Ariel. Barcelona (1995). 156 págs. 1400 ptas. Edición original: Yale University Press (1992).
Ackerman, profesor de derecho en la Universidad Yale y reconocido estudioso de la filosofía política, analiza las posibilidades del liberalismo, entendido como movimiento ideológico hijo del racionalismo ilustrado, que actualmente sobrevive con miedo a las transformaciones y bajo la amenaza del nacionalismo xenófobo. En este contexto, Ackerman propone a los países de Europa del Este -a los que en última instancia destina esta obra- que adopten Constituciones de corte norteamericano, o en su defecto al estilo alemán de posguerrra. Así, dice, podrán consumar la transformación social y la puesta en práctica del liberalismo político, que él identifica con la democracia representativa, los derechos civiles y un cierto intervencionismo estatal.
Tales Constituciones, sostiene Ackerman, tendrían que asumir los principios de un cambio político radical no cruento e implantar una sociedad con instituciones plenamente liberales. Esto es lo que el autor llama «revolución liberal», que se podría identificar con el proceso de transición española de hace veinte años. El objetivo es apartar las amenazas totalitarias y la nostalgia de los antiguos sistemas socialistas mediante el control de las instituciones por parte de los ciudadanos.
Ya en otros estudios el profesor Ackerman se había mostrado como un intérprete original de la evolución histórica de su propio país, los Estados Unidos. Su colaboración con universidades europeas le ha servido para conocer el fenómeno liberal tal como se ha dado en este continente. Todo ello se transparenta en el presente libro: Ackerman se sitúa en un liberalismo profundamente comprometido con la defensa de la integridad del individuo, de la libertad y del cuidado del medio natural. Asevera, tal vez un poco dogmáticamente, que la democracia liberal es el mejor de los sistemas posibles y universalmente válido. Se distancia del neoliberalismo radicalmente antiestatalista, que, según él, se ha convertido en una especie de marxismo invertido, cuyo único fin es el mantenimiento de un sistema económico que no se pone en duda aun a costa de la libertad de algunos, desviándose así de sus fines. Su manera de entender el liberalismo pasa por la plasmación de sus principios básicos en una Cosntitución: simpatiza con la tesis de Habermas sobre un constitucionalismo patriótico.
Destaca el capítulo final, de gran brillantez dialéctica, en el que se interpreta la historia inmediata en relación con los movimientos ideológicos. La caída del comunismo representa el fracaso de un movimiento nacido de la Ilustración y opuesto al liberalismo; es -contra Fukuyama- la continuación de la historia y no su fin. Su concepción del liberalismo como movimiento político en busca de bienestar completa la visión parcial que lo define como fenómeno de alcance exclusivamente económico.
Carlos Segade