Debate. Madrid (2002). 319 págs. 15 €.
Los autores se proponen poner en claro dónde estaba la economía rusa en 1992, dónde se encuentra diez años más tarde y dar razón del cambio. Enrique Palazuelos, catedrático de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid, y Rafael Fernández, profesor universitario y autor de trabajos académicos sobre la transición de las economías de la ex Unión Soviética, han elaborado un libro donde se analiza cuidadosamente todo lo que ha acontecido durante ese período.
El libro se terminó de componer al final de mayo de 2001, es decir, han quedado fuera del análisis las principales medidas adoptadas por el gobierno de Putin, lo que deja abierto un resquicio a la esperanza de que estén orientadas en la dirección más adecuada.
La decadencia económica de Rusia ofrece una buena síntesis de la debilidad de las instituciones económicas, en concreto las que tienen relación con los distintos mercados, y se extiende en detallar los fallos de la gestión monetaria, que culmina en el estallido de la crisis financiera de los últimos años noventa. Especialmente interesante es el análisis de la economía real, que se realiza en la tercera parte de la obra.
La forma en que se llevó a cabo la privatización de empresas industriales y financieras permitió la polarización de los agentes económicos en dos grupos. Uno, relativamente reducido aunque de tamaño absoluto considerable, incluye a los grandes ganadores: los especuladores, los exportadores de materias primas, especialmente las energéticas, quienes están vinculados a operaciones mafiosas o los funcionarios corruptos. El segundo grupo, el de los perdedores, está formado por amplios segmentos de la población, que tiene menos ingresos y menor cobertura social que en la etapa anterior. Son los parados, los pensionistas, la mayor parte de los asalariados y funcionarios, los campesinos. Y, dentro de cada uno de ellos, las mujeres están particularmente afectadas por la pobreza.
Por último, se tratan las relaciones económicas internacionales, señalando la vulnerabilidad del sector exterior de la economía.
El análisis es riguroso y relata bien todo lo que ha sucedido entre 1992 y 2001. Hay que señalar, sin embargo, algunas limitaciones.
Así, cuando comparan las cifras actuales con lo que sucedía en la etapa planificada, aceptan los datos publicados entonces sin realizar una mínima valoración crítica. Un comportamiento habitual entonces en políticos y empresarios consistió en presentar los logros artificialmente abultados y eliminar, en cambio, los fracasos, en falsear las cifras de producción y productividad. Y por eso, cuando el sistema se vino abajo, descubrimos con asombro una economía que distaba mucho de ser la segunda mundial. ¿Diez años de desindustrialización? No se puede afirmar, sin haber corregido adecuadamente las cifras de partida.
Tampoco se hace mención, salvo de pasada, a la importancia que tienen los hábitos adquiridos en noventa años de funcionamiento de la economía sin libertad. Los ciudadanos se habían acostumbrado a trabajar lo menos posible y a sobrevivir sorteando los escollos de la planificación. También este punto se puede constatar, porque después de la reunificación alemana los trabajadores de los Länder del Este siguen siendo mucho menos productivos que los occidentales. Y esto es así a pesar de que la política económica seguida fue la correcta.
El párrafo que concluye el capítulo 10 ilustra bien esta limitación: «Cualquier intento de imputar en exclusiva lo sucedido durante la década de los años 90 a la situación heredada del pasado soviético no deja de ser un ejercicio de irresponsabilidad y tozudez de quienes abanderaron una estrategia que estaba condenada al fracaso». Evidentemente, no en exclusiva, pero no cabe duda de que la situación heredada, con lo que supone para el deterioro de los comportamientos, explica una gran parte de los resultados, también económicos.
Elvira Martínez Chacón