La producción agrícola crece más deprisa que la población

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El libanés Edouard Saouma acaba de dejar su puesto de director general de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), cargo que ha ocupado durante dieciocho años. En una entrevista con Robert Solé publicada en Le Monde (1-III-94) expone la situación alimentaria mundial.

Saouma afirma que la situación ha mejorado en las últimas décadas: «Se produce actualmente más cereales que en 1975, y sobre superficies menores, de modo que los rendimientos del arroz y del trigo han aumentado cerca del 50%, los del maíz más del 35% y los de las leguminosas un 30%. Progresos comparables se han registrado en los sectores ganadero, forestal y pesquero. Así, la acuicultura, que hace veinte años estaba apenas comenzando, proporciona hoy alimentación, empleos e ingresos a millones de personas».

«Estos logros capitales muestran que la producción alimentaria mundial ha crecido más deprisa que la población: el suministro de calorías por habitante ha aumentado alrededor del 10% desde mediados de los años 70. Tenemos excedentes alimentarios aunque la población del mundo se ha duplicado. Pero, desgraciadamente, hoy la producción aumenta en los países excedentarios y no en los otros. Por otra parte, esta mejora se ha producido a menudo en detrimento de los recursos naturales de base. En fin, una cosa es producir y otra compartir y distribuir».

¿Cuántas personas pasan hambre? «Cerca de 780 millones sufren de una nutrición insuficiente. En porcentaje han disminuido, pero aumentan en números absolutos». También ha cambiado la geografía del hambre: «Actualmente, los países asiáticos y latinoamericanos, aunque no hayan salido por completo del apuro, han progresado enormemente, y se ha instaurado allí un proceso de desarrollo. Si algunos países, como China o Indonesia, han llegado a ser autosuficientes, más de otros cien están obligados a importar cereales todos los años. Es en África donde la situación es más grave: la población aumenta allí un 3% anual, y la producción agrícola sólo un 2%, e incluso esta media esconde que en algunos países la producción está estancada o decrece».

África tiene grandes recursos naturales, pero su explotación encuentra obstáculos hasta ahora insuperables: clima, fragilidad de los suelos, enfermedades, mal reparto de los recursos hídricos, etc. La expansión de los cultivos y la recolección de leña del bosque, exigida por una población creciente, lleva a una sobreexplotación de los recursos. La solución, según Saouma, está en aumentar la productividad agrícola: «La agricultura africana utiliza hoy 9 kilos de abono por hectárea contra 200 kilos en los países industrializados. Es necesario que la tierra produzca más sin degradarse. Eso es el desarrollo sostenido. Asimismo habrá que introducir los progresos tecnológicos logrados en materia de híbridos y semillas seleccionadas, gracias a los cuales Asia ha logrado ser autosuficiente en arroz».

La ayuda alimentaria exterior, que África sigue necesitando, «ha permitido salvar muchas vidas, pero tiene también una influencia perniciosa sobre el desarrollo agrícola. La ayuda alimentaria mata las producciones y los mercados locales, pues a menudo equivale a un dumping de productos agrícolas externos que suplantan directa o indirectamente a las producciones locales». Por otra parte, cambia los hábitos alimentarios: «Se habitúa a la gente, por ejemplo, a comer pan, en sitios donde no se puede producir trigo». «La ayuda que África necesita en primer lugar es una ayuda para producir más»: abonos, pesticidas, herramientas, tractores, medios de transporte, sin olvidar las piezas de recambio… «todo lo que a los países africanos les resulta cada vez más difícil comprar».

De todos modos, «para los países en desarrollo lo que cuenta no es la ayuda, sino el comercio». Y es ahí donde es más débil la economía africana, recuerda Saouma: «Para asegurar su desarrollo y financiar sus importaciones, África debe contar fundamentalmente con sus exportaciones de materias primas, sobre todo las que proporciona la agricultura: café, té, cacao, algodón, aceite de palma, etc. Pero la demanda de estos productos en los países desarrollados está ampliamente cubierta y apenas aumenta. Y también los precios no dejan de bajar. A este respecto, basta confrontar dos cifras: mientras que el volumen de las exportaciones africanas aumenta en torno al 4% anual, sus ingresos por exportaciones disminuyen un 6%».

Aunque ha habido una ligera mejoría recientemente, los precios de los productos básicos han estado bajando en los mercados mundiales desde hace quince años: «Los precios son fijados por los negociantes en plazas extranjeras, sin que los países productores puedan intervenir. El juego de la especulación provoca una fuerte inestabilidad de los precios, los cuales no dejan de bajar en términos reales».

¿Por qué los países productores no se ocupan de transformar sus productos para beneficiarse del valor añadido? Aunque lo intentan, dice Saouma, no siempre disponen de la infraestructura y la mano de obra cualificada para hacerlo, o tropiezan con barreras proteccionistas. «La comunidad internacional ha tomado conciencia de este problema y ha tratado de crear mecanismos mejor adaptados. Pero, consideremos el caso del comercio del café, por ejemplo. Se ha llegado a un acuerdo sin los Estados Unidos. Cuatro multinacionales controlan el comercio del café en el mundo, y una sola el del té. En cuanto al azúcar, hay un acuerdo, pero el refinado debe hacerse en Europa. No se desea que se cree valor añadido en el Tercer Mundo. Hay una voluntad declarada de mantener bajos los precios de las materias primas para no provocar inflación en los países desarrollados. En diversas ocasiones los países en desarrollo han pedido que se celebre una conferencia sobre las materias primas, pero es un tema tabú».

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