Juan Francisco Fuentes nos proporciona la obra más valiosa hasta la fecha sobre la figura que, junto con el rey Juan Carlos, fue la personalidad más decisiva en el éxito de la transición democrática española. Fuentes ha logrado condensar un profundo y muy documentado análisis de toda la trayectoria política de Suárez, desde su arranque, en el verano de 1955, hasta los años que siguieron a la decisión de abandonar la presidencia del partido Centro Democrático y Social, en 1991.
La elevada altura académica de la presente obra queda realzada por la amplitud, la relevancia y la calidad de las fuentes trabajadas. Entre ellas destacan dos ricos fondos documentales hasta ahora inéditos: el archivo personal de Eduardo Navarro, quien durante más de treinta años fue confidente personal y “pluma en la sombra” de Suárez, y el de Luis Sanchís, responsable del equipo de analistas y asesores que trabajaron para él. El resultado es un relato muy completo y de notable riqueza, además de escrito con gran brillantez, fundado en hechos constatables, cuando ha sido posible, así como en hipótesis siempre justificadas y muy sugerentes, cuando el estudio se ha adentrado en las no escasas zonas brumosas que aún hoy envuelven en un cierto halo de misterio la peripecia vital y política de Adolfo Suárez.
La carrera política de Suárez comenzó en 1955, cuando se convirtió, por recomendación, en secretario de Fernando Herrero Tejedor, figura descollante del régimen franquista que acababa de convertirse en gobernador civil de Ávila. La relación que se entabló entre ellos adoptó un peculiar aire paterno-filial y fue decisiva para el desarrollo de la vocación política del futuro presidente del gobierno.
Suárez fue un político oportunista y pragmático, políticamente difícil de clasificar: ni falangista, ni lo contrario, concluye Fuentes. Fue un hombre del sistema, comprometido con su mantenimiento, en gran medida porque de ello dependía su propio porvenir político. En 1968 Suárez vio que la monarquía comenzaba a ocupar un lugar preponderante y desde que, un año más tarde, trabara contacto con don Juan Carlos, entabló con él una relación intensa que inmediatamente trascendió al terreno de la amistad.
Desde su llegada a la presidencia del gobierno, Suárez concentró gran parte de sus energías en la batalla de la opinión y fue clave su empeñó por incorporar a todos los sectores y grupos dispuestos a colaborar en la creación de un nuevo marco político e institucional. Pero Suárez, escribe Fuentes, no supo aceptar que el tiempo de la épica y de los milagros políticos había pasado para siempre una vez restablecido el juego democrático, y que en la nueva etapa iniciada en marzo de 1979 el presidente del Gobierno tenía que descender a la humilde condición de ‘político normal’. A partir de entonces, las condiciones de Suárez no demostraron conjugarse bien con esa normalidad democrática y comenzó el declinar su estrella política.