Alfaguara. Madrid (2003). 407 págs. 19,95 €. Traducción: Pilar del Río.
Publicada en noviembre en Portugal y Brasil, aparece en España El hombre duplicado, la duodécima novela de José Saramago (Portugal, 1922; ver servicio 41/98). Saramago sigue definiéndose comunista convencido. Y aunque casi todas sus obras tienen un acusado y concreto componente social, estas ideas no condicionan ni su concepción de la novela (lo que escribe Saramago tiene muy poco que ver con el realismo socialista), ni el contenido de las mismas (lo suyo no es la moralina política disfrazada de literatura).
El hombre duplicado se sitúa en la misma línea que sus novelas anteriores, Ensayo sobre la ceguera (ver servicio 103/96), Todos los nombres (ver servicio 41/98) y La caverna (ver servicio 11/01), parábolas de raíces kafkianas y ateas sobre sus inquietudes existenciales.
Tertuliano Máximo Afonso es un anónimo profesor de historia en un instituto. Divorciado recientemente, a sus 38 años no vive la vida con mucho entusiasmo. Un compañero de instituto le recomienda que vea el vídeo de una película para distraerse. Cuando Tertuliano Máximo la está visionando, descubre que uno de los personajes secundarios es idéntico a él. El hallazgo se convierte en una obsesión, y desde ese momento Tertuliano Máximo no piensa más que en su doble que vive en la misma ciudad.
Con este argumento, más narrativo que en otras ocasiones, Saramago plantea una reflexión sobre la búsqueda de la auténtica identidad. Tertuliano Máximo es un personaje que duda de sí mismo y se siente perplejo ante una casualidad para la que no encuentra explicación. Más adelante le pasará lo mismo a su doble, el actor Antonio Claro, que compartirá el progresivo desasosiego de Tertuliano Máximo, lo que suscita una mínima pero densa intriga, resuelta de manera un tanto tópica. Aunque Saramago aborda un tema ya recurrente en la historia de la literatura, su manera de hacerlo es original. Como ya es habitual en sus novelas (Harold Bloom lo ha definido como «moralista imaginativo»), el ingrediente filosófico se mezcla con la ficción. Con notable maestría, Saramago vuelve a utilizar en esta novela ese estilo suyo tan característico que le lleva a oralizar la narración y a convertirla en un singular ensayo con personajes, con mayor presencia en esta ocasión de los ingredientes metaliterarios.
La novela se lee con interés. El autor dosifica la tensión hasta conseguir que el lector se contagie de la agónica perplejidad que padece Tertuliano Máximo. La búsqueda de la identidad no lleva consigo ningún tipo de implicaciones espirituales o religiosas, asunto que queda silenciado deliberadamente en la novela. El planteamiento de fondo de Saramago, como en las demás obras de su intensa trayectoria por la que obtuvo en 1998 el premio Nobel de Literatura, tiende hacia un declarado pesimismo existencial.
Adolfo Torrecilla