Se pide una legislación internacional
El logro de una oveja clónica a partir de una célula de un ejemplar adulto supone un gran avance en biotecnología, pero ha suscitado alarma ante la posibilidad de aplicar la nueva técnica a los seres humanos. De las numerosas reacciones habidas en todo el mundo desde que se conoció la noticia, prácticamente todas subrayan que la clonación humana es inadmisible, y muchas piden que se reformen las leyes nacionales e internacionales a fin de impedirla.
La inquietud se explica por la relevancia del experimento realizado en Escocia por el equipo del embriólogo Ian Wilmut, del Instituo Roslin (Edimburgo). Este organismo cuenta con el patrocinio de la empresa de biotecnología PPL Therapeutics, que ha adquirido la patente del procedimiento empleado. La finalidad de la investigación era obtener animales que produzcan sustancias de utilidad terapéutica. Pero la técnica usada en el ensayo parece abrir nuevas posibilidades de clonar hombres.
Eso se ha hecho ya, al menos una vez. En 1993, dos investigadores norteamericanos clonaron embriones humanos, lo que provocó también rechazo unánime (ver servicios 145/93 y 147/93). Los embriones así obtenidos no fueron implantados, por lo que no se sabe si podrían haberse desarrollado, cosa que muchos dudan en general para el caso del hombre. En aquella ocasión se empleó la dotación genética de células embrionarias, ya que se pensaba que la clonación de animales superiores no es posible a partir de células ya diferenciadas, tomadas de individuos adultos. Esto sólo se había hecho en batracios, y con malos resultados.
Posible, pero inaceptable
Así pues, Wilmut ha conseguido la primera clonación de un mamífero adulto, lo que induce a pensar que lo mismo podría hacerse con un hombre. Esto dista mucho de ser seguro, pues la nueva técnica es aún muy imperfecta (el nacimiento de la oveja «Dolly» es el único éxito de 277 intentos) y, además, la especie humana presenta mayores complicaciones. Pero si se consiguiera, se podrían hacer múltiples «copias» de individuos humanos dotados de determinadas características elegidas en los originales. Por ejemplo, una raza de esclavos, según las lucubraciones difundidas en estos días, o -lo que no es tan fantástico- una réplica del hijo muerto.
Sobre esto, Ian Wilmut ha declarado que sería posible lograrlo, aunque no pronto. Y ha añadido que él nunca lo hará: dice que no encuentra ningún «motivo clínico» para clonar seres humanos y que, en cualquier caso, tal cosa sería «inaceptable desde el punto de vista ético», además de ilegal en Gran Bretaña. Prueba de sus buenas intenciones es que ha facilitado todos los datos del experimento a la Autoridad en Fecundación y Embriología Humana (AFEH, el organismo británico que vigila la práctica de la fecundación artificial), para ayudar a impedir usos indebidos de la técnica.
Líderes políticos piden dictámenes
Numerosas voces han hablado en favor de medidas legales con ese fin. Daniel Tarschys, secretario general del Consejo de Europa, ha pedido a los cuarenta Estados miembros que suscriban la Convención Europea de Bioética, que proscribe la clonación humana. Jean-François Mattéi, diputado francés activo en cuestiones bioéticas, cree necesario que la ONU adopte una reglamentación mundial.
También ha habido iniciativas de estudio. En Estados Unidos -país sin apenas regulación de la procreación artificial-, Bill Clinton ha encargado a la Comisión Nacional Consultiva de Bioética un informe sobre las consecuencias jurídicas y éticas de la clonación. En el mismo país, Carl Feldbaum, presidente de la Organización de la Industria Biotecnológica -que representa a 700 empresas y centros especializados en este campo-, reclama que la clonación humana se prohíba por ley. Por su parte, la OMS ha convocado para fines de marzo una reunión de expertos para estudiar el asunto.
Incluso en países donde ya está prohibida la clonación de seres humanos ha habido voces de alarma, pues algunos ven en las leyes vigentes agujeros por donde se podría colar la aplicación en personas de la técnica ensayada en Escocia. Por ejemplo, la ley británica de 1990 proscribe la transferencia de un núcleo celular a un embrión, pero no a un óvulo, que es el caso de «Dolly». El presidente francés, Jacques Chirac, ha pedido al Comité Consultivo Nacional de Ética que estudie si la legislación francesa está bien adaptada a «las nuevas aplicaciones» abiertas por la clonación, y que le proponga «las adaptaciones necesarias para evitar todo riesgo de utilización de estas técnicas de clonación en el hombre».
La ley española, de 1988, al prohibir la clonación, especifica como motivo del rechazo los fines de selección de la raza, sin mencionar otros, como la obtención de un hijo para una pareja estéril. Pero, en opinión de Juan Ramón Lacadena, catedrático de Genética de la Universidad Complutense de Madrid, aunque la solución de la esterilidad de la mujer no implique razones eugenésicas, en modo alguno sería aceptable la clonación: «En definitiva, la propiedad de unicidad (ser único e irrepetible) junto con la de unidad (ser uno solo) son fundamentales en el proceso de individualización del ser humano».
Sin embargo, algunos científicos han advertido que sería un error legislar apresuradamente para evitar la clonación humana. Dicen que unas leyes poco pensadas podrían perjudicar el desarrollo de las nuevas técnicas para fines beneficiosos. Así opinan Harold Varmus, director de los Institutos Nacionales de Salud (Washington), o Guy Paillotin, presidente del Instituto Nacional de Investigación Agronómica (Francia).
¿Se puede parar?
Hay también quienes no creen que se pueda parar la clonación humana. El norteamericano Ronald Munson, especialista en ética de la Universidad de Missouri, subraya que la técnica precisa es relativamente simple: «No requiere esas complejas máquinas que se necesitan para la experimentación nuclear», explica (The International Herald Tribune, 25-II-97); de modo que no se podría impedir mediante un control internacional de compraventa de tecnología, como en el caso de las armas atómicas. Martin Johnson, de la AFEH, dice lo mismo, y añade que basta que haya alguien decidido a clonar hombres y el dinero suficiente, que no es tanto.
Precisamente, según han señalado algunos comentaristas, el proceso que llevará a la clonación humana -si ésta resulta técnicamente posible- ya está en marcha, merced a la práctica de la procreación artificial. Así opina Jean-Yves Nau (Le Monde, 27-II-97), que alude a la actual «instrumentalización de las células sexuales humanas y de los primeros estadios de la vida embrionaria». Y concluye: «La aceptación de prácticas como la de las madres de alquiler, la considerable magnitud de los intereses en juego y el empuje incontrolado de una demanda nacida, en la estela de la progresiva disociación entre sexualidad y procreación, de la cosificación del embrión humano y de un derecho al hijo, hacen que tal posibilidad [la clonación humana] ya no pueda, tras el nacimiento de Dolly, clasificarse en la categoría de la ficción científica».
Algo semejante ha dicho el teólogo Gino Concetti en L’Osservatore Romano (26-II-97), al recordar que -como ya antes había declarado el magisterio de la Iglesia- son contrarios a la ética «los intentos de obtener un ser humano sin alguna conexión con la sexualidad». Ya con ocasión del experimento norteamericano de 1993, Elio Sgreccia, director del Centro de Bioética (Universidad Católica de Roma), subrayó que el error está en el origen: «Una vez emprendida la senda de la disociación entre procreación y acto de amor conyugal, no es concebible poder detener la serie de aplicaciones que de ahí se derivan» (ver servicio 145/93).
Ejemplo de esta mentalidad es una de las pocas voces discordantes en el coro de condenas a la clonación humana, la de Michael Saphiro, profesor de la Universidad de California Sur, conocido por sus libros sobre bioética. Para él, «no hay nada intrínsecamente malo en la reproducción asexual»: la cuestión está en los motivos por los que se haría. Por ejemplo, dice, sería ilícito clonar hombres con el fin de conseguir órganos para transplantarlos al individuo original, pero no si unos padres quieren «recuperar» un hijo perdido.
Juan DomínguezCopias de ovejas y hombres
Acaba de saltar a los periódicos la noticia de la clonación de una oveja adulta a partir de una célula de su ubre. Aunque el experimento obtuvo éxito hace ya varios meses, los científicos han esperado a comprobar que la oveja se desarrollaba con normalidad, y sólo la semana pasada salió publicado con sus detalles técnicos en la revista Nature.
El éxito del experimento ha planteado, de modo realista, y no como futurible de ciencia-ficción, la posibilidad de clonar otros animales o al hombre a partir de algunas de sus células. Evidentemente, el análisis ético de la situación es completamente distinto en ambos casos.
La clonación de animales muestra dos aplicaciones principales. La primera es conseguir unos animales con capacidades óptimas de producción de leche, carne, etc. Este objetivo, una vez que se vea comercialmente aplicable, reúne indudables ventajas: en vez de tener que mantener un programa de cruces selectos para conseguir animales que presente características deseables, bastará clonar un ejemplar que muestre dichas características para conseguir una cabaña óptima desde el punto de vista ganadero.
El inconveniente principal, que ya ha salido a la luz pública, es el empobrecimiento del patrimonio genético de los animales obtenidos de esta manera: en vez de tener en un rebaño mucha variedad de genes, todos los ejemplares serán absolutamente idénticos. Aunque esta es la ventaja que se busca, es también el mayor problema: ante la aparición de una enfermedad que afecte a estos animales idénticos, todos tendrán la misma susceptibilidad. Una epidemia puede acabar con todos con gran rapidez, y así, el hombre, por medio de la técnica, conseguiría destruir parte de la naturaleza que debe cuidar. Esto no sucedería si los animales son distintos y muestran una susceptibilidad diversa a la enfermedad que pueda atacarles. Clonar por sistema a los animales puede ser una gallina de huevos de oro, pero extraordinariamente frágil y peligroso para la supervivencia de la especie doméstica clonada.
La segunda aplicación es más limitada, pero menos problemática: actualmente existen animales modificados genéticamente que producen en su leche sustancias que resulta carísimo obtener por otros procedimientos, que, además, consiguen sólo cantidades exiguas. Modificar genéticamente los animales es extraordinariamente complicado, y la obtención de un buen resultado depende en buena medida de la suerte. Sin embargo, la clonación puede salvar esta dificultad: clonar los animales modificados genéticamente parece ser una operación más sencilla que intentar producirlos de nuevo. De esta manera, se puede abaratar el costo de ciertos productos farmacéuticos de origen orgánico, como pueden ser los factores de coagulación que se emplean en el tratamiento de los hemofílicos.
Esta clonación, al ser en muy pequeña escala, no supone peligro para la especie, pues siguen existiendo muchos ejemplares con dotación genética distinta, que garantizan que la especie conservará todas sus potencialidades para resistir una posible epidemia.
Con respecto a la clonación de seres humanos, la cuestión es completamente distinta. Con el hombre, no tienen sentido ni los objetivos ganaderos ni los de producción de sustancias de interés farmacéutico. Y, desde el punto de visto médico, no alcanza objetivos preventivos ni terapéuticos.
Peticiones sin sentido
Sin embargo, la cuestión se complica cuando entran en juego los motivos sentimentales. Al conocer la existencia de Dolly, una mujer expresó su deseo de que se obtuviera una célula de su padre difunto, para poder gestarlo de nuevo y recuperarlo. Y padres que han perdido a su hijo pueden querer volver a tenerlo realizando una copia a partir de una célula del fallecido.
Estas peticiones carecen completamente de sentido: lo que se obtendría sería un ser humano distinto, físicamente igual al fallecido, pero que sería él mismo, del mismo modo que los hermanos gemelos idénticos son iguales físicamente, pero son personas distintas, con un comportamiento propio, que puede ser muy dispar si la educación y el ambiente en que se desarrollan es diferente. «Recuperar» a un difunto no consigue su objetivo; simplemente fabrica un ser humano físicamente igual al fallecido, nada más. Y ese objetivo no es más que un capricho estúpido.
Por otra parte, hay que considerar que el reciente Código Penal español castiga específicamente los intentos de clonación de seres humanos. Aunque en otros países no existe legislación al respecto, todos los científicos consideran semejante intento una aberración carente de sentido y proscrita por una práctica médica mínimamente ética. Además, esta práctica lesionaría el derecho básico del hombre a ser hijo de sus padres y a ser fruto del amor de un matrimonio que constituye la familia donde él madurará física y humanamente.
Antonio PardoDepartamento de Bioética de la Universidad de Navarra