Cualquiera diría que sabe por dónde van los tiros si ve este libro en las librerías y lee el título, y mira el mapa de América Latina silueteado en rojo sobre la portada, y el puño izquierdo que surge dentro aprovechando la semejanza del contorno, y se entera por la solapa de que el autor, francés para más señas, ha colaborado en publicaciones como Le Monde Diplomatique. Y sí: el autor es hombre de izquierdas de toda la vida y reconoce que sin esta adscripción no habría escrito el libro. Pero la línea que cierra el texto es reveladora: “vale la pena mirar a Sudamérica y a sus izquierdas. Siempre tendrán algo que enseñarnos, incluso tal vez lo que no queremos saber”.
“Queremos” alude probablemente a los izquierdistas de Europa, ésos que según dice Saint-Upéry hacen de Latinoamérica “el espacio de proyección privilegiado de todas las pulsiones utópicas”. Y aunque él se empeñe en hacer causa común con ellos, hay una diferencia: quien escribió este libro sabe de lo que habla. Si una adscripción irrenunciable lo lleva a salirse por la tangente con cortesías del tipo de “no entraré en el debate de averiguar si las guerrillas colombianas forman parte legítimamente de la izquierda sudamericana. Tengo mis dudas al respecto”, lo cierto es que nunca se atreve a decir blanco donde ha visto negro.
Investigador honrado y posibilista, Saint-Upéry renuncia a la pretensión de ser una enciclopedia del subcontinente y se concentra en tres casos, cada uno motivo de un capítulo: el Brasil de Lula, la Venezuela de Chávez y la Argentina de los Kirchner. Dos apartados más contiene el libro: uno dedicado a los conflictos raciales en América Latina, y otro a las relaciones de este ámbito geográfico con los Estados Unidos.
El argumento de que los hay peores, y el de que en términos de represión policial no es tan fiero el león como lo pintan -ambos los da Upéry- no son óbice para que el autor llame al pan, pan y al vino, vino: “la extraordinaria ineficiencia de la administración chavista, la percepción de un auge descomunal de la corrupción y el hartazgo de la población de los barrios pobres frente a un nivel de inseguridad descontrolado” es sólo una de las caracterizaciones que hace el libro del régimen bolivariano.
Y da exactamente en el blanco cuando lo define como “una especie de autoritarismo anárquico y desorganizado cuyo resultado es más una desinstitucionalización rampante que la supresión violenta de las libertades democráticas”. No queda claro si por detrás de esas palabras estaba la intención de justificarlo, pero con ellas permite al menos que el lector haga sus cálculos sobre la distancia que separa a la anarquía de la violencia.