Lo pequeño es estúpido

TÍTULO ORIGINALSmall is Stupid

Debate. Madrid (1996) 286 págs. 2.900 ptas.

En la última década ha cambiado el carácter del debate sobre los problemas medioambientales. De las preocupaciones localizadas se ha pasado a las de carácter global: cambio climático, capa de ozono, extinción de especies… Y aunque las predicciones catastrofistas sobre el agotamiento de recursos se han visto desmentidas, el tono alarmista sigue imperando, quizá porque permite exhibir mejor la propia sensibilidad moral. Beckerman, economista de Oxford y antiguo miembro de la Real Comisión sobre Contaminación Ambiental, es un autor que no teme salir al paso de ideas establecidas. Ya lo demostró en los años en que estaba en boga el «crecimiento cero», al publicar el libro En defensa del crecimiento económico (1974). Ahora vuelve a abordar la relación entre medio ambiente y crecimiento económico, con este libro de título deliberadamente provocativo.

En la primera parte se plantea cuáles son los problemas medioambientales prioritarios. Al examinar los temas globales de moda (biodiversidad y extinción de especies, calentamiento global, etc.) expone los datos contradictorios y las incógnitas que rodean a estas cuestiones, aunque a menudo se presenten como si hubiera consenso entre los científicos. De ahí concluye que estos problemas se exageran mucho en comparación con los problemas medioambientales acuciantes que hoy tiene el Tercer Mundo, como la necesidad de agua limpia potable, servicios higiénicos adecuados o la mejora de la calidad del aire en las ciudades. Problemas que estos países sólo podrán resolver si salen de la pobreza, gracias al crecimiento económico.

Pero en el debate ambientalista actual se insiste en que en vez de hacer hincapié en el aumento del PIB, el objetivo debe ser el desarrollo sostenible, que tiene en cuenta hasta qué punto utilizamos recursos no renovables. Beckerman discute en la segunda parte del libro qué implica este criterio de la sostenibilidad -tanto en su versión «fuerte» como «débil»- y cuál puede ser su peso a la hora de decidir lo que es una política óptima. Como en otros aspectos, también aquí el economista británico muestra que las soluciones son complejas y que muchas veces exigen un compromiso entre objetivos en conflicto. Así que es de temer que disguste a todos los que prefieren respuestas categóricas y llamamientos melodramáticos del tipo «gastemos lo que sea para preservar cualquier especie existente».

La insistencia de Beckerman en que el crecimiento económico es condición necesaria para resolver los problemas del medio ambiente, no le hace olvidar los conflictos de intereses en tres áreas: las imperfecciones del mercado, que dificultan la asignación óptima de los recursos entre los diversos problemas ambientales; los conflictos de intereses entre los países ricos y pobres; y la equidad entre generaciones. Asuntos que no tienen una respuesta automática. Por ejemplo, cuando se habla de nuestras obligaciones para las generaciones futuras, no hay que olvidar que el conflicto puede ser entre los pobres de hoy y los ricos de mañana. En cualquier caso, dice Beckerman, «un hombre que no está seguro de cómo obtener la próxima comida para su familia difícilmente se preocupará por los posibles problemas de la posteridad».

El razonamiento de Beckerman es el propio de un economista y puede parecer excesivamente «monetarista». Pero tiene la virtud de cribar los eslóganes de moda y de obligar a plantearse qué problemas ambientales son prioritarios y con qué criterios hemos de repartir los recursos para solventarlos.

Ignacio Aréchaga

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