Espasa. Madrid (2002). 307 págs. 17,14 €.
Entender el conflicto que enfrenta a palestinos e israelíes desde hace más de cincuenta años, exige un soberano esfuerzo de objetividad, porque no resulta nada fácil bucear en la Historia tan reciente sin despertar suspicacias ni descalificaciones (ver servicio 139/02). Ese ejercicio, con un acopio impresionante de documentación, lo ha realizado el periodista madrileño Francisco Medina. La técnica seguida por el autor ha sido la de contar la historia en forma de una larga y concienzuda crónica basada en múltiples fuentes. Todo lo que cuenta Medina está ya escrito y documentado a lo largo de decenios, por lo que su más apreciable labor ha consistido en la de haberlo recogido y ensamblado.
La historia del conflicto de hoy parte de la oleada de antisemitismo que asola Europa a finales del siglo XIX y el nacimiento del movimiento sionista impulsado por el periodista judío Teodoro Herzl en 1894.
A partir de ahí la fascinante crónica de Francisco Medina recoge los mitos, las tragedias y las guerras generadas por un tópico divulgado hasta nuestros días por los defensores de Israel: que el judío era un pueblo sin tierra que fue a ocupar una tierra sin pueblo. Un simple dato lo desmiente: al comienzo del siglo XX vivían en la Palestina otomana unos seiscientos mil árabes y tan solo veinte mil judíos, además de una minoría cristiana. Lo que ocurrió a partir de entonces, con la derrota del Imperio otomano, los compromisos contraídos con los sionistas por la administración británica y los desencuentros permanentes entre árabes y judíos, es objeto de un minucioso relato que desempolva archivos, frases, errores políticos, actos terroristas, informes, resoluciones, particiones, planes de paz, rechazos y toda esa espiral de odios que nadie sabe cuándo ni cómo acabarán.
Con su «crónica de una paz imposible», Francisco Medina saca a la luz toda la historia reciente que muchos quieren olvidar o tergiversar para justificar tanto la vulneración de las resoluciones de la ONU, como los actos terroristas, entendido como terrorismo el que ejercen desde hace décadas los dos bandos enfrentados con medios violentos tan dispares. En este contexto, uno de los capítulos más llamativos del libro es el relativo al terrorismo de los jóvenes palestinos suicidas, considerados por algunos psiquiatras como la expresión última de un estado anímico de desesperanza unido al deseo de venganza. No deja de resultar curioso que, junto a una minoría de fanáticos religiosos, sean jóvenes laicos, universitarios y de familias más acomodadas los que se envuelvan en bombas para despojarse de la vergüenza que produce el deseo de no vivir en una tierra ocupada.
Al final de su crónica, que se detiene de manera pormenorizada en los múltiples fracasos de los negociadores palestinos e israelíes y de sus mediadores, Medina se pregunta si la paz es posible y si son los líderes palestinos, como Arafat, los únicos que deben cambiar. La respuesta está en la propia narración, pero acaso la forma de visualizarla sea ese monumento al miedo y al fracaso que constituye el muro de cemento y alambradas que empezó a construir Ariel Sharon meses atrás, para aislar más aún los poblados palestinos, condenados a ser extraños en su propia tierra.
Manuel Cruz