consenso, ¡acabemos con el consenso! Podemos perder una oportunidad histórica».
También el secretario general de la ONU, Butros Butros Ghali, en la sesión inaugural, había hablado claro sobre sus expectativas con respecto a la reunión: «La Conferencia debe ser un hito en la historia de la humanidad. Los derechos humanos deben dejar de ser un asunto interno de los países y pasar a un control internacional para asegurarlos».
Divisiones dentro de las ONG
Pero la desunión en la Conferencia no se manifestó sólo entre los países. Las ONG demostraron una vez más sus diferencias, especialmente en la sesión final del Foro organizado por ellas mismas. Había una clara división entre las ONG institucionales, subvencionadas por los Estados, con gran número de asociados y de carácter internacional, y las ONG dedicadas a temas específicos, muy combativas, con cierta tendencia comunista (procedentes sobre todo de Latinoamérica, África y Asia), que habían venido a Viena para exigir soluciones a problemas concretos.
Éstas no podían aceptar que en la sesión plenaria se corriera un velo sobre sus reivindicaciones y buscaron todo tipo de manifestaciones espectaculares para atraer la atención. Entre estos grupos estaban, por ejemplo, los kurdos, que se declararon en huelga de hambre antes de marcharse a ocupar consulados turcos en Alemania, Suiza y Francia. Entre las ONG se podían encontrar grupos de lo más variopinto: sectas de todo tipo, grupos de solidaridad con Cuba, gente que pedía la liberación de un personaje tan sanguinario como Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso, etc.
Un documento final muy aguado
Después de horas y horas de discusión y una noche sin dormir, el último día se aprobó el documento final de la Conferencia. El texto es un compendio de buenas intenciones, pero casi sin ninguna resolución práctica. Según lo pactado en las sesiones preparatorias, no menciona la situación concreta de ningún país. Y tan sólo propone y recomienda soluciones, pero sin asegurar los instrumentos para garantizarlas.
El documento está estructurado en tres partes: preámbulo, desarrollo teórico y medidas prácticas. El preámbulo se remite a anteriores documentos sobre los derechos humanos y afirma que estos derechos «tienen su origen en la dignidad y el valor inherente de la persona humana».
La segunda parte es una declaración de principios unida a un análisis de la situación actual de los derechos humanos. Por un lado, quiere ser una denuncia de los problemas más acuciantes en la actualidad; por otro, busca un equilibrio para tratar de contentar a todas las tendencias. En el mismo párrafo en que se afirma la universalidad de los derechos humanos, se matiza esta afirmación con el respeto a las peculiaridades culturales y nacionales (párrafo 3).
Así, se condena la «limpieza étnica» y las violaciones sistemáticas en situaciones de guerra, pero sin citar directamente el caso de la ex Yugoslavia. Se denuncia la falta de respeto a los derechos humanos en los sistemas políticos de ciertos países (China y Cuba han estado en el banquillo de los acusados durante la Conferencia, aunque ahí no se les cite), y a renglón seguido se critica las medidas unilaterales de embargo comercial (a propuesta de Cuba). En cambio, hubo acuerdo desde el principio en temas menos controvertidos, como la defensa de los derechos del niño, de los indígenas, de la mujer y de los minusválidos.
La tercera parte -la más decisiva del documento-, donde se debería haber fijado un plan de acción concreto de la ONU en defensa de los derechos humanos, ha sido la más decepcionante. La búsqueda del consenso no ha permitido alcanzar acuerdos eficaces y prácticos.
El Alto Comisionado queda a la espera
El tema más discutido era la creación en la ONU de un Alto Comisionado para los derechos humanos. Este funcionario de alto rango debería encargarse permanentemente de vigilar y denunciar los atentados contra los derechos humanos. Amnistía Internacional y 117 países participantes habían apoyado la creación de este puesto. El otro objetivo que los países desarrollados querían alcanzar era el establecimiento de un Tribunal Internacional de Derechos Humanos (similar al de Estrasburgo para Europa). Ambas cuestiones, que en el fondo confirmaban el principio de injerencia y acababan con la soberanía nacional absoluta en estos asuntos, eran motivo de enfrentamiento entre Occidente y los países islámicos, los del sureste asiático y muchos de África.
Al final, sólo se «recomienda» a la Asamblea General de la ONU que en su próxima sesión, que comenzará en septiembre, cuando examine el informe de la Conferencia, «considere la cuestión de la creación de un Comisionado Especial de Derechos Humanos». También se encarece a la Comisión de Derechos Humanos que sigan los trabajos para crear un Tribunal Penal Internacional.
En suma, los avances en el terreno de los principios no se han visto acompañados por una mejora de los instrumentos para defenderlos. Las expectativas de los que deseaban que en Viena surgiera un nuevo orden mundial más combativo en favor de los derechos humanos, no se han visto confirmadas. Lo que sí se ha observado es que en el panorama mundial hay nuevas divisiones e intereses.
José María López-BarajasAlgunos principios del documento final
Universalidad. Todos los derechos humanos son universales, indivisibles e interdependientes y están relacionados entre sí. La comunidad internacional debe tratar los derechos humanos de forma global y de manera justa y equitativa, en pie de igualdad y dando a todos el mismo peso. Debe tenerse en cuenta la importancia de las particularidades nacionales y regionales, así como de los diversos patrimonios históricos, culturales y religiosos. Pero los Estados tienen el deber, sean cuales fueren sus sistemas políticos, económicos y culturales, de promover y proteger todos los derechos humanos y las libertades fundamentales (II parte, párrafo 3).
Democracia. La democracia, el desarrollo y el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales son conceptos interdependientes que se refuerzan mutuamente. La democracia se basa en la voluntad del pueblo libremente expresada para determinar su propio régimen político, económico, social y cultural, y en su plena participación en todos los aspectos de la vida. En este contexto, la promoción y protección de los derechos humanos y de las libertades fundamentales en los ámbitos nacional e internacional debe ser universal y debe llevarse a cabo de modo incondicional. La comunidad internacional debe apoyar el fortalecimiento y la promoción de la democracia, el desarrollo y el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales en el mundo entero (II parte, párrafo 5).
Desarrollo. El desarrollo propicia el disfrute de todos los derechos humanos, pero la falta de desarrollo no puede invocarse como justificación para limitar los derechos humanos internacionalmente reconocidos (II parte, párrafo 6,3).
Comercio. La Conferencia pide a los Estados que se abstengan de adoptar medidas unilaterales contrarias al derecho internacional y a la Carta de las Naciones Unidas, que creen obstáculos a las relaciones comerciales entre los Estados e impidan la realización plena de los derechos humanos (…). La Conferencia afirma que la alimentación no debe utilizarse como instrumento de presión política (II parte, párrafo 19 bis).