La Conferencia Mundial contra el Racismo, celebrada en Durban, que debería haber servido para restañar viejas heridas, ha abierto otras nuevas. Al centrarse todo en el pro o contra Israel, muchos otros temas importantes (el sistema de castas, la intolerancia contra los refugiados, las discriminaciones raciales en la administración de justicia, etc.) han quedado en sordina y sin soluciones. Ciertamente, también es una discriminación injusta señalar con el dedo solo a Israel, cuando el racismo existe en todo el mundo. Pero Israel habrá podido comprender que, en su conflicto con los palestinos, la utilización de métodos que repugnan los derechos humanos está suscitando una creciente hostilidad internacional.
Los comentarios en la prensa occidental atribuyen el «fracaso» de Durban a que un grupo de Estados ha desviado la conferencia de su fin original. «Un ejército de ONG más o menos conocidas, apoyadas por los Estados árabes y los representantes de los palestinos, han secuestrado la conferencia», escribe Le Monde. El Norte, que en este caso se ha encontrado en minoría, considera que los adversarios de Israel han intentado imponer su visión parcial, transformando un conflicto político en un problema de racismo.
Pero los otros podrían decir que están siguiendo los métodos que ha marcado Occidente en otras conferencias de la ONU. Sin ir más lejos, en la Conferencia de la ONU sobre el SIDA, celebrada el pasado junio, la Unión Europea y Canadá intentaron introducir casi de matute la referencia a un documento que, so pretexto de prevenir el SIDA, daba por buena la conducta homosexual y pedía sanciones contra los que la «vilipendiaran». Esta es desde hace años una de las manías de algunos gobiernos occidentales, que defienden en cualquier conferencia de la ONU, ya se trate de la familia o del cambio climático.
Habrá que ver si la Unión Europea y Canadá no «secuestran» también la próxima Cumbre sobre la Infancia, que celebra la ONU del 19 al 21 de septiembre, para volver a apoyar la legalización del aborto. En una conferencia sobre la infancia no se entiende qué pinta el aborto. Pero, en el borrador del documento previo, se incluyen párrafos discutidos para garantizar a los adolescentes el «pleno acceso a servicios de salud reproductiva», eufemismo que encubre los diversos medios anticonceptivos y el aborto. Occidente vuelve así a intentar utilizar una Conferencia mundial -como ya hizo en El Cairo y Pekín- para imponer a escala mundial su particular idea de «salud reproductiva».
En otras conferencias, cuando algunos países en minoría -el Vaticano, países latinoamericanos o musulmanes- se resistían a aprobar un texto patrocinado por países occidentales, se les presionaba acusándoles de «obstruccionistas». Ahora que el obstruccionismo viene de la retirada de EE.UU. e Israel, algunas voces se preguntan por qué no se fue también Europa.
En el caso de la Conferencia de Durban, el hecho de que el clima haya sido contrario a Israel ha llevado a dar una visión distinta del Foro de las ONG que se celebra paralelamente a la Conferencia oficial. Las dos mil ONG allí reunidas aprobaron por mayoría un documento con un lenguaje inaudito, en el que Israel es calificado de «Estado racista» y culpable de «genocidio». En otras ocasiones, la prensa ha solido presentar a las ONG como la conciencia crítica del planeta en torno al tema debatido, los portavoces valientes sin las ambigüedades de las delegaciones oficiales. En Durban, en cambio, se ha presentado el Foro de las ONG como una feria de sinsentidos y un ejemplo de intolerancia. De pronto, se ha advertido que hay más dogmatismo que diálogo, y más manipulación que democracia. Ya no son la conciencia crítica sino unas organizaciones que solo se representan a sí mismas y que pretenden imponer sus criterios a la conferencia. Y quizá esta nueva visión responda más a la realidad, pero lo sorprendente es que haya cambiado con tanta rapidez.
Ignacio Aréchaga