Poco antes de las elecciones norteamericanas un artículo hizo saltar las alarmas: unos adolescentes macedonios estaban ayudando a Trump difundiendo noticias falsas en Internet. Luego vimos que estas historias no sólo venían de los Balcanes y la red entera parecía llena de las llamadas fake news. Algunas eran tan inverosímiles como la que acusaba al equipo de Clinton de estar involucrado en una red de pedofilia gestionada desde una pizzería de Washington DC.
No obstante, el Pizzagate fue lo suficientemente creíble para que un joven armado entrase en un establecimiento con el ánimo de desmantelar la red. Y, de hecho, un mes después de que se hubiera demostrado su falsedad, un 9% del total de votantes creía que era cierto y un 19% se mostraba dudoso.
A raíz de hechos como estos, las noticias falsas han adquirido un cierto protagonismo en el ámbito político en los últimos meses. PolitiFact, una organización dedicada a comprobar la veracidad de las declaraciones de políticos, ha nombrado las fake news como la mentira del año 2016. Sin embargo, también hay quien discute que realmente sean tan relevantes. Algunos observadores las califican como un episodio más de “la crisis periodística del mes” y otros atribuyen el revuelo que han ocasionado a una reacción propia de un caso de pánico moral. Mientras, Donald Trump utiliza a menudo esta expresión para referirse a la labor de medios como la CNN o The New York Times.
¿Qué son las fake news?
Al popularizarse, la etiqueta de fake news ha llegado a aplicarse a diferentes realidades que responden a distintas motivaciones. Por este motivo, hay quien –como la columnista del Washington Post Margaret Sullivan– considera que fake news es ya una denominación contaminada que debería dejar de usarse: “En vez de eso, llama mentira a la mentira. Bulo a los bulos. Y a las teorías de la conspiración por su nombre”.
Los “fact-checkers” son sólo una pieza más dentro del análisis que debe hacer cada ciudadano, más amplio y contextualizado
A la hora de definir las fake news, tanto publicaciones académicas como artículos de fondo publicados en la prensa optan por restringir el concepto y dejan fuera las declaraciones falsas de políticos y las piezas satíricas, que han abundado en la campaña. Su propuesta sería: son historias que “no tienen base factual pero que se presentan como hechos”.
Tanto el Pizzagate como las noticias producidas por los chicos macedonios encajarían en este concepto de fake news. Este último caso es especialmente paradigmático de la novedad que supone este fenómeno, que también sucede en España. Se trata de crear piezas que puedan ser virales en las redes sociales (especialmente Facebook). Si para conseguirlo se ha de decir que el Papa apoya a Trump, pues se hace. ¿Para qué? Para conseguir visitas que generen ingresos por publicidad. Es la economía del clic.
Según lo dicho hasta aquí, la alarma generada por las noticias falsas se apoyaría en dos elementos. Por un lado, el hecho que sean historias totalmente inventadas que pueden influir en la opinión pública sobre temas políticos, como aseguraba recientemente Claire Wardle, líder de First Draft, una organización que lucha contra las noticias falsas. Por otro, su potencial de difusión. En este sentido, marcó un hito el artículo que anunciaba que entre las informaciones más virales en Facebook sobre las elecciones estadounidenses, las noticias falsas habían llegado a superar en engagement (o reacciones de los usuarios) a las de los medios normales.
Comprobar los datos
El gráfico sobre el engagement tuvo éxito. No es extraño si lo publicó Buzzfeed, un medio experto en la viralización de sus contenidos. Estos datos parecían dar motivos a una preocupación que ya iba en aumento. Sin embargo, nos podemos preguntar hasta qué punto un simple gráfico puede explicar por sí mismo un fenómeno tan complejo.
La narrativa de Buzzfeed tuvo un buen apoyo en titulares como “El 44% de los estadounidenses recibe las noticias a través de Facebook” o “Casi la mitad de los estadounidenses confía en Facebook como fuente informativa”. Estas noticias se basaban en los resultados de un estudio del reputado Pew Research Center. No obstante, uno de los investigadores explicaba que este dato fuera de contexto han dado lugar a interpretaciones erróneas y exageraciones: “Ciertamente vemos casos donde se sugiere que las redes sociales son quizá la única o la principal vía por la que la gente recibe las noticias, cuando la pregunta no habla de eso”. Es cierto que el estudio decía que el 44% de los norteamericanos reciben noticias por Facebook pero no especificaba la frecuencia. En cambio, sí se detallaba que –en el conjunto de las redes sociales– sólo el 18% las utiliza para informarse de forma habitual.
De hecho, ya hay estudios sobre las elecciones que apuntan en la misma dirección: “Nuestros datos sugieren que las redes sociales no fueron la fuente más importante de noticias electorales, e incluso las noticias falsas más difundidas fueron vistas por sólo una pequeña fracción de los estadounidenses.” Además, según una encuesta de Gallup, las noticias que impactaron más en los votantes en contra de Clinton no fueron bulos sino las referidas al mal uso de su correo personal y a las sombras en la gestión de la Clinton Foundation.
Límites del fact-checking
Independientemente del alcance de su distribución, las noticias falsas no dejan de ser un desafío de cierta magnitud. Para afrontarlo han surgido distintas iniciativas. Un buen ejemplo, sería el proyecto Cross-Check, impulsado por First Draft con vistas a las presidenciales francesas. Para llevarlo a cabo se ha diseñado un sistema de colaboración en el que participan Google y Facebook junto con diferentes organizaciones periodísticas como AFP (Agence France-Presse), Le Monde, Libération, Les Echos, BuzzFeed News, France Télévisions o Rue89.
En esta misma línea, Le Monde ha lanzado recientemente Le Décodex. Este recurso –que también formará parte del ecosistema de Cross-Check– es una base de datos donde se califica a los medios según su fiabilidad. Es un producto que existe como extensión para los navegadores Chrome y Firefox; como motor de búsqueda y como bot que contesta preguntas a través de Facebook Messenger.
Con las “fake news” se trata de crear piezas que puedan ser virales en las redes sociales, a fin de conseguir visitas que generen ingresos por publicidad
Le Décodex representa una variación respecto a sitios de fact-checking emblemáticos como PolitiFact o Factcheck.org. Éstos hacen valoraciones sobre datos o declaraciones concretas publicadas en distintos medios mientras Le Décodex califica la fiabilidad de todo un sitio web como fuente informativa. PolitiFact y Factcheck.org, que se lanzaron respectivamente en 2007 y 2003, son iniciativas reconocidas con premios Pulitzer o Webby. En España siguen este modeo El Objetivo de la Sexta o el blog La chistera de El Confidencial.
Ambos enfoques tienen sus puntos flojos. Por ejemplo, Libération criticaba el posible conflicto de intereses de Le Monde, que al poner en marcha Le Décodex actúa como juez y parte. Además, le acusaba de tener un criterio un tanto errático y de juzgar con hacha: a un lado, estarían los medios tradicionales y profesionales (los buenos) y, en el otro, todo el resto. Los fact-checkers más clásicos –por su parte– si bien hacen una aportación valiosa, son sólo una pieza más dentro del análisis que debe hacer cada ciudadano, más amplio y contextualizado.
El camino de la educación
¿Qué hemos aprendido de todo esto? Por un lado, cada vez somos más conscientes de cómo funcionan las redes sociales y de sus efectos. Las plataformas sociales tanto alientan revoluciones como las de la plaza de Tahrir de El Cairo como transmiten falsedades sobre los candidatos a la Casa Blanca, ya sea con fines partidistas o por puro afán de lucro. Además, también se va introduciendo la idea que los medios de comunicación han podido magnificar su incidencia en alguna ocasión.
Por otra parte, las redes sociales transmiten mucha información sobre sí mismas, que también ha de ser contrastada. Para esto se cuenta con la ayuda de publicaciones de análisis pero, al final, nada puede sustituir la mentalidad crítica de los ciudadanos. Por esto es muy necesaria la educación. De hecho, el protagonismo de las fake news también ha puesto el foco en los problemas de los jóvenes en la recepción de los medios: colegiales que no distinguen anuncios de noticias o universitarios que no sospechan que un tweet de un grupo activista pueda contener información sesgada.
Estamos en una bifurcación, como explica el profesor de comunicación de la Northwestern University Pablo Boczkowski: “Podemos sentir nostalgia de un mundo de los medios de comunicación que está disminuyendo de forma lenta pero constante, o imaginar que tal vez una cultura de crítica y discusión cotidiana más descentralizada y efectiva pueda surgir con el tiempo”. En este sentido es muy relevante que el proyecto de Le Décodex tenga una línea pedagógica que incluye sesiones de periodistas en los colegios, material educativo… La historia continúa: próximo episodio, las presidenciales francesas.
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