Las personas son el principal recurso del planeta

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Una nueva corriente de demógrafos desmiente el mito de la superpoblación
Tras años de predicar en el desierto, se abre paso una nueva corriente de demógrafos que cuestiona los dogmas neomalthusianos. Los revisionistas muestran, con los datos en la mano, que el aumento de la población no es la causa de la pobreza en el Tercer Mundo, y que las personas son el principal recurso con que cuenta un país para desarrollarse. Así lo explica Karl Zinsmeister, del American Enterprise Institute, en un artículo reproducido en Population Research Institute Review (Baltimore, julio/agosto 1993) y publicado originalmente en The National Interest (Washington). Ofrecemos una selección de párrafos de este trabajo.

Durante más de dos décadas, los grupos que promueven el control de la natalidad han llevado a cabo una poderosa campaña política e ideológica para propalar la idea de que el continuo aumento de la población es uno de los más graves problemas mundiales. El profesor Paul Ehrlich publicó un libro muy vendido en el que describía el crecimiento demográfico como «una bomba», que estallaría en los años 70, causando cientos de millones de muertes, provocando guerras y violencia, y destruyendo los recursos necesarios para mantener la vida sobre el planeta. (…)

Esos grupos sostienen que hoy el crecimiento demográfico es una de las principales causas de la pobreza, el hambre, la contaminación, el desempleo y las tensiones políticas, y demandan medidas radicales. La ONU y el Banco Mundial han hecho del control de la natalidad uno de los puntos fundamentales de su acción. También la opinión pública se ha visto muy influida. Los sondeos muestran que en el mundo occidental la mayoría de la gente cree que la humanidad está gravemente amenazada por el actual crecimiento demográfico. De hecho, esta opinión ha llegado a sertan dominante, que hasta hace muy poco se consideraba una herejía científica cuestionarla públicamente.

Pero en los últimos años la situación ha comenzado a cambiar, merced a la progresiva expansión y consolidación de una escuela revisionista de demografía. Investigaciones llevadas a cabo por economistas, demógrafos y especialistas en historia social han mostrado que los supuestos males achacados al crecimiento demográfico no existen, y que la población ha servido a menudo de chivo expiatorio para problemas que en realidad tienen otros orígenes. Los revisionistas señalan que no es la disminución del crecimiento demográfico lo que proporciona prosperidad, sino que más bien es la prosperidad social lo que trae consigo un aumento más lento de la población. Resultado: se avecina un nuevo y gran debate demográfico.

Sorpresas agradables

¿A qué se debe este cambio de tendencia? ¿Por qué se han puesto súbitamente en tela de juicio las creencias generalmente aceptadas en la última década? Principlamente, por tres razones.

Primera, la realidad misma. Al conocerse, a lo largo de la pasada década, nuevos datos sobre el crecimiento de la población y sus efectos ha quedado claro que las negras predicciones de los catastrofistas no se han cumplido en absoluto. No hubo guerras provocadas por la población en los 70. Hubo hambrunas, pero no derivadas de un exceso de población. El crecimiento exponencial y las calamidades predichas simplemente no han tenido lugar. Por el contrario, ha habido muchas sorpresas agradables.

Por ejemplo, Paul Ehrlich escribió en 1968 que era una «fantasía» pensar que la India -que cita como un paradigma de superpoblación- pudiera alcanzar la autosuficiencia alimentaria en un futuro próximo, «si es que lo logra alguna vez». Uno de los participantes en la II Conferencia Internacional sobre la lucha contra el hambre (1968) sostuvo que la producción india de cereales en 1967-68, unos 95 millones de toneladas, suponía el máximo posible. Sin embargo, actualmente la producción anual de la India supera los 150 millones de toneladas, y el país se ha convertido en un exportador neto de alimentos. El hecho de que la calidad de vida haya mejorado tanto y tan deprisa incluso en la India -que, hasta hace poco, se consideraba como un caso perdido- indica que quienes afirman que la producción nunca puede aumentar al mismo ritmo que la población, no comprenden que las nuevas tecnologías y la mejora de las estructuras económicas pueden convertir rápidamente en recursos productivos a personas anteriormente sobrantes.

Tercer Mundo: sube el nivel de vida

Los teóricos tradicionales de la población tampoco se dieron cuenta de que, cuando hicieron sus predicciones, las tendencias demográficas mundiales estaban cambiando rápidamente. Todavía en 1970, las mujeres de los países menos desarrollados tenían una media de seis hijos cada una. Hoy, esa media ha bajado a 3,7 hijos. Teniendo en cuenta que una fecundidad de 2,2 hijos haría que se estabilizara la población de un país menos desarrollado (…), se puede afirmar esta importante conclusión: En sólo quince años, el mundo menos desarrollado ha reducido en tres quintos la distancia que le separaba del índice de fecundidad que lleva al «crecimiento demográfico cero». Tan grande ha sido el cambio, que la previsión oficial hecha por la ONU a finales de los 60 sobre la población mundial en el año 2000, resultará tener un exceso de más del 20%.

Por supuesto, hay que advertir que no todos los países menos desarrollados han experimentado el mismo descenso en el índice de fecundidad. En Asia la fecundidad ha bajado muy deprisa, mientras que en algunas zonas de África sigue siendo alta. Pero, a fin de cuentas, era en Asia (con 2.800 millones de habitantes, casi el 60% del total mundial) donde se suponía que el problema demográfico era más grave. África, la excepción parcial a la tendencia mundial de descenso de la fecundidad, es todavía un continente relativamente poco poblado, con un total de 550 millones de habitantes y baja densidad media de población, incluso excluyendo las zonas desérticas.

Otro hecho que muchos alarmistas han pasado por alto es que, pese a lo que se cree, en la mayor parte del Tercer Mundo el nivel de vida no ha bajado, sino que se ha elevado rápidamente en las últimas décadas, es decir, precisamente en la época en que la población ha crecido más deprisa que nunca. En el Tercer Mundo el índice de mortalidad infantil ha bajado del 125 por mil en 1960, al 69 por mil en 1986; la esperanza de vida al nacer ha aumentado de modo increíble: de 42 a 61 años; en veinte años se ha duplicado el índice de alfabetización de adultos; se ha multiplicado por 2,5 el número de médicos por cada 100.000 habitantes, y la ingestión diaria de calorías por habitante se ha elevado de sólo el 87% de lo necesario, al 102%. La tesis de que el rápido crecimiento de la población impide el progreso social es diametralmente opuesta a la realidad comprobada en los últimos 25 años.

Violaciones de derechos humanos

El segundo motivo que ha llevado a muchos expertos a cuestionar la ortodoxia imperante son las graves violaciones de derechos humanos que siguieron al alarmismo demográfico de los años sesenta y setenta.

En 1976, el gobierno indio declaraba: «Cuando el Parlamento de un Estado (…) decida que es el momento idóneo y que es necesario aprobar una ley de esterilización obligatoria, que lo haga». En los seis meses siguientes a esa disposición, fueron esterilizados más de seis millones de indios, entre ellos muchos miles a la fuerza. Esto provocó una oposición tan fuerte por parte de la población, que el gobierno de Indira Gandhi acabó cayendo.

(…) Las autoridades indias no fueron las únicas que siguieron esta política. En noviembre de 1976 -después de que se hiciera público el programa de esterilización forzosa-, el presidente del Banco Mundial, Robert McNamara, visitó, a título personal, al ministro indio de planificación familiar «para felicitar al Gobierno indio por su voluntad política y su determinación para popularizar la planificación familiar».

En China se ha llevado a cabo, y en gran medida sigue en vigor, una campaña aún más masiva de intimidación y violencia en nombre del control demográfico. A principios de los 80 comenzaron a llegar a Occidente noticias de que el gobierno chino estaba ejerciendo sobre los matrimonios una presión enorme y a menudo brutal para limitar su descendencia a un solo hijo por familia. (…)

Los programas indio y chino son ejemplos extremos de las violaciones de derechos humanos que, en nombre del control de la población, se cometen en ciertos países. Y lo que es peor, las autoridades internacionales del movimiento de control de la natalidad han hecho, y continúan haciendo, justificaciones y apologías públicas de esa clase de políticas inhumanas. En 1983, la ONU entregó por primera vez el premio de planificación familiar. Los ganadores ex aequo fueron los directores de los programas indio y chino.

(…) El argumento que suelen esgrimir los defensores del control estatal de la población es que ciertos campesinos asiáticos, africanos o latinoamericanos llevan una vida miserable, y que no se puede permitir que perpetúen su miseria. La corriente revisionista, por su lado, parte de la idea de que toda vida humana posee dignidad y está llena de posibilidades, y que incluso una existencia pobre según los criterios modernos puede tener pleno sentido y proporcionar satisfacción. Los demógrafos revisionistas creen que es muy peligroso elaborar un argumento generalizado y sistemático, en el fondo del cual late la idea de que los seres humanos son estorbos económicos, sociales y ecológicos: en suma, que las personas son un tipo de contaminación.

Nuevas investigaciones

(…) Pero un tercer factor ha contribuido quizá aún más a que se reformule el debate: la influencia de nuevas investigaciones y análisis empíricos sobre las consecuencias del crecimiento demográfico. En la última década se han examinado, uno por uno, los dogmas imperantes sobre los supuestos perjuicios económicos y sociales del aumento de población. La mayoría de ellos han resultado ser falsos.

Por ejemplo, en los años 60 se afirmó que la presencia de niños en una sociedad reduce el ahorro y la inversión. También se sostuvo que el crecimiento demográfico tiene importantes consecuencias negativas: disminución de la elevación de la renta, aumento del paro, freno de la innovación tecnológica… Ninguna de estas afirmaciones se ha demostrado cierta.

Cuando estaba en su apogeo la alarma demográfica, se afirmaba que el aumento de la población reduciría el progreso educativo, lo que ha resultado ser absolutamente falso. También se dijo que el aumento de la población era la causa del crecimiento de las megalópolis del Tercer Mundo. En realidad, se ha comprobado que el éxodo del campo a la ciudad se debe principalmente a otros factores. Se dijo que la población era la causa principal del hambre en el mundo. Pero el tamaño de la población no ha tenido casi nada que ver con las hambrunas de las últimas décadas. Los expertos concuerdan en que esas hambrunas han sido, casi sin excepción, consecuencia de conflictos civiles y de desórdenes políticos y económicos.

El número no es lo que cuenta

En los años 70, los que veían la población como un problema insistían en que ser menos es siempre mejor. Después de todo, más gente significa más bocas que alimentar, más pies que calzar, más escuelas que construir. Más gente, en suma, significa más problemas.

Así piensan todavía gran número de activistas; pero muchos científicos han cambiado de parecer. Éstos creen que es un error hablar de la población como si fuera un problema mundial indiferenciado. Lo que importa no es un número total abstracto de personas, sino dónde están y cómo viven. Hay países con mucha población, y otros con demasiada poca gente.

A los zaireños -cuyo subdesarrollo en parte se debe a que en muchos lugares del país no hay suficiente población para mantener buenas infraestructuras- no les afecta que en Nigeria haya 97 millones de personas. Zaire tiene sus propias necesidades, así como Nigeria tiene las suyas, y carece de sentido meterlos en el mismo saco bajo la rúbrica simplista de África superpoblada.

Contrastes llamativos

Con esto está relacionada otra intuición del nuevo pensamiento demográfico: el número de habitantes que puede mantener un área determinada está sujeto a continuo cambio, y depende de la organización económica y social. Hay 120 millones de personas apiñadas en las montañosas islas del Japón. Sin embargo, gracias a la buena organización social y a la elevada productividad, los japoneses figuran entre los pueblos más ricos y longevos del mundo. Si se hubiera preguntado a los indios algonquinos que poblaban Manhattan en el siglo XVIII cuánta gente pensaban que podría albergar la isla, seguramente habrían respondido que ya estaba llena. Holanda -un país que pocos considerarían incapaz de mantener a su población- tiene una densidad de 354 habitantes por kilómetro cuadrado; la India -que, según nos aseguran, es una de las naciones más superpobladas del mundo- alberga 228 personas por kilómetro cuadrado.

Hay muchos otros contrastes interesantes. Estados Unidos es la nación más rica del mundo, y está poco densamente poblada, con 25 habitantes por kilómetro cuadrado. Alemania es la segunda nación más rica, y está densamente poblada (246 habitantes por kilómetro cuadrado). Corea del Sur tiene una densidad todavía mayor (409 habitantes por kilómetro cuadrado), pero es también uno de los países con mayor crecimiento económico del mundo. Bolivia es un país de lento crecimiento económico y muy pobre, y sólo tiene seis habitantes por kilómetro cuadrado. La nación más pobre del mundo es Etiopía; también es una de las menos densamente pobladas: 35 habitantes por kilómetro cuadrado.

En otras palabras: hay docenas de países poco poblados que son pobres y sucios y padecen hambre. Y hay multitud de países con población grande y densa, que son prósperos y atractivos. Esto no significa que la densidad sea una ventaja, pero sí que el número de habitantes no es la variable decisiva.

Dos manos y un cerebro por cada boca

No existe, pues, un número apropiado de habitantes: se puede lograr el éxito económico tanto en países poco poblados como en los de elevada densidad de población. Los demógrafos revisionistas gustan de señalar que cada niño viene al mundo equipado no sólo con una boca, sino también con dos manos y un cerebro. Las personas no sólo consumen; también producen: alimentos, capital, incluso recursos. El secreto está en organizar la sociedad de modo que cada persona sea un activo y no una carga. En un país donde la economía sea un desastre, incluso sólo un niño más puede ser una desventaja económica. Pero si el país está estructurado de tal forma que permita a ese niño trabajar y pensar creativamente, el niño se convierte en un activo.

En suma, las personas son un recurso valioso. La idea fundamental de un grupo heterogéneo de profesores revisionistas -entre ellos Simon Kuznets, Colin Clark, P.T. Bauer, Ester Boserup, Albert Hirshman, Julian Simon, Richard Easterlin y otros- es elaborar un cuerpo de doctrina que subraye el potencial creativo de los individuos humanos y demuestre las capacidades productivas que poseen cuando viven en sociedades bien organizadas. Como esos seres humanos suministran más de lo que la sociedad demanda, esta escuela podría muy bien denominarse demografía de la oferta añadida [supply-side demography].

Son la personas quienes crean riqueza

Los bastiones del alarmismo demográfico en la ONU, el Banco Mundial y otras organizaciones, siguen oponiendo fuerte resistencia a estas nuevas ideas. Pero, afortunadamente, el debate demográfico ya no es monolítico. Las ideas de la demografía de la oferta añadida empezaron a ser ampliamente conocidas a partir de la Conferencia Mundial sobre Población de 1984, convocada por la ONU y celebrada en México. La delegación norteamericana, encabezada por James Buckley y Ben Wattenberg, introdujo varias declaraciones revisionistas en el documento final. (…)

Ahora es posible dejar atrás la creencia errónea de que el crecimiento de la población es un horror catastrófico e incontrolable. La evidente -y durante mucho tiempo olvidada- verdad es que, además de consumir y de plantear demandas a la sociedad, la gente también produce. No son los gobiernos, las empresas, los bancos, ni siquiera los recursos naturales, los que producen la riqueza, sino las personas cuando disponen de sistemas económicos eficientes y abiertos: véase los japoneses, los suizos, los taiwaneses…

Lo que impide a la mayoría de los países en desarrollo satisfacer las necesidades de su creciente población no es la falta de planificación familiar, ni la escasez de recursos naturales o de ayuda occidental. Más bien es una economía y un gobierno defectuosos. Los que estén preocupados por el bienestar de la población en los países pobres deberían centrar su atención no en los puros números, sino en las instituciones que impiden a los ciudadanos ejercer su potencial creativo y productivo.

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