El equívoco lenguaje de la «elección»

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El Card. Roger Mahony, arzobispo de Los Ángeles, escribe en Los Angeles Times (18 mayo 2000):

Muy a menudo oigo a políticos en campaña proclamar su firme apoyo «al derecho de la mujer a elegir». Pero ¿elegir qué? Ahora que el país entero empieza a hervir con contiendas electorales, me siento confuso y frustrado con esos candidatos que parecen incapaces de terminar una sencilla frase.

(…) Normalmente, cuando uno habla de «elegir», termina la frase. Por ejemplo, tras consultar la carta de un restaurante, uno no dice al camarero «Creo que elegiré»… y le deja sin saber si quiere el pollo frito o el filete.

Tras realizar ciertas labores de sabueso, he llegado a la conclusión de que lo que en realidad quieren decir los políticos es lo siguiente: «Estoy a favor del derecho de la mujer a abortar». ¿Por qué no dicen simplemente eso? ¿Por qué los periodistas dejan que los candidatos se escabullan usando ese lenguaje vago y sin sentido de la «elección», cuando tendrían que exigirles que terminasen la frase?

Yo estoy firmemente a favor de la elección, porque creo en el derecho del individuo a tomar opciones en la vida y en la sociedad. Pero, por supuesto, quiero especificar de qué elección se trata y, en mi calidad de obispo, estar seguro de que con ello apoyo algo moralmente bueno.

Estoy personalmente a favor del derecho de la mujer a elegir varios bienes morales: el derecho a elegir una fe o una comunidad religiosa; el derecho a elegir escuela; el de elegir médico, marido, o lugar de residencia, así como la escuela a la que enviar a sus hijos y, para que este derecho sea efectivo, el derecho a un cheque escolar. Estos son solo algunas de las elecciones moralmente buenas que apoyo plenamente para las mujeres de nuestro país. No me da miedo nombrar la elección, acabar la frase.

Si los políticos están orgullosos de apoyar el aborto, la muerte de un niño no nacido, ¿por qué no lo dicen? (…) Cada vez me inclino más a pensar que muchos políticos emplean ese lenguaje oscuro porque quieren hacernos creer que un mal moral es, no se sabe cómo, un bien moral. Y el único modo de convertir un mal en un bien es disfrazarlo. (…)

Ningún partidario del aborto puede negar que en el seno de la madre embarazada hay un ser vivo. De lo contrario, no habría razón para destruirlo: bastaría dejarlo a su suerte. Pero ese ser vivo está en camino de nacer y desarrollarse de modo natural como ser humano creado por Dios: es un ser precioso y viviente, no una elección. (…) Me merecería más respeto el político o partidario del aborto que terminara la frase y nos dijera la verdad.

(…) Querría que todos fuéramos honrados y sinceros con respecto a nuestras convicciones íntimas y al lenguaje con que las confirmamos y proclamamos. Quizá cuando arrojemos la luz de la veracidad y la honradez sobre lo que decimos en voz alta, pensaremos a fondo nuestras posturas y nos obligaremos a distinguir y sopesar el bien y el mal que hay en nuestras elecciones. Y quizá entonces no tendremos miedo de acabar las frases.

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